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Desde la tramoya

#VamosAMorirTodos

Si aún me quedaba alguna duda, remaché mi ateísmo el día reciente en que caí en la cuenta de que no hay geólogo ni biólogo que crea que el ser humano vaya a sobrevivir eternamente. Se extinguirá, como todas y cada una de las especies animales a lo largo de millones de años. Llámame insolidario con las futuras generaciones, pero yo preferiría que eso sucediera si es posible dentro de un par de milenos como mínimo… Sin embargo, parece claro que ocurrirá: un día no quedarán seres humanos sobre la Tierra, quién sabe por qué motivo. Las religiones resuelven esa angustiosa certeza de la muerte individual y de la extinción de la especie con ensoñaciones como la vida eterna en el Paraíso. Pero yo me fío más de Stephen Hawking, que nos ha dicho que o colonizamos otros planetas o no quedará ni dios. Viendo los antecedentes, pienso yo, esto del ébola no parece tanto la llegada del Apocalipsis, como la reedición de una de esas crisis sanitarias de la era global, en las que volvemos a ver los mismos rituales comunicativos una y otra vez.

Ya sea en forma de prion que aparece en unas vacas de India, o de virus letales en gallinas o cerdos de otros lugares del tercer mundo, la amenaza parece venir siempre de un mismo lugar misterioso y remoto: el culo del mundo, los países pobres, el lugar donde se hacinan los seres humanos con los animales, los viveros de la miseria. Occidente mata el planeta calentándolo a fuego lento, pero nada es comparable a la épica de un virus invisible y mortal que viene de África y se hace sitio en Occidente. Desde el descubrimiento de América sabemos que esa historia de los males que nos traen los indígenas funciona muy bien, aunque el daño suela más a menudo ir de acá para allá.

El primer mundo activa entonces todos sus protocolos: unos señores con corbata y unas señoras con traje de chaqueta se reúnen en salas con moquetas y micrófonos y banderas, para asegurar que “las medidas de control y de seguridad han funcionado correctamente”. Es tan de manual – literalmente – que resulta increíble que la ministra Mato fuera tan torpe en esa rueda de prensa más bien cómica del martes pasado. De hecho, esos mismos manuales recomiendan que no te pongas a responder preguntas cuando no tienes aún información suficiente, porque caerás fácilmente en contradicciones y parecerás frágil. Basta con una mera declaración – una liturgia bien conocida también – que reafirme lo grande que es tu país, que pida tranquilidad, que de las gracias a los expertos y que anuncie que el Gobierno trabaja sin descanso.

Un elenco de expertos aparecen entonces en los medios de comunicación. Aunque lleven años explicando en la Universidad los mismos apuntes amarillentos y el mismo manual de epidemiología de los años 60, tienen su minuto de gloria gracias a esa fórmula de pregunta respuesta tan televisiva. Como si todo pudiera resolverse en ocho segundos. "¿Qué es el ébola?","¿Puedes contagiarte en el autobús?", "¿Qué síntomas tiene?". Al principio las informaciones son contradictorias, lo cual demuestra una vez más que los expertos con frecuencia son menos solventes de lo que parece. Pero pronto se forma un consenso sobre la cuestión.

Ese mismo consenso científico suele llevar a exageraciones. Por si acaso se sacrifican miles de vacas. Por si acaso se encierra a unos cuantos mexicanos en un hotel chino. Por si acaso se mata al perro que pasaba por allí. Por si acaso se confina a todas las aves en sus corrales. Por si acaso se compran millones de vacunas que esperan luego en un almacén. Por si acaso.

- ¿Y el chucho ese, Ramírez?

- No tenemos ni idea, presidente, pero imagínese que luego resulta que está contagiado.

- No, hombre, qué cosas tienes: ¡Por si acaso que lo sacrifiquen! Muerto el perro se acabó la rabia.

- Uff, la gente se va poner histérica, presidente: el dueño ha abierto campaña para salvar al perro en Change.org.

- Joder, Rodríguez: ¡que lo liquiden! Así verán que no nos tiembla el pulso.

Por si acaso se montan reuniones sectoriales, comités de seguimiento y cumbres sanitarias, para demostrar que somos gente civilizada. Al principio la oposición se muerde la lengua. Aunque no le faltan ganas de arremeter contra la incompetencia de la ministra o el ministro del ramo. Sabemos lo sensible que es el personal cuando hay incertidumbre, y lo rápido que tachan de rastrero oportunista a quien trata de sacar partido de la crisis. Sin embargo, a nadie parece importarte que las multinacionales de farmacia que trabajan sobre los tratamientos suban repentinamente en bolsa y se sepa que mantienen promiscuas y libidinosas relaciones con funcionarios de la Organización Mundial de la Salud.

En los días siguientes a la eclosión de la crisis, lo normal es su perversión: el debate político empieza a hervir, surgen viejas reclamaciones sindicales y se descubren nuevos giros y pistas en las investigaciones que trastocan las hipótesis previas (como que una enferma se había tocado la cara con un guante, o que había un traje que le quedaba pequeño al doctor...). Con mucha facilidad se monta el lío, y comienzan a decirse tonterías, que en muchas ocasiones son cosas que los técnicos ponen en los papeles. Una ex ministra amiga mía pedía que en los papeles que ella tenía que leer revisáramos bien para que no hubiera "artefactos explosivos". Tratábamos de evitar así tontunas como los "hilitos de plastilina" o "el caldo con hueso de cerdo". Intuyo que es por ese adn faltón y arrogante y esa idea fatal de que las cosas son "de sentido común", que el PP es propenso a decir tonterías en situaciones de tensión. Ahora, por ejemplo, asistimos al rosario de tonterías de ese consejero de Madrid, que había acusado a la enfermera contagiada porque mintió o porque ocultó información. Lo primero que contamos en el primer minuto de la primera lección de comunicación de crisis es que no debes meterte con las víctimas bajo ningún concepto. Incluso aunque tengas razón. Pero el torpe del consejero debió ausentarse durante la clase. Ha dicho que dimitirá cuando lo crea oportuno. Que mire todas seguidas sus memeces y quizá vea que ha llegado el momento.

Mientras los políticos, los funcionarios, las víctimas, los expertos en epidemias y también los todólogos sabios en cualquier cosa, interpretan su papel en los medios de comunicación, el ingenio popular se ríe de todo. Antes había que esperar uno o varios días para ver la viñeta del periódico o para que algún chiste sobre el asunto llegara a tus oídos. Ahora puedes sonreír en tiempo real con esa multitud midiendo su ingenio en lugares como #VAMOSAMORIRTODOS.

Excepto cuando llega de verdad el Apocalipsis, las cosas van recuperando la normalidad poco a poco. La enfermedad abandona las pantallas y dejamos de contar casos individuales para convertirlos en estadísticas anuales. Ese relato fascinante que es el de la lucha de una especie - la humana - contra otra - la de los virus – se mantiene en los ambulatorios y los hospitales, pero ya no resulta tan interesante como esos médicos completamente aislados en sus trajes casi lunares. Aprendemos a convivir con la enfermedad. Mueren cada año miles de personas por sida, por ébola y por la vacas locas, y millones por gripes diversas. Pero como dicen que dijo Stalin, "un millón de hombres muertos es una estadística; un hombre muerto es una tragedia".

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