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Desde la tramoya

Pequeñas tribus ensimismadas

Un reciente y fascinante estudio de Pew Research describe seis tipos de conversación que se producen en Twitter. Los autores “fotografían” la conexión existente entre los seguidores de determinados individuos, organizaciones y causas. Es distinta la configuración, por ejemplo, que se produce entre los seguidores de Justin Bieber cuando le detienen en Estados Unidos, que la que se produce entre clientes actuales y potenciales de la marca, cuando Toyota presenta un coche nuevo. En el primer caso, una estela sólida y muy conectada de seguidores forma como una cola de estrella, cuya cabeza es el propio Justin Bieber o unos cuantos emisores relacionados con él. Los seguidores de Justin Bieber vendrían a estar relativamente conectados entre sí, pero sobre todo con su líder. En el caso del nuevo automóvil, se produciría una red mucho más liviana en sus relaciones. A fin de cuentas, un coche de Toyota no suscita las adscripciones personales del joven cantante y, por tanto, los nexos son más débiles, mucho más débiles.

Pues bien, las conversaciones políticas, que el estudio describe en primera instancia, casi siempre tienen la forma de una “multitud polarizada”. A un lado, los rojos; al otro los azules. Dos masas de gente que se sigue a sí misma, que habla con sus propios términos, que distribuye sus propios mensajes. Dos masas de gente una separada de la otra, sin puentes entre ambas. Sin diálogo. Dos visiones del mundo distintas que no se cruzan. Lo sabíamos ya, porque habíamos visto las representaciones de la blogosfera (las conexiones entre los blogs de diverso tipo), y constatamos que los blogs progresistas se relacionan con los blogs progresistas, y los conservadores con los conservadores (por ejemplo, aquí).

1. El martes pasado, durante el debate del estado de la Nación, dos multitudes polarizadas, dos tribus ensimismadas, se pusieron a funcionar. La multitud promovida por el propio PP y su entorno, bajo la etiqueta #EspanaAvanza. Ahí cientos de personas volcaron frases pronunciadas por Rajoy durante su discurso. Ahí trataron de explicar que ya salimos, que hemos doblado no sé qué cabo de Hornos, que gracias a las reformas este país está hoy mejor, que ya pasó lo peor, que el futuro parece luminoso. En otro lado, el PSOE promovía su propia visión del mundo, dentro de la etiqueta genérica #DEN2014: que no, que la gente sigue pasándolo muy mal, que la situación es lamentable, que Rajoy es de derechas y por eso utiliza la crisis para eliminar derechos y cercenar libertades, que el aborto y que Bárcenas…

Dos mundos distintos: los dos reales. Esa es la esencia de la política: articular formas de dirimir las discrepancias en la interpretación del mundo. Nada nuevo, por tanto. Lo que sí fue nuevo el martes es el enorme desinterés que mostraba la ciudadanía, según todos los síntomas. Bajas cuotas de audiencia del debate, baja actividad en las redes sociales y encuestas que detectan que ninguno de esos dos mundos alternativos convencían a la mayoría.

Lo de menos es si tiene razón Sigma Dos o Metroscopia, cuando la primera pone a Rajoy unos cuantos puntitos por encima de Rubalcaba cuando se pregunta a la gente quién ganó, y la segunda pone un par de puntos por encima a Rubalcaba. Como advierten los propios técnicos de las respectivas investigaciones, el resultado está más o menos dentro del margen de error: los dos tuvieron un resultado parecido (en los muy primarios términos “ganar-perder”). Por eso aquella tarde del martes, en el Congreso estaban los de uno y otro lado, todos contentos.

Lo realmente importante es que la mayor parte de la gente, en esas mismas encuestas, dice que no ganó ni uno ni otro, o que “no saben o no contestan”, que es la forma estándar de decir que les importa un pito. Lo relevante es que al enfrentar dos visiones tan diametralmente opuestas del país, el presidente del Gobierno y el líder de la oposición están lanzando un mensaje penoso a la ciudadanía: vivimos, en efecto, en países distintos. Y lo dice uno de los presidentes peor valorados del mundo, con apenas un 20 por ciento de aprobación, y un líder de la oposición que apenas cuenta con un 15 por ciento en ese mismo índice.

De manera que, por mucho que en Twitter se empeñaran en trasladar sus mensajes respectivamente gloriosos o apocalípticos, lo único que lograban ambos líderes era una conversación endogámica, cerrada, ensimismada, expandida por unas tribus cada vez más chicas y más irrelevantes. Hace tiempo que el personal dejó ya de animar a esos dos púgiles sonados, mutuamente golpeados, castigados cada uno por los puños del otro. Ahí siguen ellos: sosteniéndose abrazados mientras siguen pegándose ya sin fuerza alguna, mientras continúa el goteo de público que, decepcionado y aburrido, va abandonando las gradas.

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