El vídeo de la semana

No es gris Europa, lo son ellos

Bruselas tiene alma. La ciudad, al menos.

Escribo desde la capital de la Unión Europea en una tarde fría, algo ventosa y gris de ánimo y de luz.

Mientras recorro sus calles hacia un hotel envuelto en hiedra en la Chaussée de Charleroi, observo el escaso movimiento en las avenidas de oficinas y edificios oficiales que contrasta con el sonoro y agitado ir y venir de turistas y jóvenes, ejecutivos y algo parecido a funcionarios en horas libres, del centro histórico y la Plaza del Mercado.

Aquí también se percibe el comienzo de la campaña electoral, y hasta un cartel te saluda a la entrada de la ciudad asegurando que “es tu elección” quién va a gobernar Europa. El lector que se haya acercado a esta página en las últimas semanas sabrá que uno no es precisamente de esa opinión y que ante la cita del 25 mantiene un más que considerable escepticismo.

En la Rue de la Loi, frente a la Comisión Europea, dejo que la imaginación vuele y viaje y trato de visualizar la clase de cubículo donde se decidirá que todavía no hemos hecho suficiente, que hay que apretar más. Dibujo un espacio oscuro y gris, un despacho minimalista, huérfano de plantas y rico en neones, en cuyo interior dos o tres sujetos de sombría piel rosada hacen gestos e intercambian palabras inteligibles y airadas sobre un mapa de España arrugado y clavado a la mesa con abrecartas. Tras su decisión, abandonan el despacho y son engullidos por metálicos ascensores que les llevarán a garajes donde entrarán en coches con chófer que les conducirán a residencias alejadas de la ciudad. Todo gris, metálico y previsible; imaginado.

En el hotel me recibe amable un caballero que habla español como yo, frente a una recepción en la que dos ciudadanas alemanas preguntan en inglés a un recepcionista belga que luego entregará la llave a un matrimonio italiano que se cruza en el pasillo con unos japoneses. Poco después desciende de su autobús un grupo de turistas estonios.

En la Gran Plaza la tarde destaca con luminoso estrépito los dorados de sus edificios históricos y el hormigueo de gente que goza de la vieja arquitectura y lo hará de esa corta pero singular gastronomía bruselense. Un mesón del centro recuerda que aquello tuvo rey español.

La ciudad tiene alma. Se percibe y se disfruta. Puede que los belgas sean aburridos, pero su capital se sabe europea, universal, y ejerce de anfitriona generosa.

Por un momento percibo el sueño de esta Europa única, libre y solidaria. Y parece real, hasta que uno evoca lo imaginado horas atrás en aquel sombrío despacho de algún otro lugar de la ciudad. Pero no, “la verdad es esto, lo que veo, lo que siento, lo que noto en la gente, lo que el alma de Bruselas y las promesas de la Historia nos dicen sin hablar”.

Hasta que recuerdo la noticia que encabeza estas palabras, la imagen de la semana. Y entonces constato que esta percepción luminosa es un sueño, y la realidad es la de los hombres tristes y sus cuentas. Que lo imaginado es tan real que ya va camino de enterrar el sueño que todavía puede sentirse en las calles de Bruselas.

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