Detrás de la tramoya

Leopoldo y Lilian

El mensaje de la familia del opositor venezolano Leopoldo López.

En la casa de Leopoldo y Lilian, en ese oasis de Caracas que se llama Chacao, correteaba su hija Manuela cuando yo me reunía con ellos, hará ahora unos tres años. La niña debía tener dos o así. Luego llegó un niño al que yo no he conocido. La casa de Leopoldo era un trasiego constante de gente joven: activistas universitarios casi todos, algunos de ellos exalumnos de carrera y postgrado en las universidades españolas. De vez en cuando aparecía Lilian, antes de llevarse al bebé a la cama, o después de un paseo por el parque. Todos aquellos jóvenes y algunas personas de más edad, trabajaban entonces para convertir Voluntad Popular, el movimiento naranja de fuerte extracción universitaria, en un nuevo partido político.

La victoria de Leopoldo López en unas hipotéticas elecciones habría sido casi segura de no ser porque años atrás, consciente de la fuerza enorme del joven activista, el chavismo ordenó su inhabilitación. Por esa triste circunstancia, mientras Voluntad Popular se organizaba con elecciones primarias por todo el país para elegir a sus cuadros como nuevo partido, Leopoldo tenía que defender su causa ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, ante la que él había pedido protección. La Corte emitió sentencia favorable a Leopoldo y ordenó a Chávez que restituyese los derechos políticos a López. Sus sentencias son vinculantes para los países acogidos al sistema de la Organización de Estados Americanos, pero, como todo el mundo preveía, Chávez hizo caso omiso, suponemos que atribuyendo el revés de la sentencia a la mano del fascismo, del imperialismo gringo o de oscuras conspiraciones antirrevolucionarias.

Ayudamos a Voluntad Popular a construir su narrativa política, cosa bastante fácil porque sus principios eran nítidos: democracia, progreso, movimiento popular. Recomendamos a Leopoldo que junto al perfil fuerte y vertiginoso del activista que corre, moviliza y arenga a sus seguidores, fuera construyendo su perfil de estadista: economista preparado, más tranquilo, reflexivo y presidencial. Difícil parte: se imponía siempre la prisa del ahora y el carácter expansivo del joven líder. Ayudamos a López en su campaña de primarias. La losa de la inhabilitación le obligó finalmente a renunciar y a apoyar a Henrique Capriles, con quien hizo campaña y a quien une un respeto y una sintonía tan fuerte como la rivalidad en la cancha electoral. Chávez logró algo realmente difícil: que los políticos de la oposición venezolana se comporten como los cocineros españoles, que compiten por las estrellas y los laureles, pero se respetan. No hay nada que una más en política que un enemigo común.

Acercamos a Leopoldo al entorno del PSOE. Junto al Center For American Progress de Obama entonces dirigido por John Podesta, le invitaron a Nueva York. Allí compartimos conversación con Felipe González, con Carme Chacón, con Bill Clinton, con Jesús Caldera y con Tony Blair. El PSOE de Rubalcaba siempre vio a Leopoldo, sin embargo, con reservas. En una muestra más de la parálisis conservadora de sus últimos años, no confiaba en el compromiso progresista de Leopoldo López, aunque lo hubiera declarado en las reuniones de la Internacional Socialista como invitado en alguna ocasión. A pesar de que las juventudes de Voluntad Popular se llamaron en algún momento Juventudes Progresistas; aunque el programa de Voluntad Popular sea homologable al de cualquier partido socialdemócrata latinoamericano; aunque a los cuatro vientos griten sus dirigentes que Voluntad Popular es un partido progresista, solidario, pacífico y tolerante, los políticos venezolanos, y Leopoldo en particular, tienen esa otra losa: el chavismo, como cualquier otro populismo, logra situarlos mucho más a la derecha de lo que realmente están.

