Plaza Pública

Los hombres libres protegen las artes, los salvajes las destruyen

Javier Rivera Blanco

"Los Hombres libres protegen las artes, los salvajes las destruyen. Peligra el Patrimonio de la Humanidad en Irak y Siria"

Con esta frase sentenciaba la Convención Nacional Republicana en 1794, recién surgida de la Revolución Francesa, la importancia del Patrimonio para los franceses; por lo que en vez de permitir su destrucción por ser el signo de los explotadores, imagen de las élites del Antiguo Régimen, nacionalizaron sus propiedades como las catedrales, los monasterios, los palacios reales y los de la nobleza y los convirtieron en Monumento Nacional de todos los franceses.

Sin embargo, desde el mismo origen del ser humano, la envidia y el odio han generado siempre la tendencia a destruir la riqueza cultural del enemigo porque su sola existencia le dotaba prestigio. Así los faraones raspaban de los muros los nombres de los que les habían precedido y los romanos desarrollaron la memoria dannatae, destruir la memoria para que desaparecieran toda mención del odiado y de sus realizaciones.

No obstante, aquellas culturas eran más prácticas y aprovechaban, comúnmente, los edificios de los pueblos a los que dominaron, aunque no siempre, como los españoles en América, que destruyeron los templos de los indios, como hoy se puede ver por los restos aztecas conservados debajo de la catedral de México. Las distintas oleadas que invadieron Europa destruían unas veces los edificios religiosos de las culturas anteriores (como los godos, los musulmanes, los cristianos) y con rareza salvaban algunas joyas importantes como la Alhambra de Granada o la Mezquita de Córdoba.

Sin embargo, a finales del siglo XVIII surgió el concepto del patrimonio y desde entonces las culturas se afanan por proteger y preservar los testimonios más notables de los que nos han precedido y se ven con la obligación de trasmitirlas a los herederos.

Ya a finales del siglo XX, de nuevo el odio ha hecho que surjan otras guerras destructoras de los legados generados por los pueblos enemigos. Bien recientes tenemos en la guerra de Yugoslavia el intento de arrasar Dubrovnik y la quema de la biblioteca de Sarajevo. En otras latitudes hemos apreciado la destrucción de los budas de Bamiyán, las tumbas de Tombuctú, etc. Con terrible dolor hemos recibido las noticias de las últimas actuaciones del Estado Islámico destruyendo esculturas asirias en el museo de Mosul, volando materialmente la ciudad de Alepo, demoliendo el castillo (Crac) de los caballeros o asolando los yacimientos arqueológicos de Nimrud, Hatra y Dur Sharrukin.

Toda Irak y toda Siria están sufriendo gravísimos atentados contra la herencia cultural de la Humanidad, por el simple hecho de representar ideas y pensamientos culturales y religiosos anteriores al Islam que estos grupos fanáticos quieren eliminar de la memoria del ser humano, además de provocar al resto del mundo y de las sociedades que no comparten esta radical visión negativa del pasado.

La presidenta de la UNESCO, Irina Bokova, ha considerado graves actos de guerra estas mutilaciones del patrimonio mundial que solo buscan incrementar el sufrimiento de los pueblos, a cuyas poblaciones y testimonios les persiguen con fines genocidas.

Es necesaria la reacción de la ONU y de los países moderados del mundo de todas las creencias creando sistemas de control y de sanciones que amenacen a los terroristas y destructores del patrimonio, que generen métodos de ampliación y difusión de la sensibilidad de la tutela y la protección. Estos elementos no son solo un símbolo de identidad de los pueblos, son también un recurso capaz de generar multitud de beneficios económicos y sociales que posibilitarán, bien gestionados, el bienestar de las poblaciones que los poseen. Su pérdida es irreparable.

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