Desde la tramoya

Cómo desmontar el principal argumento del cuñado conservador

"Rajoy recibió un país en quiebra y gracias a sus reformas y al esfuerzo de todos los españoles, el país ahora sale adelante. No se puede poner en riesgo la recuperación dejándola en manos de esa pandilla de locos de la izquierda".

Desde que llegó al Gobierno, el PP ha puesto todo su empeño en defender ese único argumento. Rajoy y los suyos se han aplicado con tenacidad en la estrategia de no hacer nada más que confiarlo todo al cuadro macroeconómico. Y lo han hecho pagando un precio brutal: perdiendo cuatro de cada diez votantes; con una erosión continua de su reputación, que sitúa al presidente en las más bajas cotas de aprobación presidencial de la historia; y con un descontento interno muy real, aunque poco visible.

No deberíamos infraestimar, sin embargo, la fuerza de esa narrativa. Primero, porque aunque la crisis sigue siendo penosa para millones de familias y el empleo tardará muchos años en recuperar los datos de la décáda pasada, los indicadores y el clima son claramente mejores que antes y es inútil negarlo. Cada día recibimos alguna buena noticia. Que cerramos el año creciendo casi punto y medio. Que ha sido la mejor Navidad desde 2007. Que aumenta el índice de confianza del consumidor...

Segundo porque, de no aceptar esa realidad, que irá imponiéndose de manera progresiva, el cuñado conservador podrá dentro de poco soltarnos uno de esos argumentos también poderosos: "Eres un cenizo: primero negásteis la crisis y ahora negáis la recuperación"; o "parece que te alegras de que la cosa vaya mal..." Los españoles están deseando algún motivo para la esperanza y quieren creer que la recuperación viene ya.

Tercero porque, si eso es así, la recuperación vendrá. La economía se mueve también por estados de ánimo. Si la gente cree que la cosa marcha, consume más, gasta más, genera actividad, crea riqueza y genera empleo. Es una falacia bien extendida por la derecha aquello de que "son las empresas las que crean empleo". No: es la gente la que genera actividad, por tanto beneficio y, a la postre, empleo.

Y cuarto porque, azuzado por la precaria situación electoral, el Gobierno va a esmerarse en lo que queda de año, con elecciones en mayo y, probablemente, en noviembre, en hacernos muchos regalitos de diverso tipo (bajada del IRPF, aumento del salario mínimo, crédito a las comunidades autónomas...) y en animar el ambiente para hacer verosímil su narración.

¿Qué decirle entonces al cuñado en la sobremesa de estos días?

La economía española no está mejorando gracias a Rajoy, sino a pesar de Rajoy. Es fácil de demostrar. Salimos de la recesión porque el precio del petróleo ha bajado de forma acelerada, lo cual reduce de facto los costes de todo lo que hacemos y consumimos. También se ha producido una notable devaluación del euro. Aunque sigamos haciendo las cosas de la misma manera, solo esos dos factores mejoran ya nuestra competitividad y nuestras exportaciones. Más o menos un cuarto del crecimiento del PIB de este año se ha producido gracias a esas dos circunstancias en las que ni Rajoy ni Guindos ni Montoro tienen nada que ver. Tampoco tiene mucho que ver con nuestro indolente Gobierno que el Banco Central Europeo ponga en marcha medidas de estímulo, o que de pronto los bancos, casi todos con matriz o actividad multinacional, empiecen a abrir el grifo del crédito.

¿Dónde quedan entonces las reformas de Rajoy? Hemos crecido a pesar de ellas. Con medidas de estímulo y no de recorte, Estados Unidos ha crecido este año más que la cicatera Europa. En España el Gobierno pegó tres hachazos brutales a las clases medias que, en la práctica, han supuesto el trasvase masivo de rentas desde la gente corriente a los más poderosos. Con el aplauso, claro, de sus mayordomos conservadores europeos, empezando por Merkel.

La reforma de las pensiones terminó por ley con esa garantía que desde los 80 se mantenía según la cual, pasara lo que pasara, las pensiones no perderían poder adquisitivo. Zapatero lo permitió por primera vez en plena crisis, pero Rajoy lo institucionalizó. Las pensiones ya no aumentan como mínimo como el IPC, sino con otro complejo cálculo que depende básicamente de lo que quiera el Gobierno de turno.

La reforma laboral, por su parte, permite que haya gente con 45 años cobrando por un contrato en prácticas, por ejemplo. De manera que, en efecto, sucede por primera vez en la historia que podemos hablar de pobreza laboral: de gente que es pobre aun trabajando. No alimentan la tasa de paro, pero son pobres.

Un tercer hachazo, por último. Quizá el peor: la reforma fiscal, acompañada de una amnistía previa a grandes defraudadores. Esa reforma ha puesto en manos del diez por ciento más rico el 40 por ciento del dinero que el Gobierno ha decidido repartir y que, naturalmente, procede de los impuestos que pagamos todos. Simple y llanamente indecente: quienes más ganan y probablemente menos requieren incrementan proporcionalmente su renta mucho más que quienes menos ingresan y más necesitan.

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