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El golpe de Soraya y la ministra inexistente

El puñetazo de Soraya Sáenz de Santamaría encima de la mesa ha sido el único momento tranquilizador que ha vivido este país en esta última semana del ébola. Con una ministra Mato balbuceante y desorientada y un consejero de Madrid tan grosero como ineficaz, parecía que los responsables de gestionar nuestros impuestos habían decidido abandonar a la ciudadanía a su suerte: el chimpancé de las cuchillas, al frente de la crisis del ébola. Pero no; alguien en Moncloa –sospecho que la propia vicepresidenta– ha tenido un ataque de lucidez y casi una semana después del estallido ha decidido que semejante mediocridad jamás llevaría esto a ningún puerto y ha puesto al frente a Sáenz de Santamaría, la única persona de ese gobierno, incluido desde luego su presidente, con talla política suficiente como para dar credibilidad a un liderazgo.

Alguna vez he dicho aquí que esta mujer es de lo poco salvable del equipo Rajoy. Suaviza su ambición de poder con una verdadera vocación de servicio por la cual está en política. Tiene criterio, está pegada a la calle y tan lejana a cualquier adoctrinamiento que nadie que se haya cruzado con ella en lo personal o en lo político puede señalar una carga de sectarismo fuera de lo admisible. Es del PP, defiende sus ideas y ejerce su política, pero lo hace con una capacidad dialéctica y una disposición al diálogo poco habitual en estos tiempos. Como casi todos los políticos, y más aún si gobiernan, es capaz de plegar sus principios a sus necesidades y darle la vuelta al calcetín de su palabra, olvidarla si hace falta.

Pero si hay alguien con capacidad de mandar y gestionar esta crisis del ébola creo que es esta abogada del Estado vallisoletana. Va a tener que poner en vereda a unos cuantos.

De entrada, dejar de florero –supongo que para sacarla de la estantería cuando todo esto se apague– a la ministra Ana Mato. No se puede hacer peor papel ni mostrar menos capacidad que esta señora de Pozuelo. Es la nada más absoluta. Ni siquiera es mala, sencillamente no es. Su comparecencia pública a principios de semana para explicar el contagio de ébola y tranquilizar a la población sirvió para lo contrario: lió la cosa y sembró el miedo. Ayer lo intentó arreglar con los consejeros autonómicos, pero tampoco: la ministra de Sanidad no puede decir que conoce el estado de salud de la enfermera “por la prensa”.

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Tendrá también la vicepresidenta que poner un bozal al consejero de Madrid. Esa innoble declaración que insultó a la enfermera contagiada, resulta aún más ignominiosa viniendo del responsable político de la cadena de fallos intolerables que se han vivido en esta crisis. Porque a este tal Javier Rodriguez hay que pedirle cuentas de la falta de formación de los sanitarios que trabajan en Madrid con el ébola, de la ausencia de supervisión de ese personal, del escaso seguimiento a quienes trataron con los religiosos traídos de África, de que no se valorara correctamente la situación de la enfermera, de que se despreciara el aviso de los operarios que la trasladaban en ambulancia que alertaron sobre el riesgo, de que en esa misma ambulancia, a pesar de la alerta, se hicieran siete traslados más ese día, o incluso de que en la primera información que dio el gobierno a Bruselas sobre la realidad de la situación, se obviara al doctor Juan Manuel Parra, esa especie de llanero solitario que atendió a Teresa en Alcorcón y luego fue por su propio pie a ingresarse en el Carlos III…Y si me apuran yo le preguntaría al señor consejero por qué el departamento de riesgos laborales de ese hospital sólo funciona de ocho a tres, como si el resto del día el riesgo fuera inexistente. Como la ministra Mato. Que ahora anuncia, sí, que se van a cambiar los protocolos: pues tendrá que vigilarlo la comisión Soraya no sea que los cambios se apliquen con el rigor visto hasta ahora.

La mujer más poderosa de España, la vicepresidenta que controla los servicios secretos y las encuestas del gobierno, que comunica sus decisiones; la que en el parlamento animaba los debates y en Europa deja sensación de solvencia, ha tomado las riendas de este caballo del ébola que los Mato y Rodriguez estaban empezando a desbocar. Como dice la propia Sáenz de Santamaría lo primero ahora es pensar en la vida de Teresa y en parar esto definitivamente para tranquilizarnos a todos. Mimbres parece tener para hacerlo.

Pero, si me permite la sugerencia, tampoco estaría de más que despeje alguna duda sobre la intención de su propio Gobierno y que esa declaración de Bruselas sobre que en España se están “dando los pasos necesarios para comprender lo que ha ocurrido”, que a Rajoy le pareció un “se están haciendo las cosas muy bien”, no pase por cargar sobre la enfermera, que se arriesgo de manera voluntaria, la responsabilidad de lo que ha pasado cuando ha habido tanta ineptud e insolvencia en las alturas que hasta ella ha tenido que dar un golpe y ponerse al mando.

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