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Desde la tramoya

¿Pagamos o que le degüellen?

El cierre de filas con el Gobierno de Aznar fue total. Lo vivimos con angustia aquel verano de 1997. ETA dio 48 horas al presidente para que acercara los presos de la organización a cárceles de Euskadi, o mataría al joven concejal del PP, Miguel Angel Blanco. La petición de ETA, en sí misma, no era disparatada. El acercamiento de presos es una de las concesiones más livianas de los gobiernos que han de lidiar con chantajes. De hecho, el Gobierno español, tanto del PP como del PSOE, ha estado aplicando la política de acercamiento de forma intermitente, en función del comportamiento de ETA.

Pero Aznar fue implacable y no cedió. Durante los dos días angustiosos, el país entero salió a la calle a reclamar la liberación del joven y pintó sus manos abiertas de blanco. La inmensa mayoría cerró filas con el Gobierno. No hubo prácticamente voces discrepantes. Si alguien se atrevió a pedir que el Gobierno cediera a la presión y acercara los presos para la liberación del concejal, lo hizo muy bajito o quedó silenciado por la opinión mayoritaria. Es un conocido efecto: cuando se percibe un enemigo común externo que amenaza a un país, el país cierra filas con su líder. En inglés el fenómeno se llama rally 'round the flag y ha sido muy tratado por la sociología política. De manera que Aznar no fue acusado por nadie de sádico, ni de inmisericorde, ni de salvaje, por permitir que ETA dejara a Blanco agonizando hasta que falleció a las pocas horas. Hasta tal punto fue “incuestionable” su resolución, que la hermana de Miguel Angel, María del Mar, se convirtió en una de las voces más autorizadas del PP en el sector duro del partido, precisamente el que parece negarse a cualquier tipo de concesión a los terroristas.

Hay una actitud posible: esa que Aznar mantuvo en aquellos días de julio del 97, y que Obama soporta ahora que los yihadistas han degollado ya públicamente a dos periodistas, y parecen dispuestos a seguir con más. Es la política más frecuente en Estados Unidos y en Inglaterra: no ceder, no pagar. Y desde el punto de vista de la pura estrategia de conflicto, parece lógica. Sobre todo cuando lo que se pide es simple y llanamente dinero, como están haciendo los activistas de Estado Islámico. El argumento para no pagar es sencillo: si pagas, gana el chantajista, alimentas el chantaje, y permites su mantenimiento. Los estadounidenses creen estar tomando la decisión adecuada. Hace dos años, el vicesecretario de EEUU para Terrorismo, David Cohen, explicaba en una conferencia (aquí se puede ver un resumen) que la única solución para luchar contra el secuestro por dinero es no pagar. En 2013, los países miembros del G8 declararon “rechazar inequívocamente el pago de rescates a los terroristas”. Puede que sea la decisión adecuada: según ha señalado recientemente el New York Times, de los 55 secuestrados por Al Qaeda y sus filiales en los últimos cinco años, solo tres son estadounidenses y la mayoría son europeos.

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Y es que en Europa la práctica es más condescendiente. Alemania, Francia, España, Suiza e Italia pagan con frecuencia, aunque suelen negarlo y recurren para salvar la cara a algún intermediario – que suele ser el contratista del secuestrado. El 22 de enero de 2009, cuatro turistas fueron secuestrados en Níger. Murió el inglés, cuyo gobierno se negó a pagar. Los dos suizos y el alemán fueron liberados tras el paso por caja. Algunos expertos culpan a Europa de ser así fuente de financiación de Al Qaeda. Por ejemplo, el New York Times (aquí) calcula en 58 millones de dólares los desembolsados por Francia desde 2008, y en 12 y 8 los aportados por Suiza y España, respectivamente.

Quienes no ponen reparos a pagar señalan que, en realidad, en muchos casos los terroristas secuestran por pura propaganda. Por ejemplo, pidiendo la ridícula cifra de 132 millones de dólares que, según parece, se pidieron por James Foley, uno de los dos periodistas asesinados hace días, una cifra que con seguridad los secuestradores sabían que no recibirían. Se sigue de tal argumento que, pagando, evitas el numerito de la propaganda, además de salvar la vida de un compatriota y lanzar el mensaje, muy reconfortante, de que un país está ahí para no dejar a ningún nacional abandonado.

De manera que, después de escuchar y comprender los argumentos contra el pago de rescates, que suenan racionales y sensatos para fríos hombres y mujeres de Estado, uno no puede por menos que quedarse pensando en esas imágenes de los dos periodistas degollados de forma brutal, o imaginar la agonía de aquel joven concejal desangrándose en un bosque. O escuchar las palabras del periodista francés Nicolas Henin, secuestrado al mismo tiempo que James Foley, y liberado en abril, después de que, según se sospecha aunque él lo niega, Hollande aceptara el pago de un rescate. Cuando en la BBC le preguntaron cuál era su opinión sobre los rescates, Henin dijo: “Soy sólo un periodista; no es mi papel juzgar si unos lo hacen bien y los otros mal. Lo único que tengo que decir es que estoy feliz de ser francés porque estoy aquí, con usted”. El americano Foley no corrió la misma suerte.

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