Muros sin Fronteras

Richter y pobreza, una mala combinación

Katmandú tiene sonoridad, como Tombuctú en Mali. Parecen lugares mágicos arrancados de los sueños y protegidos por siglos de peregrinajes, tradiciones orales, literatura y música. Al primero lo ha zarandeado la naturaleza; al segundo, el yihadismo radical. Nadie puede predecir aún un terremoto como el que asoló Nepal el 25 de abril. Nos falta la tecnología necesaria. Si hubiéramos sabido leer la cartografía de las placas tectónicas, habríamos evitado, quizá, construir ciudades sobre ellas.

Países ricos como Japón han desarrollado una arquitectura capaz de resistir seísmos de gran intensidad. Es la combinación de los grados de la escala de Richter y la pobreza absoluta lo que genera las catástrofes, como la vivida en Haití en 2010 con cerca de 300.000 muertos.

Las imágenes se parecen, las historias de supervivencia, también; las malditas cien horas que son el límite teórico para sacar con vida a una persona enterrada bajo los escombros. Se repite el caos del aluvión de las ayudas. Es como si pasáramos del olvido absoluto de Nepal a un Gran Hermano global en el que todos parecemos expertos. Aterrizan en el aeropuerto decenas de aviones cargados de médicos, bomberos, logistas y ayudas que nadie sabe manejar con celeridad en medio del caos. No existe un organismo internacional capaz de poner orden, de seleccionar a los actores; primero, los de emergencia como MSF, CICR, etc.; después, los de reconstrucción. Van a ser necesarios años de esfuerzo más allá de los focos de la televisión.

Tras el terremoto de Haití, el aeropuerto de Puerto Príncipe se transformó en un gigantesco campamento en el que vivían decenas de organismos, organizaciones humanitarias y ONG. Al otro lado no había un Estado capaz de gestionar tanta solidaridad. Nunca lo hubo, ni antes ni después del terremoto. Haití, como otros muchos lugares en los que la miseria es estructural, vive un terremoto diario de injusticia y desesperanza que nadie ve. Para ese tipo de desgracia no hay aviones, ni técnicos ni ayudas ni titulares.

Cuando suceden terremotos tan devastadores como el de Nepal nos lanzamos a un juego de cifras, como si la dimensión de la desgracia estuviera en los ceros del número de muertos. El Gobierno nepalí ya ha advertido de que pueden ser más de 10.000. Solo disponemos de noticias de Katmandú. Es cierto que también surgen historias de personas, de heroísmos, que por lo general tienen más que ver con los rescatadores que con los rescatados. Dedicamos más espacio a los occidentales traumatizados que a los locales condenados a un mundo sin billete de salida. Lo importante es que nadie se canse de la noticia demasiado pronto y empiece a mirar hacia otro lado.

Haití fue excepcional: la atención duró un mes. Depende mucho de las otras noticias. La atención es limitada en el tiempo y en la cantidad de dolor ajeno que podemos asumir. Las primeras dosis de dolor ajeno nos permiten reconfortarnos en nuestra suerte de no ser como ellos, sentirnos seguros. Después, simplemente cambiamos el canal. Los medios de comunicación tenemos la obligación de ir a las causas de los problemas, a los contextos, no quedarnos en los artificios de los efectos. La causa principal de casi todos los problemas del planeta es la pobreza y, tal vez, nuestro insensato tren de vida.

Algunas direcciones para saber más del terremoto

Primero, unos gráficos que explican su mortalidad. Estos de Scientific American son muy claros.

Antes de lanzarse a ayudar es necesario leer este texto de The Guardian: Don't rush to Nepal to help. Read this first.  

No solo son los muertos, el problema son los vivos: 1,4 millones de afectados según la ONU.

Un vídeo de Associated Press rodado desde un drone, y fotos que comparan escenarios antes y después del seísmo.

Hay precedentes de grandes terremotos en la zona, como el de 1934 que mató a más de 10.000 personas.

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