Desde la tramoya

Por qué Twitter no vale para casi nada en unas elecciones

La ciberutopía nos había anunciado que el ser humano se liberaría de las ataduras de los medios de masas. La revolución podría hacerse no con balas ni barricadas, sino con tuits. Cualquiera podría convertirse en un periodista ciudadano,periodista ciudadano gracias a su teléfono inteligente. El sesgo de la información monopolizada por los grandes medios quedaría felizmente abolido por la infinita información que una persona puede obtener en Internet sobre cualquier tema. Los políticos podrían (y deberían) responder a las preguntas y demandas de la ciudadanía a través de las redes sociales.

Estas suposiciones nos recuerdan mucho a las tecnoutopías que surgieron también con la aparición del teléfono, la radio (Marconi llegó a decir que las guerras no tendrían ya sentido cuando se extendiera su invento), o la televisión.

Pero lo cierto es que no hay síntomas de que el debate político se haya enriquecido mucho por la aparición de Internet. Twitter, en concreto, ha aportado muy poco.

Las fotografías que describen la conversación política en Twitter sistemáticamente muestran a un lado una mancha azul formada por gente que comparte una misma posición sobre un tema, y al otro lado otra mancha roja, formada por gente que sostiene la posición contraria. Los rojos siguen a los rojos, retuitean y celebran los mensajes de los rojos, y se enfadan contra los azules sin que nadie más que ellos lo sepa, porque nadie más les ve. Lo mismo hacen los azules.

El personal se comporta en Twitter y en el resto de los lugares virtuales más o menos como en la vida analógica: como tribus o pandillas cuyos miembros no suelen mantener una conversación equilibrada y racional con el adversario. Al contrario: por la brevedad de su diseño, en tiempo y en espacio, Twitter invita aún más al pandillerismo, a la trivialización y al sofactivismo (activismo de sofá).

La conversación en Twitter sigue siendo como la conversación sobre fútbol en las tabernas: circular, autorreferencial y emocional. Nadie espera que los seguidores de un líder político en Internet, o los aficionados de un equipo de fútbol en un bar, se pongan a razonar con los adversarios.

Si la conversación política entre la gente no se engrandece gracias a Twitter, tampoco mejora la conversación de los líderes con sus seguidores. Se dice que gracias a Twitter un político puede hablar directamente con el ciudadano. Puede ser. Pero lo cierto es que no lo hace. Si tienes muchos seguidores (y sólo entonces podría Twitter tener algún interés electoral), no hablas con ellos, porque ni tienes tiempo para contestar, ni tiene mucho sentido hacerlo a la vista de todo el mundo.

Los medios tradicionales, y particularmente la televisión, siguen siendo los más relevantes de lejos en una campaña electoral. Si a cualquier jefe de campaña se le da a elegir entre 100.000 seguidores en Twitter o diez minutos en prime time, la elección con toda probabilidad serían los diez minutos.

Y si Twitter no sirve para casi nada en una campaña electoral, entonces, ¿para qué sirve? Es muy útil, por supuesto, para husmear cómo van las cosas, en primer lugar. En tu campo y en el del adversario. Es útil para convocar y llamar a la acción a los tuyos. Y es muy útil como señuelo para estar en la tele.

Todavía hay gente que cree que las manifestaciones en las puertas del PP después de los atentados del 11 de marzo de 2004 fueron resultado de una revuelta de los móviles. Pero lo cierto es que las varias decenas de manifestantes que se convocaron inicialmente por SMS en realidad rompieron el silencio cuando Iñaki Gabilondo, desde la Cadena Ser, se hizo eco de su convocatoria. No convocaban los SMS, sino el periodista de referencia. Todavía hay gente que piensa que el 15-M fue un fenómeno de las redes sociales. Y en su modesto origen podría ser. Pero sólo cuando las televisiones nos mostraron la Puerta del Sol, la plaza empezó a llenarse de gente hasta rebosar.

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