Muros sin Fronteras

Quién se acuerda ya de París

En Siria pueden suceder dos cosas: que la situación continúe igual de mal o que empeore irremediablemente. Hay demasiados actores bombardeando el mismo territorio empujados por los motivos más diversos y contradictorios que resulta casi imposible que no se produzcan incidentes. Cuando Francia y Rusia parecían haber acordado una cierta sintonía de acción, y el Reino Unido y EEUU exploraban fórmulas para generar un objetivo común, Turquía se sale del guión y derriba un bombardero ruso SU-24 sobre Siria. Derribar aviones rusos o estadounidenses nunca suele ser una buena idea. Vladímir Putin lo calificó de "puñalada en la espalda" y ha prometido consecuencias.

Ankara sostiene que el aparato violó su espacio aéreo, pero Moscú lo niega. Ankara afirma que lleva semanas advirtiendo a los rusos sin obtener satisfacción a sus demandas. Lo que trata de demostrar el Gobierno turco con este acto hostil, casi de guerra, es que es un país soberano, una potencia regional a la que no se la puede ningunear y que en su estrategia política y militar no pasa por aceptar a Basar el Asad como solución.

Turquía ha sido junto a Arabia Saudí y Qatar uno de los países más activos en la creación, financiación y ejecución de la guerra santa (yihad) contra el régimen. Pese a algunos quiebros en los últimos meses, como el de empezar a bombardear a Daesh junto a sus kurdos del PKK, Recep Tayyip Erdogan está y sigue estando en el bando contrario al de Vladimir Putin y de Irán. Sus acciones contra Daesh son una cortina de humo para justificar los ataques contra el PKK. Su objetivo era ganar las elecciones generales por mayoría absoluta, repetidas ahora tras el fiasco de enero. Para lograrlo necesitaba blandir un enemigo y mostrar a Erdogan como un garante de la seguridad.

Turquía es la vía principal en el suministro de armas a los distintos grupos armados: las de EEUU y sus aliados europeos para el Ejército Libre de Siria en las primeras fases de la guerra, en 2012 y 2012, y las de las monarquías del golfo para el Frente al Nusra y el ISIS, que era el nombre por el se conocía a Daesh, además otros grupos más o menos radicales. Su frontera ha sido zona de paso de combatientes extranjeros y de contrabando en las dos direcciones. Es una de las vías que emplea Daesh para exportar su petróleo a través de las redes de estraperlistas turcos. Este trajín reporta beneficios en el lado turco. La guerra es un buen negocio mientras se mantenga al otro lado.

A EEUU y Reino Unido, tan países de la OTAN como Turquía, tampoco les gusta Asad, más por razones prácticas que de vergüenza torera de dar un pirueta de este tipo después de cuatro años de lubricar la lucha anti Asad. Ni Washington ni Londres creen que el Ejercito de Asad esté en condiciones de recuperar el territorio perdido en Siria y mucho menos de volver a ejercer su autoridad sobre las zonas suníes, muy castigadas por sus bombardeos con barriles explosivos y su política de tierra quemada. Ambos desearían reemplazarle por una figura algo menos quemada que permita un pacto del régimen con los grupos menos radicales y hacer junto frente común contra Daesh.

El derribo del bombardero ruso nos ayuda a ver los riesgos potenciales de la situación. En el peor de los casos, Siria podría ser el escenario de algún tipo de conflicto entre Rusia y la OTAN, una segunda vuelta de Crimea y Ucrania con mayores peligros reales. Los apologistas del fin del mundo y de la tercera guerra mundial creen haber encontrado por fin la mecha del apocalipsis. Es posible, pero no conviene precipitarse.

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EEUU y Francia, sobre todo, son los primeros interesados en rebajar la tensión y evitar que la guerra principal contra Daesh se distraiga en guerras paralelas. El Pentágono ya ha advertido que es un asunto entre Turquía (país de la OTAN) y Rusia y que no conviene distraerse de lo esencial: Daesh.

Los muertos de París parecen haber quedado atrás en la memoria y en las prioridades, como los muertos del avión de pasajeros ruso que estrelló en el Sinaí. De los atentados hemos pasado al cerco de Bruselas y al barrio de Molenbeek, elevado a la categoría de nido de terroristas, otra propaganda más que desoye una realidad compleja. Ya ni siquiera nos acordamos de los bombardeos sobre Raqqa de George W. Hollande, que así parece llamarse ahora, ni resaltamos el atentado de Túnez. Hoy todo es avión ruso regado con un poco de xenofobia y refugiados y una agitación constante del miedo, de un miedo múltiple que nos obliga a plegarnos ante las ocurrencias de nuestras autoridades.

El peligro no está solo en que un incidente como el del bombardero ruso prenda una mecha peligrosa e incontrolable, sino en la misma velocidad física y mental de los acontecimientos; es como si todo el pensamiento hubiera quedado reducido a un tuit o a un trending topic. Tanta rapidez no nos permite pararnos a pensar en lo esencial: necesitamos de una vez un maldito plan para terminar la guerra de Siria.

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