El mismo López y sus compañeros de lucha reconocen que Chávez devolvió la dignidad a millones de venezolanos

Algunos respetables colegas europeos de izquierdas siguen defendiendo las virtudes del chavismo. En algún momento podían tener razones para ello. El mismo López y sus compañeros de lucha reconocen que Chávez devolvió la dignidad a millones de venezolanos que de pronto eran protagonistas de su propia historia. Que llevó médicos y maestros a la gente pobre del interior. Que sufrió un golpe de Estado… Pero eso no debería cegarles. Chávez y hoy el sucesor que alucina con él viéndolo en forma de pajarito, han cercenado libertades, han arremetido contra la oposición, han atemorizado a sus adversarios a través de todos esos grupúsculos armados de defensa de la revolución, han extendido un sistema económico ineficaz que impide que los productos lleguen a las tiendas, que las empresas inviertan y que la especulación se extienda. Basta con pasar un rato en Caracas para verlo y sufrirlo. Y basta llegar al aeropuerto para saber que la inseguridad se ha adueñado del país, y que la impunidad es total. Según denuncian cada día López, la oposición y decenas de observadores internacionales, prácticamente todos los delitos quedan impunes en ese país, hoy uno de los más inseguros del mundo.

Es cierto que allí hay elecciones, que Chávez las ganó una y otra vez, y que Maduro también ganó, aunque por un margen tan estrecho que permite a sus opositores cuestionar la validez del resultado. Pero siendo cierta la victoria, también lo es la enorme desigualdad en la competición. Allí, con cualquier excusa más o menos pintoresca, como salvaguardar el país de los fascistas o garantizar los avances de la revolución, te intervienen el teléfono y te ponen una conversación privada en la tele. Allí te espían, te persiguen y te amenazan. Allí persiguen a periodistas díscolos por ser enemigos subversivos de la revolución. Si un canal de televisión no se puede cerrar, se compra. Y si un político como Leopoldo resulta demasiado atractivo para las masas, se le inhabilita. Allí “encadenan” las intervenciones del presidente de la República: de manera que, cuando el personal está viendo la telenovela, si al presidente se le ocurre, y se le ocurre a menudo, de pronto te interrumpen con un discurso suyo de obligada emisión. Allí en la educación se ensalzan los éxitos de la revolución y el hermoso horizonte colectivo que promete. Allí en los medios, públicos y privados, se emite propaganda constantemente.

En ese maniqueo universal del populismo, quien diga que no a eso es un enemigo de la patria, un fascista, un vendido al capital o los Estados Unidos, un traidor, un corrupto… Y si el sistema es tan lamentable que lo único que procura ya es inestabilidad, más pobreza, descontento social, inseguridad y algaradas, se le echa la culpa de ello a los de siempre: los gringos, los medios fascistas y las odiosas empresas capitalistas. Si mueren cuatro personas en las calles como resultado de la acción de esos grupos armados que Chávez y Maduro promovieron para la defensa de la revolución en las calles, se le echa la culpa al sedicioso Leopoldo y se ordena su búsqueda y captura. Aunque nadie sea capaz de ver ni una sola frase de Leopoldo llamando a la violencia y sí muchas llamando a la movilización pacífica. Y si Leopoldo se entrega rodeado de decenas de miles de personas vestidas de blanco, entonces en su penúltimo gesto ridículo, Maduro lo hace llevar a la cárcel por el propio presidente de la Asamblea Nacional, y se felicita por el comportamiento ejemplar del país. Menudo pajarraco el tal Maduro. Oigan: "Para que ustedes vean lo que hace una revolución para garantizar la paz, terminamos cuidando la vida de Leopoldo López… Nosotros terminamos cuidando su vida y sé que sus padres saben que salvamos la vida del hijo". No se pierdan lo último: en estos momentos Maduro vende la historia de que, en realidad, ha salvado a Leopoldo de un intento de asesinato por parte de la ultraderecha de Miami. La televisión, la radio y la prensa no paran ahora de contar esa historia dándole todo el aspecto de respetabilidad. Aún en Venezuela habrá unos cuantos millones que lo creerán.

No puedo imaginar el dolor de Lilian y de esos dos pequeños niños por la ausencia de Leopoldo, encerrado según parece en una prisión militar. Pero no tengo duda alguna de que ese líder que conocí hace tres años y que hoy tengo por amigo, probablemente el político con más fuerza que he conocido, no se rendirá jamás, y no parará nunca por voluntad propia. Son pocas las veces que aparecen personas así, pero Leopoldo es una de ellas. ¡Fuerza, Lilian!

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