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El delírium trémens de Wert (o la universidad esquilmada)

Javier Pérez Bazo

Catedrático universitario, hispanista, autor de un buen puñado de libros, crítico y escritor desde edad temprana, presunto lector atento... Aun así, los gobernantes de la España de hoy que ellos mismos se inventan, me toman por un imbécil desmemoriado, torpe en el aliño del pensar e iletrado irredento. Porque pretenden que comprenda lo incomprensible, comulgue con las ruedas aborrecibles de su molino antisocial y aplauda las mentiras como puños de su mezquindad. Están asolando con saña y alevosía cuanto encuentran levantado. A los muros universitarios españoles, si un tiempo fuertes ya desmoronados, como diría Quevedo, les cuesta aguantar la agonía y, por si fuera poco, han vuelto a sufrir el acoso abyecto del ministro del ramo.

Pero antes de abundar en esto, empecemos con un mal menor de políticos sobrevenidos. El profesor Monedero ha cambiado la tarima por el griterío para clamar honestidades mientras camufla casi un medio millón de euros de ultramar en el fondo de su mochila. Cuando menos, ofende al intelecto de sus colegas, pues sabemos que el régimen de dedicación exclusiva, por él violentado, sólo puede quebrarse por expresa autorización administrativa. Lo demás son cuentos chinos. El colega Monedero, olvidadizo, obvió el trámite y ahora anda poniendo remiendos a la negligencia o a la estrategia del pícaro. Pero lo peor es que su jefe de filas, también doctorado en ciencias políticas, trate de disculparle… casta(mente). Flaco favor le hacen tales componendas a la institución universitaria. Recordemos, al paso, que la connotación despectiva y acusatoria que encierra el sustantivo "casta", tan en boga, la supera el vocablo "ralea". Así las cosas, mal está que ante estas actitudes se ensañen los portavoces de partidos, o incluso los colegas del inculpado, acudiendo a disquisiciones varias y comparaciones improcedentes. Porque con ello sólo contribuiremos a que crezca aún más el árbol que oculta el bosque, cuando lo importante es denunciar la salvaje desforestación que sufre la universidad pública española.

Resulta curioso que las tertulias televisivas y una señalada prensa cómplice gubernamental aireen esta indecencia del profesor Monedero coincidiendo precisamente con la reforma del cursus de la universidad, que anuncia el titular del Ministerio de Educación, anidada sin luz ni taquígrafos. De nuevo el ministro y su secretaria de Estado encarnan el rigor del dislate mediante la provocación y el sinsentido. Más allá de la necedad, han hecho de la estética del sabotaje y de la demolición su conducta en la gestión educativa (y de la cultura).

Uno de sus abundantes despropósitos ha sido esquilmar nuestra universidad pública, destacada por sus centros de investigación y avances científicos, por la formación y competencia de sus docentes, algunos incorporados por oposición a facultades extranjeras, e incluso gracias a un alumnado viajero a través del Erasmus u otros programas, potenciados sobremanera durante la primera legislatura de Zapatero, reducidos ahora a mínimos en su temporalidad y financiación. La excelencia acaba con la precariedad galopante y los recortes enflaquecen la investigación y la ciencia; la igualdad de oportunidades desaparece con la reducción drástica de las becas y el escandaloso incremento de las tasas universitarias; se arruina el futuro de España condenando a legiones de licenciados a la "movilidad exterior", ese injurioso eufemismo de la ministra Ibáñez para maquillar la diáspora juvenil… Cualquier día se quedará tan ancha repitiendo aquel "que inventen ellos", del Unamuno más desafortunado. En definitiva, de tres años a esta parte es un hecho difícilmente reparable el derrumbe de la educación superior, sólido pilar del estado del bienestar y de futuro. Y, por si fuera poco, el ministro y sus voceros nos creen idiotas justificando su política con los argumentos de la idiotez.

Ciertamente, cuesta objetar la convergencia con el Plan Bolonia al que la pareja Wert-Gomendio invoca para reducir en un año los cuatro del grado vigentes, y completarlos con uno o dos cursos académicos de enseñanzas de máster. Además, de tal modo dice emparentarnos con los países del entorno, apostillando el provecho económico resultante para las familias al comprimir en un trienio los estudios de grado, como la antigua diplomatura: el ahorro de los más de mil euros de matrícula, cuando menos, del curso de grado que la reforma suprime. Sin embargo, se olvida que en Francia las tasas de inscripción (seguridad social incluida) apenas superan los 300 euros por curso o, si se prefiere, los tres años de grado cuestan a mis alumnos mucho menos que la supuesta caridad de Wert. Y si están becados, entonces la matrícula anual se reduce a cinco simbólicos euros. Cualquier universitario abona diez eurillos mensuales por el transporte público y si acaso estudia fuera del hogar familiar cuenta con una ayuda estatal equivalente a la mitad del alquiler, nunca superior a 200 euros: la famosa Aide Personalisée au Logement, de la que se benefician también los estudiantes extranjeros. Más todavía, Francia no margina a sus compatriotas de, por ejemplo, la isla Martinica, si estudian en la metrópolis: una ayuda al mérito puede ascender a 1800 euros anuales.

La argucia de Wert es todavía más cruel. A su mentir, la supresión de un curso permite al estudiante acceder antes a la vida laboral. O al paro, diría el malicioso. Si así fuera, convendrá preguntarse a costa de qué déficit de contenidos, de calidad y de competencias. ¿Qué ha ocurrido para que la bien fundada creencia de que los estudiantes llegarían mejor preparados al mercado del trabajo con cuatro años de grado caiga ahora en saco roto? La reforma no sólo deprecia el diploma, sino que además expone a la universidad a otra selección económica despreciablemente clasista, pues el coste de los másteres (tres mil euros por año y barba como mínimo en la UAB, por ejemplo) queda muy lejos para familias modestas y resulta prohibitivo para las más desfavorecidas.

La expulsión impune de alumnado a medio camino de su vida universitaria, como busca Wert, contrasta de nuevo con Francia, que también es Europa y suscribió el Plan Bolonia: cada máster cuesta entre 256 euros (Letras) y 400 (Ciencias), sin ninguna tasa de admisión. De otra forma, difícilmente el país encontraría, pongamos por caso, docentes para la enseñanza primaria o secundaria con la adecuada preparación. En suma, cinco cursos universitarios frente a los tres que ahora promulga el ministro español. Así las cosas, si en España acaso fueran obligatorios los dos de máster para acceder a las oposiciones a docentes, la broma le costará al candidato más de seis mil euros; oposiciones que, por cierto, hoy brillan por su ausencia: mientras el país vecino crea en tiempos de crisis nuevas plazas de enseñantes —unas diez mil en secundaria, incluidas las de cátedra—, España suprime profesores y congestiona las aulas... Enredar con falacias reformadoras, tomándonos por tontos, prueba de nuevo el descaro de los nefastos sinvergüenzas.

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La número dos de Wert deja su cargo para irse a la OCDE

Javier Pérez Bazo es catedrático de Literatura en la Universidad de Toulouse - Jean Jaurès.

Escritor. Fue Consejero de Educación de la Embajada de España en París (2004-2008) y

Director del Instituto Cervantes de Budapest (2008-2012)

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