Análisis

El dilema socialista: cambiar de caras o cambiar de política

Ángel González Bardají

El pasado miércoles 10, Pedro Sánchez se sometió a su primera entrevista televisiva como nuevo secretario general del PSOE. La entrevistadora, la directora de informativos de Antena 3, desgranó el implacable y previsible argumentario del PP que había sido anticipado por los spots promocionales: “¿Es Zapatero su modelo de gobierno?”; “¿Pactará con Podemos para quitar alcaldías al PP?” (atención al verbo “quitar”); “¿Expulsará a Chaves y Griñán si son imputados?”; etcétera.

Sánchez desplegó un arsenal argumental que empieza a ser conocido y reiteró su “repugnancia” hacia cualquier corrupción; expuso su estrategia de reindustrialización como vía de salida de la crisis y de construcción de un nuevo modelo productivo; recalcó su compromiso con la Constitución frente al desafío soberanista; se desmarcó del PP y del “populismo” (en alusión indisimulada a Podemos); adelantó su intención de concurrir a las primarias abiertas de su partido y reveló alguna confidencia menor de su entrevista con Artur Mas.

Pero, a mitad de la entrevista, Gloria Lomana formuló una pregunta que no figuraba en el guión: “Mucha gente dice –afirmó- que Pedro Sánchez piensa como Rubalcaba, habla como Rubalcaba y hace lo mismo que Rubalcaba, aunque sonríe de forma distinta que Rubalcaba. ¿En qué se diferencia Pedro Sánchez de Rubalcaba?”. El flamante líder socialista titubeó unos instantes y después respondió sonriente: “Bueno, yo soy economista y él es químico…”

En realidad ese es el dilema al que se enfrenta Pedro Sánchez desde que tomara el mando del PSOE. Sánchez partía antes de las elecciones europeas como un candidato casi testimonial con preferencias en las encuestas que no sobrepasaban el 5% y con un grado de conocimiento muy bajo. Parece más bien que la estrategia de su candidatura gestada a finales de 2013 tenía similitud con la que propulsó la carrera de Manuel Valls a partir de las primarias socialistas francesas: más que optar a una victoria en la decisiva segunda vuelta se trataba de concurrir para ganar notoriedad; ocupar espacio escénico y quedar bien situado pensando en los futuros acuerdos de poder. Al francés le dio resultado: con solo un exiguo 5% de votos pasó al ministerio del Interior y de ahí a la presidencia del gobierno.

Sin embargo, una carambola inesperada y desconcertante del destino entregó a Sánchez el poder socialista tras una campaña poco comprometida y centrada más bien en subrayar su cercanía con las bases (la metáfora de su ya célebre Peugeot venía a ilustrar esa categoría, al igual que las pernoctaciones en los domicilios de los militantes). Se entiende por tanto que el 13 de julio Sánchez careciera de un plan para aplicar en caso de ser elegido. En realidad había tenido que cambiar de plan sobre la marcha: tras aspirar únicamente a reunir los avales necesarios para participar simplemente en unas elecciones primarias abiertas, tuvo que trabajar para vencer en unas primarias cerradas en las que el peso de los aparatos regionales y locales se demostró decisivo y muy superior al del apoyo que el aparato declinante de Ferraz (Rubalcaba/Valenciano) dispensó a su rival Madina.

Ha sido, por tanto, durante los dos meses que han transcurrido desde su elección directa cuando Sánchez ha tenido que madurar una decisión sobre el camino a seguir. Si la opción era ya difícil antes de las elecciones europeas, la irrupción de Podemos en el mapa electoral y su empuje en las encuestas ha venido a complicar la decisión.

Rubalcabismo sin Rubalcaba

En la encrucijada en que se halla, Sánchez podía optar por dos caminos: el primero consiste sencillamente en mantenerse en una línea de continuidad respecto del legado de Rubalcaba. Es decir, aguardar que la erosión del PP acabe por trasvasarle una franja de electores moderados y, mientras tanto, combinar con criterios tácticos la oposición y la colaboración con el gobierno de Rajoy; un fofo disenso pactado con el PSC en torno a una difusa tercera vía; la preservación de las formas institucionales (si acaso actualizando la indumentaria); eliminación de estridencias que ahuyenten a los centristas y demonización de Podemos con los habituales reproches de chavismo, bolivarianismo, etc, tal como los ha formulado Felipe González.

