Buzón de Voz

El partido de los que no estamos seguros de tener razón

Han resonado las palabras del cambio en los consistorios de las capitales más importantes: participación, transparencia, ciudadanía, honestidad, servicio público, compromiso, igualdad… No son palabras nuevas, lo nuevo es la confianza en quienes las pronuncian tras el descrédito acumulado por sus predecesores. Lo nuevo es la ilusión política despertada, que recuerda en las calles al ambiente que se respiraba tras las elecciones municipales de 1979 o las generales de 1982. Lo nuevo, aunque a menudo se olvide, ya no es la democracia sino la forma de perfeccionarla, de mejorarla. Lo nuevo es la convicción generalizada de que los elegidos (incluso los reelegidos) saben que nadie ha firmado un cheque en blanco.

“Estamos aquí porque los ciudadanos han decidido que les representemos. Queremos gobernar escuchando, que nos llamen por nuestro nombre de pila y que nos tuteen, porque estamos para gobernar Madrid en la línea que ellos digan, porque somos sus servidores”. Así lo ha expresado Manuela Carmena, nueva alcaldesa de Madrid. Pero algo muy similar se ha escuchado en Barcelona por boca de Ada Colau, en Valladolid con palabras de Oscar Puente, en Cádiz con el acento de un profesor chirigotero apodado Kichi, en Valencia, en A Coruña, en Zaragoza, en Zamora, en Pamplona… por gente que encabezaba listas de formaciones de izquierda o de plataformas de movimientos ciudadanos o de la suma de ambas. Nuevos alcaldes y alcaldesas han recogido el bastón de mando transmitiendo la conciencia de que se trata de un mando prestado, provisional, por delegación, al servicio de todos y no en provecho particular de nadie.

“Más equidad e igualdad, incrementar la honestidad, mayor eficacia, estructuras de participación, innovación y captación de la inversión… Vamos a mejorar la situación de aquellas personas que sufren… Para que todos los niños y niñas tengan alimentos, comida y cena…” Se trata de prioridades. Carmena ilustró con ejemplos concretos, nombres y apellidos, los objetivos que marca a su gobierno de coalición con el PSM de Antonio Miguel Carmona. Cada ciudad tiene sus nombres, cada pueblo los suyos. Lo trascendente es el esfuerzo para que esos nombres no sean excluyentes, y que lo que representan se convierta en un orgullo colectivo.

El 'martilleo' de la deriva radical

Venimos asistiendo desde el 24 de mayo a un “martilleo” permanente sobre los enormes riesgos que a juicio de algunos acarrean los pactos de gobierno. Desde el PP, desde instituciones empresariales o financieras y desde la enorme batería mediática a su entera disposición hemos escuchado la sonora denuncia de una “deriva radical, de una “galopante frivolidad” que puede “poner en riesgo” la “recuperación de la economía”. Obviamente, las alarmas sólo saltan donde se producen pactos hacia la izquierda. No se ha visto una sola portada alarmista ante los acuerdos que legítimamente firman el PP y Ciudadanos o fuerzas nacionalistas conservadoras con grupos independientes. Ocurre en centenares de municipios y ciudades. Resulta curioso (o ya no) que las advertencias del apocalipsis se produzcan exclusivamente cuando pierden el poder quienes han llegado a considerar que cada ayuntamiento es un cortijo de propiedad limitada. (Que Rita Barberá renunciara a su acta de concejal en Valencia para no tener que entregar la vara de mando a Joan Ribó es la imagen de quien confunde la democracia con un modelo de negocio).

El propio Mariano Rajoy firmó en la tarde de este sábado un tuit poco digno de un presidente del Gobierno. Lo suyo sería felicitar a todos y cada uno de los nuevos representantes de los ciudadanos, pero Rajoy ha preferido expresar su apoyo exclusivamente a los concejales del PP, y calificar de "excéntricos y sectarios" los pactos de otros grupos. Es obvio que a Rajoy no le gustan las sumas democráticas que no den como resultado final el poder al PP.  

El alarmismo parte además de una falsedad supina. Quieren hacer creer que pactos y coaliciones son un fenómeno poco experimentado, lo contrario a la estabilidad, el progreso y el rigor en la gobernanza. Algunos de los países más avanzados del mundo tienen la sana costumbre de ser gobernados democráticamente por mayorías formadas por distintos partidos. Pero no hace falta ir más lejos. Basta con repasar los trabajos del Observatorio de los Gobiernos de Coalición para saber que aquí, en España, lo habitual en las últimas décadas han sido los pactos de gobierno en comunidades autónomas y ayuntamientos con las más variadas fórmulas de cooperación entre partidos.

Desde hoy hasta las generales se escucharán muchos truenos en esa misma línea. Los partidos emergentes y las plataformas en las que participan van a ser vigilados con lupas (fieles y también deformantes). Podemos y Ciudadanos, pero también el PSOE y lo que queda de IU, saben que se juegan buena parte de su futuro con las medidas, mensajes y resultados de sus acuerdos de gobierno autonómicos y municipales. A estas alturas es difícil que la ciudadanía les culpe en pocos meses de no haber solucionado la gran brecha de desigualdad que se percibe en cada pueblo y ciudad de España. Lo que probablemente no se les perdonaría es traicionar la confianza recibida.

Un pacto contra los sectarismos

Si en las principales capitales y comunidades autónomas han hecho falta acuerdos de gobierno es porque entre la ciudadanía hay más coincidencia en la necesidad de cambio que en la certeza sobre las soluciones. Por eso en los próximos meses (y años) necesitamos al frente mujeres y hombres capaces de dudar, de escuchar, de dialogar, de sumar. Así debería ser siempre, por otra parte. Y en la duda, desde la Grecia clásica, está la sabiduría. “El ser humano tiene tendencia a saber, curiosidad por saber; lo grave es descubrir la ignorancia en quienes acumulan más poder”, advertía el filósofo Emilio Lledó hace unos días en la presentación de un libro de entrevistas de Juan Cruz. Y clamaba además en defensa del valor del conocimiento y de la información veraz e independiente: “¡Claro que es fundamental la libertad de expresión! Pero, ¿para qué quiero la libertad de expresión si no digo más que tonterías?” Lledó reivindica la libertad de pensamiento, la exigencia cívica y una batalla permanente contra los sectarismos.

Ahí, creemos muchos, está la clave. Quienes han tomado este histórico 13 de junio el relevo en el poder de ciudades y pueblos tienen la responsabilidad de gobernar para todos, de escuchar a la ciudadanía y de manejar los asuntos públicos con absoluta transparencia. El pacto no es una debilidad democrática sino el instrumento clave de su fortaleza, una cura de humildad contra la prepotencia de las mayorías absolutas.

P.D. “Debería existir el partido de los que no están seguros de tener razón. Sería el mío”. (Albert Camus).

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