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Lo hacen por sus hijos

Son los niños. Son quienes más sufren el viaje, la intemperie, el frío…la muerte. Pero son ellos también la razón para huir. Una realidad numérica y una empatía asimilable por cualquier lector que sea padre, llevan fácilmente a esa conclusión.

Nos dice Save the Children que desde aquel 2 de septiembre en que el mundo se conmocionó con la imagen de Aylan muerto contra la arena de una playa turca se han ahogado al menos 70 niños más. Y añade para nuestro conocimiento y horror que el 23% de los 8.000 refugiados sirios que llegan a Grecia cada día son niños. El cálculo es fácil: más de 1.800 críos ingresan a diario en Europa como parte de las caravanas de la desesperación. Esas en las que son legión los padres que han echado ese dado al aire pensando sobre todo en un futuro para esos niños.

Hace algunos meses mi hijo de 14 años me explicaba que estaba desde casa compitiendo a un juego de ordenador con un muchacho de algún país lejano, “árabe, creo”, decía. Hoy no puedo dejar de pensar que quizá alguno de esos que se ahogan en el mar o que van a empezar a morirse literalmente de frío podría ser el compañero de mi hijo. Era como él, entendía como él y como él disfrutaba del juego y se admiraba de la lejana cercanía, de la universal unidad en torno a una liturgia común, la de la Play. Pero tuvo la mala suerte de que las bombas empezaran a caer cerca, a matar a familiares y amigos, a hacer imposible la vida en su ciudad. Y sus padres, desesperados, sin salida, optaron por seguir el instinto de supervivencia y arriesgar lo que mas querían para jugarse a la carta del refugio la única posibilidad de futuro. Probablemente no sea el caso, pero podría perfectamente serlo. Lo que tiene poca cuestión es que cualquiera de nosotros en sus mismas circunstancias lo hubiera hecho. Por nuestros hijos.

Es preciso y esencial que contemplemos esta crisis sin dejar de perder esa perspectiva de igualdad universal y esa realidad del peso de los niños en el éxodo.

Nos advierte Cruz Roja que dentro de poco dejaremos de ver estas columnas sólo por televisión. Que llegan, que se van a distribuir sobre el papel y en el mapa de la forma acordada por la Unión Europea con España, que acogerá a 15.000 de los 120.000 que se aceptarán en Europa. “Refugees Welcome” puede leerse en la fachada de algunos ayuntamientos, como el de Madrid. A ver si es verdad. A ver si las instituciones públicas son capaces de acoger a los refugiados con verdadera disposición, y de paso recordar que hay otros miles de ellos de otros países, otras guerras y otros colores que siguen esperando “en el recibidor”, como cantaba Serrat en aquella Disculpe el Señor:

Se nos llenó de pobres el recibidor/

Y no paran de llegar/

Desde la retaguardia por tierra y por mar”

Una situación extraordinaria requiere medidas y actitudes extraordinarias. Y la primera mirada debe ser esa, la de la cercanía y la comprensión como seres humanos, como ciudadanos y como padres.

La segunda debe llevarnos al compromiso, al esfuerzo y la generosidad apelando a nuestra condición de seres humanos solidarios. Y hay una tercera de exigencia democrática pero contundente a poderes e instituciones para que no despachen todo este drama con un reparto de fondos y personas –como siempre– sino que se exploren con mente abierta y verdadera disposición posibilidades de acogida en la Europa que nació con la solidaridad como bandera, y de ayuda contundente y efectiva en los países de origen.

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