Quienes abogan por esta vía lo hacen en ocasiones movidos por intereses o prejuicios (es probablemente el caso de los editoriales de 'El País' y de las irrupciones persistentes del propio Felipe González que preconizan el retorno a las esencias de un PSOE idealizado que ellos sintieron desnaturalizado por Zapatero y sus derivas radicales. Pero existen también quienes apoyan desinteresadamente este camino por razones de rentabilidad electoral: lo expresa con contundencia y con un fuerte apoyo analítico Alberto Penadés en '¿Recuperará el PSOE al electorado de izquierdas?'.

“Creer que los votantes de Podemos van a volver al PSOE me parece que es algo iluso”. Para recuperar credibilidad, sostiene Penadés, los electores necesitan hechos y no palabras. Y los hechos solo pueden producirse desde el gobierno. Por eso, “si el PSOE actúa racionalmente intentará ocupar el centro antes de que también ahí sea demasiado tarde. Es su único espacio libre, y es donde puede evitar la recuperación electoral del PP. Los votantes moderados rechazan al PP, algunos ya aseguran en la encuesta que no volverán a votar a ese partido, y esto es una novedad.”

La primera ruta sería, pues, una suerte de rubalcabismo sin Rubalcaba. Una puesta al día de la estrategia tradicional a la espera de que las aguas vuelvan a su cauce, se disuelva el efecto de Podemos una vez que el electorado recapacite y se percate de su perniciosa naturaleza bolivariana, y el desgaste de Rajoy pase la correspondiente factura electoral. Ahí estaría presto a tomar el relevo el nuevo PSOE de Pedro Sánchez, que despertaría aún menos reticencias que el de Rubalcaba por su novedad y falta de antecedentes, amén de su aspecto más lozano y juvenil.

¿Existe otro camino? Desde luego para trazarlo hay que preguntarse primero por las razones de la fulminante y persistente decadencia del PSOE. Y la primera constatación a realizar es que el PSOE es una víctima más –la principal pero no la única- de la crisis del sistema de partidos nacido en 1977.

Otros países vivieron con anterioridad convulsiones semejantes (Italia, Israel, Grecia con décadas de diferencia, algo similar se detecta a gran escala en Catalunya) y no puede excluirse que la crisis múltiple –económica, social, institucional, territorial- que convulsiona España haga saltar por los aires nuestro tradicional sistema de representación política. Tal como advirtieron certeramente los promotores de Podemos, el PSOE es el eslabón débil en esa crisis, seguramente porque los sectores por él representados son quienes han corrido peor suerte dentro del nuevo esquema de distribución del poder y de la riqueza surgido de la crisis.

Cabe por consiguiente constatar en primer término que los problemas del PSOE no son pasajeros ni derivan principalmente de las dificultades de homogeneización de un discurso nacional ni tampoco de los avatares de la socialdemocracia europea, como sostiene Antonio Estella en un reciente artículo en infoLibre.Tienen raíces locales y son de dos tipos. Emanan parcialmente, es cierto, de “la herencia recibida”, es decir, del desgaste originado por la crisis y por la gestión juzgada “poco eficiente y poco equitativa” de la crisis.

Pero esa no es –al contrario de lo que pensaba el equipo de Rubalcaba- (ver AQUÍ “El Cis, Rubalcaba y la herencia de ZP”) la única razón. Así lo prueba el análisis comparado con lo que sucede en Portugal y Gran Bretaña, donde los socialistas recuperan terreno electoral desde la oposición, incluso bajo la dirección de exministros. Y así lo corrobora que la negativa evolución de los apoyos socialistas prosiguiese y se acentuase con el PSOE en la oposición y en paralelo a un rápido desgaste del gobierno PP. El PSOE no se estancó cuando pasó a la oposición, sino que retrocedió y vio degradada la cantidad y la calidad de sus apoyos. Fue en la oposición cuando se consagró socialmente la noción del “PPSOE” puesta en marcha en el 15M.

Como apunta acertadamente Marta Romero en 'La cuenta atrás del PSOE', el problema es otro: “el PSOE tiene que hacer frente a su desconexión social. No se trata tanto de si los socialistas tienen que girar más a la izquierda o buscar el centro. O de si tienen que apelar o no a las clases medias.” “El PSOE ha sufrido una pérdida de apoyos en todos los segmentos sociales y en todo el espectro ideológico en el que compite (tanto en la izquierda como en el centro izquierda)”. Todo ello se refleja en la sensación que más lastra a los socialistas, la de que el PSOE es un “partido envejecido, convertido en mero aparato de poder” y es su principal obstáculo para recuperar la conexión con la sociedad. Especialmente, cuando “la habilidad de Podemos para capitalizar el malestar político, la competición se establece entre una nueva (participativa) y una vieja (elitista) forma de hacer política.”

