Buzón de voz

Un cara a cara de espaldas

Es muy probable que el cara a cara entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba sobre el estado de la nación haya cumplido las expectativas de ambos y las de sus respectivos equipos. Cuesta mucho imaginar que este debate haya sorprendido y superado las expectativas (si es que había alguna) por parte de la ciudadanía.

El largo y cansino discurso leído de cabo a rabo por el presidente del Gobierno ha consistido en una sucesión de autoalabanzas a su gestión y la de su Gobierno. El paisaje de recuperación económica que ha dibujado era tan excesivo que le ha faltado aquella frase célebre de Blade Runner: "He visto cosas que vosotros no creeríais". Por presumir, ha presumido de buenos datos de empleo, de deuda, de prima de riesgo, de solvencia bancaria, de... bueno, de déficit no (entre otras cosas porque el mal dato sigue siendo la justificación de todos los recortes). En el discurso que lee Rajoy, baja el paro (en el antiguo INEM, no según la EPA) porque se crea empleo y no porque se reduzca la población activa o porque jóvenes (y no tan jóvenes) e inmigrantes se vayan de España a buscar el futuro. La deuda directamente disminuye, a pesar de que los datos oficiales indican que se ha disparado hasta superar por primera vez la media europea. Según el texto que lee Rajoy, la prima de riesgo ha bajado gracias a las medidas que él ha tomado, y no (como todo el mundo sabe) por las catorce palabras que por fin pronunció Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), para ahuyentar la especulación sobre el euro. Las mismas palabras que han hecho bajar el resto de las primas de riesgo de los países más acosados. Sobre solvencia bancaria, Rajoy ha presumido casi tanto como en su día Zapatero, pero sin mencionar el fabuloso coste que esa supuesta solvencia tiene para los contribuyentes.

El objetivo de Rajoy

Rajoy llevaba un discurso previsto para anunciar un cambio de ciclo, al margen de lo que los datos (y la realidad de la gente) digan. Porque se ha tratado de una inauguración en toda regla de las próximas campañas electorales. Hasta aquí los enormes sacrificios; ahora se trata de recoger los frutos. La descripción de un nuevo horizonte (una vez "doblado el Cabo de Hornos") necesita un par de dosis de veracidad. De ahí un anuncio ambiguo y dos medidas concretas. Adelanta una reforma fiscal que "beneficiará a doce millones de españoles" (aunque no explica cómo ni cuánto) e informa de una nueva tarifa plana de cien euros en la cotización por contratos indefinidos y de la exención en el pago de IRPF a quienes ganen menos de 12.000 euros.

Ha comunicado dos medidas positivas, que es de lo que se trataba para sustentar el objetivo del discurso. Han sido ésas como podrían haber sido otras. No se puede extraer de lo escuchado (leído) que haya por fin un plan fiscal para mejorar los ingresos y reducir el fraude o una hoja de ruta para que la economía española dependa menos del turismo y del ladrillo.

Los discursos políticos, sobre todo cuando son leídos, valen tanto por lo que dicen como por lo que callan. Y Rajoy ha callado sobre demasiadas cosas: el aborto, el caso Bárcenas, la financiación irregular del PP, los recortes sociales... y ha despachado las quince muertes en Ceuta como "un suceso dramático".

Un país distinto

Arrancó Rubalcaba con una pregunta pegada al asfalto: "¿En qué país vive usted, señor Rajoy?", y por ahí continuó para describir una realidad distinta, en la que la reforma laboral no crea empleo sino que lo destruye y lo hace más precario. Un país en el que la derecha ha utilizado la crisis como "coartada" para "ir contra los más débiles", para recortar servicios públicos y derechos civiles. Denunció Rubalcaba de forma contundente las "mentiras" en las que se basa la "recuperación" de Rajoy y la "apoteosis de la desigualdad" en la que se está convirtiendo esta legislatura.

Rajoy llevaba escrita la réplica, que consistía en seguir estirando la "herencia recibida" hasta el infinito y más allá. Desplegó su habitual artillería contra el Gobierno anterior y se le vio de nuevo comodísimo en el traje de jefe de la oposición. ("¡Usted no me ha contestado!", llegó a clamar, en una especie de mundo al revés). Quiso desmontar la acusación de disparar la desigualdad con el argumento de que "lo más eficaz contra la desigualdad es el crecimiento y el empleo". Como si no hubiera datos suficientes de que el trabajo ya no garantiza escapar de la pobreza cuando el empleo es precario y el salario indigno.

Más allá de datos, argumentos, evidencias y habilidades dialécticas, este cara a cara tiene un problema grave de credibilidad. Rajoy y Rubalcaba aparentan ya formar una especie de sociedad de necesidades mutuas. El primero impone sus mensajes coincidan o no con la realidad, y la denuncia del segundo queda de inmediato amortiguada por su papel estelar en la "herencia recibida". Escuchar una discusión entre Rajoy y Rubalcaba es como entrar en bucle, por enorme que sea (y lo es) la distancia entre lo que el primero ejecuta y lo que el segundo propone. Lo expresan todas las encuestas conocidas y ese problema de credibilidad refleja y multiplica el desgaste del bipartidismo. Intentó Rubalcaba romper esta sensación de 'Día de la marmota' recordando un viejo artículo escrito por Rajoy en el que sostenía que es "un hecho objetivo que los hijos de la buena estirpe superan a los demás". Y Rajoy hizo como quien oye hablar del aborto o de Bárcenas o de financiación irregular... Ni caso. 

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