A la carga

“Cariño, no es lo que parece”: el PP y el principio de realidad

Nos gobierna un partido lunático, en fase avanzada de neurosis. Sólo así cabe calificar a un partido cuyos principales dirigentes se caracterizan por actuar al margen del principio de realidad. Freud defendió que son dos los principios que regulan el funcionamiento de la psique, el principio del placer y el principio de realidad. Este último asume las limitaciones que el mundo nos impone, por muy dolorosas que estas nos resulten. El primero, en cambio, nos conduce a buscar el placer y huir del sufrimiento.

Freud explicó que la negación de la realidad genera en la mente un ámbito autónomo en el que el principio del placer campa a sus anchas. Lo llamó el “fantaseo, que ya comienza con el juego de los niños y continúa luego como fantasía diurna, abandonando la dependencia de los objetos reales” (véase Los dos principios del suceder psíquico, 1911). Podríamos decir que la pulsión electoral del PP es tan poderosa que la angustia que le produce el previsible batacazo en las próximas elecciones generales ha provocado un desplazamiento del principio de realidad en beneficio de fantasías que, desde un punto de vista psicoanalítico, pueden considerarse compulsivas y auto-eróticas.

Hay indicios, tanto indirectos como directos, de la neurosis que afecta a los dirigentes del Partido Popular. Entre los indirectos puede traerse a colación la pérdida del habla que sufre Ana Mato, el parloteo sin sentido e imparable de Carlos Floriano (lo que se llama técnicamente un “episodio maníaco”), el discurso de María Dolores de Cospedal sobre la “indemnización simulada y en diferido”, un “acto fallido” típico, que ya se estudia en todas las escuelas de psicoanálisis del mundo, los delirios paranoides de Jaime Mayor Oreja sobre la ETA, así como las invocaciones a la Virgen del Rocío por parte de la ministra de Trabajo, Fátima Bañez, y a Santa Teresa por parte del ministro de Interior, Jorge Fernández Díaz. A todo lo anterior deben sumarse las muecas extrañísimas y reveladoras del propio Mariano Rajoy cuando habla de corrupción o de creación de empleo.

Vayamos a los indicios directos, que son los más preocupantes. En una comparecencia parlamentaria, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, afirmó, con su jactancia habitual, que “los salarios no están bajando, sino que están moderando su crecimiento”. Asimismo, el señor Montoro negó que Bárcenas se hubiera acogido a la amnistía fiscal y, excitado por su propia huida de la realidad, afirmó que el Gobierno de Rajoy es el que más duro ha sido en toda la democracia en su lucha contra el fraude y la corrupción.

El ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, no ha dudado en referirse a su retrógrada ley del aborto como “la más avanzada y progresista del Gobierno”, que es algo así como nacionalizar la banca en nombre de la propiedad privada. A su vez, el ministro de Educación, José Ignacio Wert, se dejó llevar por el principio del placer cuando trató de justificar su recorte de las becas Erasmus alegando que era la Comisión Europea la que reducía los fondos. El portavoz de Educación de la Comisión, que no se anda con sutilezas psicoanalíticas, perdió la paciencia y calificó las razones de Wert de “basura”.

Pero quien más preocupa actualmente en este sentido es Mariano Rajoy. En una entrevista concedida al diario El País, dejaba a todo el mundo patidifuso con esta afirmación: “No hay en este momento unos indicadores precisos ni en España ni en Europa sobre los datos de desigualdad”. El principio del placer político le llevó a negar la evidencia de Eurostat, la oficina estadística de la Comisión Europea que tanto esfuerzo invierte en calcular el índice de Gini y otros indicadores de desigualdad, en los que España aparece a la cabeza de Europa.

¿Recuerdan su extravagante anuncio del rescate bancario? Resulta que no era un rescate, sino una generosa línea de crédito sin condicionalidad, y que no nos lo imponían las instituciones europeas, sino que era el propio Rajoy quien lo había conseguido frente a las resistencias de otros Estados miembros. Muchos otros primeros ministros europeos llegaron a la conclusión de que Rajoy vive preso de sus “fantasías diurnas”.

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La Fiscalía evitó investigar por soborno a Granados tras una denuncia presentada en 2011

Después de mucho tiempo analizando al PP, yo estoy convencido de que no mienten, de que se creen sus embustes. Viven en un mundo paralelo de fantasía, alejado del principio de realidad. En el libro de Lucía Méndez, Morder la bala, se describe con detalle cómo los dirigentes de este partido creían realmente que el problema de la prima de riesgo era José Luis Rodríguez Zapatero (así lo defendió Soraya Sáenz de Santamaría) y cómo no salían de su asombro cuando la prima de riesgo ascendió con ellos hasta los 600 puntos, teniendo que intervenir Mario Draghi a salvar a España con sus declaraciones en el verano de 2012.

Andan ahora proclamando una fantasmal recuperación de España y acusando de antipatriota a quien se atreva a cuestionar el cuento. El señor Montoro, siempre dispuesto a decir la mayor insensatez, afirmó, en septiembre pasado, con el país en recesión y casi seis millones de parados, que España “es el gran éxito económico del mundo”. Pero sin duda el episodio más revelador de locura total es su reacción ante el descubrimiento de la corrupción generalizada y sistémica del PP. A Rajoy y a los suyos les han pillado con las manos en la masa.

El PP es un partido político, pero también es algo más: es una trama criminal y mafiosa, con doble contabilidad, sobresueldos en negro y un tráfico fluido de favores y dinero entre empresarios y políticos. Han defraudado a Hacienda todo lo que han podido, han cobrado sobresueldos y han abierto cuentas en Suiza con el dinero robado. En condiciones normales, con un partido cuerdo, el Gobierno ya habría dimitido en bloque y tendríamos otro presidente en estos momentos. Pero la ventaja de suspender el principio de realidad es que te puedes desentender de los hechos. La escena recuerda a la del marido que, sorprendido en la cama con la amante, dice aquello de “cariño, no es lo que parece”.

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