Detrás de la tramoya

Cinco símbolos no tan evidentes en la coronación

1. Muchas más similitudes que diferencias. Desde que alrededor de las 10 de la mañana comenzaron a mostrarse las imágenes de la tribuna ampliada y engalanada del Congreso, los comentaristas señalaban las diferencias entre la proclamación del padre y la del hijo. Ante autoridades franquistas y sobre la Biblia juró Juan Carlos los principios del Movimiento. Felipe juró ante autoridades de la democracia y sobre la Constitución. Son detalles menores en realidad. Lo que vimos ayer fue un rito colectivo espectacular que reproduce la liturgia de siempre.

Dayan y Katz, en La historia en directo, ya describieron hace 22 años las funciones sociales de esas “grandes fiestas de la comunicación de masas”, que ellos clasificaron en tres categorías: Competiciones, Conquistas y Coronaciones. Pues bien: ahí estaban uno a uno los mismos ritos que hace medio siglo, porque en realidad no somos tan distintos: las banderas, los coches y las motos, los militares, los chaqués, las alfombras, la puerta grande del Congreso por la que solo pasan el rey y el pueblo, el discurso de la grandeza, el orgullo y la unidad. No conviene tomarse muy en serio ese espectáculo excepto en lo que vale: la renovación de la identidad de un pueblo que trata de reconciliarse a través de la representación de una ceremonia de unidad.

2. Sin protestas porque no se permitieron. Si los policías no se hubieran afanado días antes en blindar los alrededores de la Carrera de San Jerónimo (a mí me pidieron un par de veces abrir la guantera de mi moto); si los realizadores de RTVE no hubieran sido como siempre hiperminuciosos en mostrar la mejor cara de la ceremonia; si no se hubieran destinado miles de efectivos a proteger el camino del Rolls; si no se hubiera reservado el derecho de admisión en las zonas más cercanas al trayecto de Felipe VI; si todo eso no hubiera sucedido, es evidente que habríamos oído protestas: minoritarias, pero protestas llamativas que habrían ido a los libros de historia.

3. Aplaudir pero poco. Según mostró la televisión, Urkullu y Mas no aplaudieron. Mientras al terminar su discurso, el hemiciclo en pie aplaudía sin otra excepción, el presidente de Euskadi y el de Cataluña se sincronizaron para no aplaudir. Cuando se comentó, rápidamente sus servicios de prensa hicieron saber que sí: que habían aplaudido pero poco. Por eso no gusta Artur Mas ni a los independentistas ni a los unionistas: porque aplaude pero poco, o protesta pero poco, quiere la independencia pero poco. Para ir y dar la notita quedándose quieto mientras un millar de personas aplaude a tu alrededor durante un par de minutos, mejor no ir, la verdad.

4. El rey quería un aplauso para su hija. Lo pidió tímidamente en su discurso guardando medio segundo de silencio. Y lo arrancó como un poco forzado. El aplauso al padre no costó. Menos aún el aplauso a la madre, que sonó el más espontáneo. Pero el de las hijas fue algo más difícil. Parecía como si el personal estuviera diciendo “bueno, tenemos claro lo que hicieron los abuelos, pero no tan claro cómo terminarán las nietas”.

5. Démonos una oportunidad. De modo que yo supongo más bien casual que conscientemente promovido por el rey Juan Carlos, la proclamación llega en un momento muy interesante. Al día siguiente de que España hiciera el ridículo ante el mundo ante otra de esas fiestas colectivas de Dayan y Katz (en este caso la “competición” de un partido de fútbol), los españoles parecemos habernos dado en los últimos meses otra oportunidad. El momento suena a eso. Los indicadores económicos empiezan a mejorar. El líder de la oposición sigue dando tumbos pero ya parece que le retiran, mientras adquiere verosimilitud el ascenso de un tal Pedro Sánchez.

El lunes veremos en el templo de la casta, el hotel Ritz, a Pablo Iglesias, el líder de Podemos. Y un nuevo rey, menos casquivano y más profesional, pide paso en pie sobre su descapotable mientras en los lados vitorean miles de personas vigiladas por cientos de policías, y provistas de 120.000 banderitas de España provistas por la organización. Más que la revolución, parece que la gente está predispuesta a hacer las paces. Rajoy pudo ayer tarde fumarse un buen puro.

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