Desde la tramoya

¿Cuánto dinero se gana con los enfermos de hepatitis C?

Observamos en los últimos días un drama tan sencillo como desgarrador: un grupo de enfermos de hepatitis le pide al Gobierno que suministre un medicamento. El Gobierno se lo niega. La acusación es grave: según los afectados, "el Gobierno deja morir todos los días a 12 personas con hepatitis C".

Los pacientes se han encerrado para reclamar el tratamiento y han concitado la atención de los medios y la solidaridad de la población. Algunos políticos de la oposición han aprovechado el escenario y se han implicado pronto en una competición para ver quién es más ocurrente. El verdugo a batir es único y nítido: el rácano e indolente Gobierno. La víctima, también es muy concreta: los enfermos que mueren y los que podrían morir. El drama resulta coherente con la idea tan en boga en los tiempos que corren: la austeridad, administrada sin pudor por los conservadores, mata. De hecho, eso mismo dicen los enfermos en las pancartas que enarbolan estos días.

Es fácil abonarse a tan sencilla explicación, pero la realidad es más compleja. Yo creo que, por muchas ganas que le tengamos al Gobierno, en esta ocasión deberíamos enviar nuestras reclamaciones, al menos con la misma intensidad que al Ministerio de Sanidad, a otro lugar específico.

Se llama Gilead Sciences y ocupó en 2014 el puesto 45 del ranking Bloomberg de las mayores empresas del mundo. Este último año ha sido excelente para la compañía, precisamente por el lanzamiento mundial de un nuevo tratamiento contra la hepatitis C, llamado Sovaldi. En sus documentos corporativos dirigidos a los inversores, Gilead da las cifras: en su primer año de funcionamiento, Sovaldi dio unos 10.000 millones de dólares a la compañía (8.500 millones en los tres primeros trimestres, la mitad de las ventas totales de la empresa). Gracias al Sovaldi, Gilead escaló 16 puestos en el citado ranking, situándose más cerca de las otras cuatro del llamado Big Pharma. La cotización bursátil de Gilead ha respondido en consecuencia. Todo gracias al nuevo tratamiento.

Quizá no tendríamos nada que objetar a que un laboratorio tenga pingües beneficios a cuenta de una costosa investigación que da lugar a una costosa patente y a un producto que parece casi milagroso (aunque los resultados del Sovaldi parecen ser menos espectaculares de lo que Gilead proclama). A fin de cuentas, también gana mucho dinero Bayer gracias a la Aspirina y no nos parece mal.

El problema viene cuando el precio del tratamiento es tan prohibitivo como estratosféricos los beneficios del laboratorio que lo vende, y cuando la pastilla va dirigida a millones de personas que sufren una enfermedad relativamente frecuente. Y eso es lo que sucede con Sovaldi, que cuesta más o menos mil dólares por pastilla, cien veces su precio de fabricación, según la Federación de Asociaciones para la Defensa de la Sanidad Pública. En euros, el tratamiento completo viene a salir por unos 60.000 euros por paciente, que es el precio fijado por Gilead para España. La Plataforma de Afectados por la Hepatitis C pide que Rajoy ponga 800 millones en el presupuesto del Estado de 2015. No somos los primeros en tener este debate. En Estados Unidos el Congreso está estudiando el asunto de Sovaldi (y de otro tratamiento de Gilead, también contra la hepatitis, llamado Harvoni). En el Parlamento Europeo también se ha tratado y ha habido polémica con el precio en medio mundo.

Las típicas justificaciones del Big Pharma en estos casos son el alto coste de la investigación y de los procesos de patente. Pero en este en particular el precio es a todas luces exorbitante. La prueba de ello es que Gilead ha acordado con siete fabricantes de genéricos de India que podrán producir el medicamento sin marca para 91 países en vías de desarrollo, a cambio de un royalty. El precio será de 10 dólares, un 1% del precio en el primer mundo. Y a Gilead no se le ha caído la cara de vergüenza, pero sí le caído (al menos) una querella en Estados Unidosuna querella en Estados Unidos.

Por supuesto, la mayoría de la gente no cuestiona lo que ve en la televisión referido a las enfermedades y sus tratamientos. De pronto empezamos a ver noticias en la televisión sobre un preocupante repunte de la obesidad infantil, una extraordinaria y hasta ahora oculta incidencia de la disfunción eréctil, una nueva afección en nuestros niños y niñas llamada déficit de atención, o el increíble efecto relajante de los tratamientos con litio para casos de trastorno bipolar ... Hubo otra época en la que parecía que uno no podía vivir sano si no tomaba una cucharada de calcio al día o una pastilla de vitamina C. Si nos lo cuentan en el Telediario, pensamos, será verdad.

Pero lo cierto es que casi siempre detrás de esas noticias hay un laboratorio farmacéutico, una cara agencia de relaciones públicas, una estrategia de generación de atención pública, y mucha, mucha discreción. Y casi siempre hay también un uso invisible de asociaciones de pacientes y de sociedades médicas financiadas por el propio laboratorio.

Rajoy asegura que ningún enfermo “se va a quedar sin medicamentos”

Rajoy asegura que ningún enfermo de hepatitis C “se va a quedar sin medicamentos”

Por supuesto, Gilead no es una excepción. En la propia web de la compañía se publican las contribuciones de cientos de miles de euros que la compañía pone en manos de esas asociaciones de pacientes, con fines, se supone, solo filantrópicos. Tampoco habría nada que objetar si la cosa no fuera tan fácil de corromper. Pero la relación entre los diversos actores implicados es casi siempre muy promiscua: los riquísimos laboratorios farmacéuticos que invierten en relaciones públicas lo que no pueden invertir en publicidad de masas; los venerables y vulnerables médicos y científicos muchas veces proclives a aceptar de su mano un iPad o un cheque para investigar; las asociaciones de pacientes más o menos espontáneas, pero siempre pobres y agradecidas del apoyo que puedan prestarles las empresas; y las agencias de relaciones públicas, que saben que los laboratorios son excelentes clientes, siempre dispuestos a exagerar las cifras en sus "campañas de concienciación" y a financiar a los pacientes para que hagan el trabajo de calle que estaría feo o raro que hicieran las propias farmacéuticas.

Con mucha frecuencia, todos ellos coinciden en un mismo objetivo: el incremento del suministro de un determinado tratamiento. Y también casi siempre el precio es lo de menos si se trata de un tratamiento vital y quien paga es el Estado. Yo no sé si con Gilead y Sovaldi está pasando esto mismo: una coincidencia del sufrimiento de los pacientes con la ambición del laboratorio, para que se acepte un precio tan alto.

Pero sí aseguro que Gilead estará encantada mientras las manifestaciones y los encierros no se produzcan en las puertas de sus propias oficinas, sino en hospitales y centros públicos, para reclamar que el Gobierno pague esa cifra indecente que factura por Sovaldi. Y cuantos más pacientes lo reclamen, más ruidosa sea la petición, más políticos pasen por allí y más se concentre el cabreo en el Gobierno, más subirá la cotización del valor estrella del año y más satisfechos estarán los inversores de Wall Street, a los que, por supuesto, les importa una mierda el sufrimiento de unos enfermos españoles durmiendo en un saco de dormir para pedir una pastilla que para ellos es vital.

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