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El mordisco del hombre

En las facultades de Periodismo se acudía años atrás a un ejemplo de desencuentro entre especies vivas para ilustrar gráficamente la idea de noticia: que un perro muerda a un hombre no tiene nada de extraordinario; la noticia es que el hombre muerda al perro.

Lo he recordado esta semana en dos momentos singularmente noticiables alrededor del mismo hecho, la delicada salud del planeta que habitamos, y la necesidad de toma de conciencia ante lo que es un riesgo real de pérdida irreparable de valiosísimos ecosistemas naturales.

El mordisco del perro habría sido que alguna de las organizaciones medioambientales que llevan décadas llamando a la puerta de nuestra conciencia, hubiera reiterado su denuncia volviendo a ponernos frente a la realidad de que en estos tiempos y en este mundo la única idea de progreso posible va inexorablemente unida a lo que se llama sostenibilidad, es decir, a crecer y avanzar pero sin destruir ni esquilmar nuestro territorio o lo que nos da de comer.

Pero no han sido precisamente organizaciones medioambientales, ni asociaciones de ciudadanos, ni siquiera partidos regeneracionistas, los que han vuelto a poner el dedo en la llaga mortal del medioambiente. La denuncia, la queja, el aldabonazo, ha venido de dos de los poderes a los que la historia suele asignar el papel más oscuro y lastrante ante el progreso social: la iglesia y la banca, las instituciones que tienen en sus manos nada menos que nuestro patrimonio espiritual y material.

¿Cómo es posible que esos poderes se conviertan en abanderados de la progresía más comprometida? Aunque quizá la pregunta que habría que hacerse es ¿qué está pasando para que esos dos poderes jueguen de forma tan decidida la carta del progreso y de la vida?

En el caso de la Iglesia parece claro que ese compromiso con la salud de la Tierra a través de nada menos que una encíclica, forma parte de la visión más amplia y humana que el Papa Francisco propone desde el comienzo de su trabajo al frente de la institución. Una Iglesia que no renuncia a su tradición pero intenta asentarse en un tiempo presente crítico en el que está claro quiénes necesitan reproche moral y quienes auxilio espiritual. Y el Papa parece querer estar frente a unos y junto a otros.

Lo del Banco y el ecologismo nos ofrece otro tipo de pista. Desde hace más de un lustro, el BBVA entrega cada año a través de su Fundación, los Premios Frontera del Conocimiento a científicos o artistas capaces de rebasar esa frontera con sus descubrimientos y aportar calidad de vida a los seres humanos y al planeta. Dos de los ocho premios están directamente relacionados con el medioambiente. Y uno de ellos tan comprometido como para reconocer los trabajos a favor del conocimiento del cambio climático.

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Lleva ese nombre el galardón, lo cual es un reconocimiento explícito de esa dolorosa realidad que todavía hay quien se niega a aceptaer, alguno por aquí con cercana responsabilidad de gobierno. El otro premio es el que encabeza estas letras, el concedido al ecólogo David Tilman, que ha recibido el de Ecología y Biología de la Conservación por sus trabajos acerca de la riqueza de los ecosistemas.

El mecenazgo de las instituciones financieras es una constante en la actuación de la mayoría de ellas. Pero que el medioambiente ocupe un lugar tan destacado en esa acción social resulta además de grato, revelador. Nos está diciendo que el clamor ante el deterioro es tan grande, la realidad de la pérdida de ecosistemas tan innegable, que en la visión global del banco de por dónde va el mundo, la Naturaleza es un activo a defender e impulsar, y el conservacionismo científico, del que parten siempre las informaciones que advierten y movilizan, una forma de avance social tan indispensable como imparable.

Juzguen ustedes con mayor o menor severidad las razones verdaderas u ocultas para estos apoyos institucionales. Pero tan bienvenidos sean como felices nos hacen estas llamadas a la conciencia social en lo que tienen de influyentes y, por qué no creerlo, de indicadores de que algunas cosas empiezan a cambiar desde lo más alto.

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