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Mujica, la reforma fiscal y el 20-D

Pepe Mujica es un progresista muy uruguayo y muy universal que sabe más por viejo que por diablo, un tipo curado de espantos que no ha renunciado, sin embargo, a la valentía posible. En la noche del pasado domingo, vi en laSexta la entrevista que le hizo Jordi Évole. El expresidente de Uruguay dijo muchas cosas sabrosas, pero ahora quiero retener ésta: “Que el capitalista haga plata, pero yo le tengo que cobrar impuestos para repartir”. ¡Bravo!

Ahora que en España estamos en campaña electoral, déjenme recomendarles que no crean a los candidatos que digan ser de izquierdas y no propongan una reforma fiscal que haga pagar más a las grandes fortunas, empresas y entidades financieras. Ésta es, más que nunca, la principal línea de demarcación entre los políticos que trabajan para el Ibex 35 y los que quieren intentar mejorar la situación de la mayoría de la gente. En España, como en todo el mundo, los últimos lustros, los que arrancan con el triunfo de la ideología neoliberal representada por la pareja Reagan-Thatcher, han conocido un obsceno proceso de reducción de impuestos para la minoría adinerada –la que cuenta sus ingresos anuales en millones de dólares o euros– y de soporte creciente de la carga fiscal por los asalariados, los autónomos y las pequeñas empresas. Dos de sus resultados ha sido, lógicamente, el aumento de las desigualdades de renta y la existencia de menos fondos para la protección social.

Desconfíen también de esos políticos supuestamente de izquierdas si, aun asegurando que proponen esta reforma fiscal, no declaran ser plenamente conscientes de que se enfrentarán a resistencias titánicas. Antes incluso de que hayan creado una comisión de expertos para estudiar sus líneas maestras, serán amenazados con represalias terribles: fuga de capitales, desinversión nacional y extranjera, cierres patronales y lo que todo ello conllevaría de pérdidas de puestos de trabajo. Esas amenazas tendrán mucho eco en los grandes medios de comunicación, no en vano sus dueños son de los que tendrían que pagar más. Lo más probable es que la mayoría de la población se asuste.

La esencia del capitalismo es la codicia, el deseo de hacerse cada vez más rico. Esto puede ser positivo cuando se traduce en propuestas de bienes y servicios novedosos que mejoran la vida de la gente y crean empleos. Si esos empleos están bien retribuidos, mejor que mejor: generarían mayor consumo y, en consecuencia, puestos de trabajo adicionales. Pero la codicia puede ser desastrosa si, como hemos visto en esta crisis, se transforma en especulación financiera e inmobiliaria, en mero jugar con humo. La regulación es, pues, imprescindible para prevenir los triles. Pero tanto en uno como en otro caso, el pago de impuestos por el sistema progresivo –cuanto más ganas, más porcentaje pagas– es el único instrumento para que los gobernantes elegidos democráticamente puedan intentar corregir desigualdades y garantizar a todos los ciudadanos unos niveles mínimos de vida decente.

Es el “reparto” al que aludía Mujica. Antaño se le llamaba socialdemocracia y era denigrado como reformismo social-traidor por la izquierda revolucionaria, la que seguía el camino de Lenin. Pero ocurrió que la socialdemocracia oficial se fue adhiriendo al neoliberalismo con los Tony Blair y compañía. Creyó que podía seguir ganando elecciones con dos elementos: 1.- Progresismo en cuestiones que no afectan al bolsillo de los ricos –los derechos civiles, por ejemplo– y 2.- Mayor gasto social que la derecha dentro del marco neoliberal. Este cometa pudo volar mientras el viento del crecimiento fue fuerte, pero se estrelló patéticamente cuando llegó la crisis y se desinflaron los ingresos fiscales.

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Ocurrió también otra cosa: la Unión Soviética se desmoronó, revelando que no sólo no ofrecía libertades a la gente –lo que siempre le había sido reprochado por la socialdemocracia oficial–, sino que, además, era un desastre económico. Una de las consecuencias de este desmoronamiento fue que buena parte de la izquierda revolucionaria comenzó a evolucionar hacia las posiciones tradicionalmente defendidas por, digamos, el sueco Olof Palme. Y así llegamos a la curiosa situación de que, a pocas semanas del 20-D, Podemos e Izquierda Unida hacen propuestas más genuinamente socialdemócratas que el PSOE.

El capitalismo neoliberal le lleva una inmensa ventaja a los que hoy enarbolan las banderas socialdemócratas de toda la vida. Obviamente, una situación mucho más poderosa en lo político, lo ideológico, lo mediático y lo económico. Pero tampoco es desdeñable que de veras actúa a escala global y con una unidad berroqueña en la defensa de sus intereses corporativos. Un ejemplo reciente: la triste experiencia del pulso del gobierno griego de Syriza con la Unión Europea de los banqueros.

La desgracia de la izquierda es la desunión”, le dijo también Mujica a Jordi Évole en la noche del pasado domingo. Exacto, querido Pepe: el espíritu del Frente Popular de Judea.

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