La segunda opción

Si se parte de ese diagnóstico, cabe imaginar un segundo camino. Esa segunda vía requiere empezar por demostrar que el PPSOE no existe, que la hidra del bipartidismo es un monstruo imaginario, que el socialismo tiene capacidad de regeneración de sí mismo y del conjunto del sistema político. ¿Hace falta para eso llegar al gobierno? No, forzosamente. Más bien, esa es la condición para recuperar el gobierno. Se puede disponer del instrumento del gobierno y no hacerlo (Letta) y se puede lograr desde fuera del gobierno (Renzi). Lo esencial es, primero, recuperar el interés de los ciudadanos que se ha desplazado hacia otras opciones; y, a continuación, reconquistar la credibilidad a base de dar muestras de voluntad sincera de rectificación y cambio.

¿Cómo se mide esa sinceridad? No, desde luego, a partir de las meras declaraciones, sino sobre la base de aquello que los electores estiman costoso y por tanto genuino, la lucha contra las enfermedades propias: la corrupción dentro del PSOE; las puertas giratorias dentro del PSOE, la oxigenación democrática del PSOE (primarias abiertas y competidas) y la liberación del yugo del IBEX 35 que bloquea la revisión de ciertas políticas socialistas en materia financiera, hipotecaria y energética.

Junto con eso, desde luego, la revisión de las formas en el ejercicio del poder, el cambio de las formas y el relevo generacional.

La audacia de un reformista no se mide por sus declaraciones, sino esencialmente por su capacidad para enfrentar el statu quo, empezando por el más próximo y familiar. Esa fue hace décadas la lección de Adolfo Suárez y esa es la lección reciente de Matteo Renzi.

La victoria inesperada y el atractivo personal de Pedro Sánchez suscitaron hace dos meses el lógico interés de los medios de comunicación y de parte de la opinión pública. Probablemente el impacto no fue tan amplio ni duradero como jaleaba El País al proclamar el 'efecto Sánchez' (encuesta Metroscopia); tampoco ha tenido tanto alcance como parece pensar el propio Sánchez (“Tenemos una dirección del partido renovada, surgida de un Congreso Extraordinario donde participaron directamente los militantes. Hoy somos un partido más unido al que los españoles vuelven a mirar con esperanza”, proclamó en el Comité Federal del pasado sábado 13 de septiembre).

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Pero es indiscutible que el proceso sí tuvo cierta incidencia. ¿Cómo ha utilizado el nuevo PSOE ese valioso capital de interés y atención pública? En estos dos meses puede decirse que ha dado alguna de cal (pocas) y otras (muchas) de arena. Sorprendió con el coherente desmarque del apoyo a Juncker, poco y mal explotado mediáticamente. Se salió del guión también con ciertas medidas de transparencia financiera y algún tímido y tardío desmarque de las desdichadas declaraciones de Felipe González sobre Pujol. Visualizó la emergencia de un nuevo y joven socialismo en un encuentro en torno a Renzi en Bologna. Casi todo lo demás ha sido arena: retórica hueca sobre los compromisos internos de regeneración democrática; reincidencia en los rituales bipartidistas; y, acaso lo más inquietante, un seguidismo de Felipe González y de los voceros del PP en la fogosidad y el esquematismo de las andanadas contra Podemos que ha llegado a acaparar los titulares del primer Comité Federal de su mandato.

Si el PSOE sigue el ejemplo de González y cree que basta con identificar Podemos con Hugo Chávez para recuperarse, podría acabar él mismo identificado con la ADECO de Carlos Andrés Pérez.

El nuevo PSOE está aún a tiempo. Pero no tiene mucho tiempo y necesita mucha audacia. El momentum se disipa y la atención pública se desplaza con rapidez hacia otros focos de interés más novedosos. Hay un dato que ya debería hacer reflexionar. La entrevista en Antena 3 con Pedro Sánchez fue seguida por 1.160 mil telespectadores; el 9,6% de la audiencia total. La última de Rubalcaba en la misma cadena congregó una cifra sospechosamente similar: 1.556 mil personas; un 9,2% de share.

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