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Muros sin Fronteras

No hay Catalunyas en los Balcanes

No soy constitucionalista ni abogado; solo soy un periodista que conoce un poco los Balcanes tras una veintena de viajes y varios meses de vivencia sobre el terreno. Cubrí las guerras de los años noventa y varias de sus postguerras. También conozco Kosovo, de cuya independencia informé desde Pristina en febrero de 2008.

El procés soberanista en Catalunya, iniciado hace tres años y escenificado el lunes en el Parlament, tiene poco que ver con lo ocurrido en esta pequeña república de mayoría albanesa. Tampoco es comparable con lo sucedido en Croacia, Bosnia-Herzegovina (BiH) o Montenegro.

El único país de la antigua Yugoslavia que podría presentar alguna similitud es Eslovenia, que inició su desconexión unilateral el 25 de junio de 1991.

La guerra posterior duró diez días y causó la muerte de 18 eslovenos y 44 yugoslavos, además de 12 extranjeros. Las tropas federales se retiraron presionadas por la UE; Belgrado consintió la secesión para concentrarse en las dos guerras que vendrían a continuación, la de Croacia y Bosnia. En ambas estaba en juego el futuro de miles de serbios que vivían en estos territorios. No así en Eslovenia, una república yugoslava casi étnicamente pura, compuesta en un 84% por eslovenos y con un idioma diferente al serbo-croata que hablaban más del 90% en el momento de la ruptura.

Eslovenia logró su Estado porque tenía el apoyo de Alemania, su mentor. Eslovenia tiene 20.273 kilómetros cuadrados y una población que no llega a los dos millones de habitantes frente a los 32.114 kilómetros cuadrados y 7,5 millones de habitantes de Catalunya. Eslovenia tiene relaciones históricas con Austria y Alemania; basó su desconexión en un referéndum ilegal que obtuvo un 95% de respaldo a la independencia (con un 93,2% de participación).

En el caso de Croacia, la comisión de sabios de la UE, en la que estaba Francisco Tomás y Valiente, recomendó a Bruselas no aceptar los planes secesionistas de Zagreb mientras que no se produjera una reforma en su Constitución que diera autonomía a los serbios, concentrados en la Krajina y en Eslavonia Oriental. La presión alemana fue esencial para que la UE reconociera al nuevo Estado.

La guerra comenzó cinco minutos después. Belgrado, a través del Ejército Yugoslavo en manos de los serbios, se lanzó a defender su población, un 12.16% del total.

Casi cinco años de guerra (si contamos Krajina hasta la caída de Knin) causaron miles de muertos y decenas de miles de personas sin hogar, expulsadas de sus tierras, la mayoría serbios. Croacia fue un entrenamiento para Bosnia, dividida entre bosniacos (en las ciudades), croatas y serbios. Mostar es la ciudad que simboliza aquella locura.

Fue una guerra a tres y a veces de dos. Desde la primavera de 1992, los aliados croatas y bosnianos iniciaron una guerra dentro de la guerra. Serbia se llevó la fama, con justicia, pero Croacia logró ocultar su historia más negra.

Eslovenia y Croacia están en la UE; Bosnia sigue en tierra de nadie, hundida económicamente, con una paz alcanzada en los Acuerdos de Dayton que le impide liberarse del traje de Frankenstein, la arquitectura política organizada por la UE y EEUU que más parece una camisa de fuerza. Fue paz con injusticia: Foca y Srebrenica quedaron en manos de los amigos políticos de los asesinos. No hay que confundir la paz con el cansancio de guerra.

El caso de Montenegro es el que más se parece a los precedentes de Quebec (dos veces) y Escocia. Hubo un referéndum organizado por la UE bajo la condición de superar el 55% de síes. En este caso ganaron los independentistas por un 56%.

La otra independencia balcánica es la de Kosovo, provincia serbia desde el hundimiento del imperio otomano. Slobodan Milosevic suspendió su autonomía en 1989 junto a la de Voivodina es un acto de afirmación nacionalista. Kosovo siempre fue el estercolero de Serbia. Pocas inversiones y una zona de castigo para funcionarios caídos en desgracia. En los años noventa surge una guerrilla, el Ushtria Çlirimtare e Kosovës (UÇK), que Milosevic alienta con su política de apartheid y represión. En Kosovo vivían dos millones de personas, más del 85% albaneses.

En 1998, Milosevic se lanza a una guerra contra el UÇK que provoca la expulsión de la mitad de la población y la intervención de la OTAN en 1999. Kosovo se convierte en un protectorado de la ONU, ahí sigue más o menos pese a su independencia.

No miremos a los Balcanes, por favor

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La caída de Milosevic en el año 2000 y la llegada de un demócrata como Zoran Djindjic al poder abrió la posibilidad de negociar una autonomía. El asesinato de Djindjic en marzo de 2003, en vísperas de la guerra de Irak, devolvió el poder a los nacionalistas. La comunidad internacional estuvo nueve años sin saber qué hacer. Pedir que Kosovo volviera a Serbia cuando la música que partía de Belgrado era similar a la de Milosevic era como exigir a una mujer maltratada que regrese junto al marido maltratador por el bien de la escalera de vecinos.

Ante la inacción internacional y la parálisis serbia, la independencia se impuso como la única salida. Kosovo se independizó con el apoyo de EEUU, Alemania, Francia, Reino Unido y otras potencias. Pese a estos apoyos, el país es hoy un desastre, con una población joven que ansía escapar de un presente sin futuro ni esperanza.

Tras el 27-S en Catalunya, el padre del intento independentista escocés, Alex Salmomd, declaró que "ahora hay legitimidad para exigir un referéndum". Sin legitimidad clara, el apoyo exterior es una quimera. Les recomiendo la lectura de este informe de la agencia Reuters destinado a los inversores internacionales: “Desconectados de la realidad”.

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