A la carga

La dignidad del pueblo

En la barahúnda de comentarios sobre el acuerdo alcanzado entre Grecia y el Eurogrupo, han pasado más bien desapercibidas las insólitas declaraciones del presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, realizadas durante la sesión plenaria del Comité Europeo Económico y Social del 18 de febrero. Aunque la prensa se hizo eco de ellas (por ejemplo, aquí), creo que la legión de analistas que habitualmente opina sobre asuntos europeos no le ha dado la importancia que merecen.

Me imagino que ha sido así porque las palabras de Juncker resultan tremendamente incómodas para nuestros eurófilos patrios, cuyo europeísmo ingenuo, granítico e incondicional parece algo ridículo a la luz de las críticas que, con total naturalidad, expresa el presidente de la Comisión sobre la manera en que se han llevado a cabo los rescates de los países endeudados.

Más en ridículo queda todavía el Gobierno español (con Luis de Guindos y José Manuel García-Margallo a la cabeza) alineándose con Alemania y el resto de países acreedores en contra de una negociación abierta con Grecia. Esa especie de dureza sobrevenida resulta totalmente impostada y solo revela el terror de la derecha del sur de Europa a que el Gobierno griego demuestre que se pueden hacer las cosas de otra manera.

¿Qué dijo Juncker exactamente en su comparecencia? Pueden verlo íntegro aquí (se puede oír en su lengua original, francés, pero también doblado al inglés). Hacia el minuto 4 de su comparecencia, inicia su crítica. Reconoce primero que fue un error dejar el asunto de Grecia en manos de los funcionarios de la troika (formada por la propia Comisión, el BCE y el FMI), como si se tratara de un asunto meramente técnico, sin implicaciones políticas.

Durante el mandato anterior de la Comisión, se permitió que los altos funcionarios de las tres organizaciones que forman la troika trataran a los gobernantes griegos democráticamente elegidos (y, por extensión, a los de los otros países intervenidos) como si fueran unos meros subordinados que tenían que acatar las políticas que se les dictaba.

Tendrían que haber sido políticos, o al menos los máximos responsables de la troika, quienes dialogaran y negociaran con los gobiernos nacionales, frente a la imposición unilateral. Así, además, se habría evitado que llegara a la cúpula de la troika información incorrecta y sesgada sobre el desarrollo de los países intervenidos. Juncker confiesa que no eran del todo conscientes de las consecuencias tan negativas que estaban produciendo las políticas de ajuste.

Al subrayar la imposición tecnocrática que ha acompañado a los rescates, Juncker se sincera y afirma que “se ha pecado contra la dignidad del pueblo”, especialmente en Grecia, pero, añade, también en Portugal e Irlanda, los otros dos países intervenidos. Y admite que su toma de postura actual puede resultar “estúpida” teniendo en cuenta que antes de presidir la Comisión, él dirigió el Eurogrupo, en el que se decidieron los rescates, las condicionalidades y el alcance de la solidaridad europea.

Sí, Juncker ha hablado de “la dignidad del pueblo”. Son sus palabras literales. No lo ha dicho un demagogo de Podemos, ni un populista xenófobo del Frente Nacional francés, sino el responsable máximo de la Comisión y anterior presidente del Eurogrupo, un conservador democristiano.

En España, quienes desde hace años vienen defendiendo una postura crítica hacia las políticas del Eurogrupo han sido descalificados y tachados de “radicales” o “trasnochados”, sobre todo cuando la crítica se expresaba apelando a la soberanía democrática de los Estados nacionales.

La línea “oficial” del establishment español sobre Europa establece que la democracia nacional tiene que someterse a lo que se decida en las instancias supranacionales; para dicho establishment, la idea de soberanía es tan solo una ficción, un vestigio decimonónico, que ha dejado de operar políticamente, por lo que cuanto antes nos reconciliemos con el nuevo marco europeo tecnocrático de decisión, más a la altura de los tiempos nos encontraremos.

Juncker ha puesto las cosas en su sitio. Y lo ha hecho apelando a valores típicamente europeos: en su opinión, no puede considerarse que la única visión válida sea la de los países acreedores. Tampoco, por cierto, la de los países deudores. Se trata de oír todos los puntos de vista e incorporarlos en una negociación multilateral. Ese ha sido siempre el espíritu europeo y no lo que hemos vivido estos años, en los que se ha sustituido la negociación por el diktat de los acreedores.

Lo más interesante del discurso de Juncker es el reconocimiento de que la gestión de la crisis del euro ha socavado los principios europeos. Cuando en los años ochenta y noventa del pasado siglo se impulsó el proceso de integración europea, se hizo en nombre de la competitividad global, pero también en nombre de la solidaridad entre los pueblos europeos y de la preservación de un modelo social europeo. ¿Qué ha quedado de aquella solidaridad? ¿Y del modelo social europeo? ¿Alguien se atrevería a decir hoy a los griegos, los portugueses o los españoles que la UE representa un modelo social?

En España no hemos tenido un debate a fondo sobre la deriva tecnocrática e insolidaria de la UE, ni sobre su descarado sesgo a favor de los países acreedores. No solo eso: en 2012 hubo una presión enorme por parte de nuestro establishment (economistas liberales, grandes empresarios, analistas políticos, etc.) para que el Gobierno solicitara el rescate del Estado y fuéramos intervenidos por la troika: mejor intervenidos que soberanos. Es ese establishment que enarca las cejas con mezcla de incredulidad y displicencia cuando oye hablar de la “dignidad del pueblo”.

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