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Caníbales

Alguien tenía que decirlo

El otro día entré con mi padre en el departamento de libros de El Corte Inglés. Iba pues con el hombre que me dejó crecer dentro de su biblioteca esmerada, generosa y culta desde siempre, sin censura, sin consejos. Lo que quiero decir es que me atreví a adentrarme en una librería con un hombre que sabe leer y, de repente, nos vimos los dos asaltados por neumáticos, cupcakes y pizzas en forma de libroscupcakes.

Acojonaba, la verdad. Así, como suena y con perdón. Pero mi padre y yo somos valientes.

Avanzamos y conseguimos esquivar seis cupckaes y la última pizza para caer en manos de una pandilla de iletrados que nos escupían sandeces desde las portadas de sus novelas y/o memorias y/o chorradas.

Mi padre y yo queríamos entender, así que buscamos por toda la planta a un editor a quien preguntarle algo muy básico:

- ¿Por qué? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?

- ¿Por qué qué?

- Que por qué insultas a los lectores.

- Porque vende.

- Vende un libro al año, vende nada, vende mierda.

- Vende ventas, listilla.

- ¿Y compensa?

El editor me miraba con incomprensión y desinterés. Mi padre me apartó de la conversación para evitar males mayores y probó un enfoque más riguroso:

- ¿Pero por qué ellos? ¿No vende también la calidad?

- Porque es más fácil, señor. Porque uno sale todas las semanas en la tele de despiece, porque otra volverá a ser portada para enseñar sus pezones nuevos, porque a lo mejor el tercero acepta ir a una isla a que le humillen, porque…

- Pero, señor editor, todo eso está muy bien pero me está usted definiendo una línea de bikinis, de productos de depilación, de bebidas energéticas… Y no un producto editorial. ¿No ha pensado usted cambiar de sector y dedicarse a vender píldoras adelgazantes, preservativos de colores, cremas rejuvenecedoras, webs de contactos y polvos crecepelos?

- Me encantaría. A mí no me gusta leer.

- Ahá.

Aclarado todo.

Mi padre y yo buscamos entonces a un dependiente que nos confirmó que no, que todavía no habían traducido el último de Carrère y huimos: a refugiarnos en Amazon, donde no te asaltan los bandoleros del crecepelo porque Amazon te reconoce y te recomienda lo que saben que lees, porque te esconde lo que te ofende.

Y, perdón, que se inaugura la feria del libro y no quiero ser injusta: no tengo nada contra los escritores comerciales, nada. De hecho, hay best sellers que son obras de artebest sellers . Pero creo que alguien les tiene que decir a esos editores que tanto lloran por la piratería, por los poetas muertos y los emoticonos vivos, por la falta de afición a la lectura de “este país” (“este país” pronunciado despacito y arrugando la nariz, como si merecieras la nacionalidad francesa), que confiábamos en ellos.

Los que leemos crecimos pensando que el editor era un filtro, un control de calidad, una garantía. A mí jamás se me pasó por la cabeza que los editores eran (o podrían ser) señores que buscaban famosos para colocar en un lineal, junto al champú, los chicles y las ofertas.

Error mío, quizá. Porque mi infancia son recuerdos de los libros de mi padre y pensaba que para escribir había que leer, que para publicar había que escribir, que para crear lectores había que hacer buenos libros.

Pensaba que lo que contabas tenía que importar.

Pero no. Si quieres publicar un libro, sal en la tele, desnúdate, enróllate con un famoso. O no, o mejor, no lo hagas: no da suficiente dinero. O sí, venga, rectifico otra vez: hazlo, que da igual, que le echamos la culpa al IVA, y a las descargas, y al chachachá.

Lo siento, pero en este caso el orden de los factores sí altera el producto: leer, escribir, publicar. Primero, leer (y amar los libros); segundo, escribir (y vivir, y desangrarte, y escupir tus huesos); y tercero, publicar (y compartir, y emocionar, e importar).

No debería publicar quien no lee; no debería publicar quien no necesite escribir para vivir y vivir para escribir.

Porque, y termino, queridos editores de esta lengua nuestra, no creáis que esos hallazgos marketinianos son inocuos: cuando alguien compra un libro malo, le estáis invitando a no leer.

P.D.: esta columna va dedicada a los editores, que los hay y los conozco y los quiero, a los que les importa la literatura. Esta columna va dedicada a los famosos, que los hay y los conozco y los quiero, que leen y no saben vivir sin escribir.

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