El Vïdeo de la Semana

Ni perdedores ni mediocres

La semana nos trajo el discurso del Rey, ampliamente comentado y creo que con mucho recorrido analítico aún por delante. Pero arrancó con un encuentro de altísimo significado político que propició una imagen que estará tiempo, mucho tiempo, entre nosotros. Más que la de Felipe VI hablando a España desde un salón del Palacio Real. La entrevista en Moncloa entre el inquilino provisional, Mariano Rajoy y el aspirante Pedro Sánchez, nos ha dejado para la crónica política de estos tiempos la impagable imagen de dos tipos que no se aguantan pero han de verse las caras para iniciar un diálogo que amortigüe las consecuencias de su derrota electoral. Lo sepan a ciencia cierta o no, el caso es que son dos perdedores tratando de evitar su defunción política.

Rajoy ha sido incapaz de aprovechar el repunte del ciclo económico y la mejora de las grandes cifras, y Sánchez de infundir verdadera confianza incluso en su propio partido. El primero no entendió –y a estas alturas es posible que aún no lo haya hecho– el valor que la sociedad concede a la honestidad, la independencia y la humildad, y el segundo que para ilusionar hay que presentarse con la casa limpia e ideas nuevas. Sus hechos y omisiones han contribuido al desencanto de una sociedad que ha preferido a lo malo conocido lo incierto por conocer, pero que al optar por ese camino ha dibujado un paisaje político que exige claridad de ideas, responsabilidad, determinación y algunas dosis de esa grandeza que es la de saber renunciar. Si hay fin del bipartidismo tiene que ser para que la política cobre una altura que hasta ahora era desconocida por aquí.

De elecciones e instinto animal

De elecciones e instinto animal

Y no creo que la tengan ni Sánchez ni Rajoy. Lo han demostrado ya con su propia acción política. Y el socialista con el lastre añadido de que, a pesar de su puñetazo en la mesa de las últimas semanas, sigue siendo abiertamente cuestionado en casa. Rajoy también, pero mucho menos; por ahora. Tampoco estoy seguro de que alguno de los recién llegados atesore las virtudes necesarias para este tiempo más complicado y más grande, pero cabe ante ellos el beneficio de la duda por mucho que Ciudadanos, recuperándose aún de las heridas por lo que iba a ser y no fue, aluda a la necesidad de responsabilidad de Estado sin sustanciar un plan preciso, y Podemos se haya autoerigido en juez de la situación que traza líneas rojas y otorga licencias de legitimidad.

Las urnas dejaron el domingo un paisaje para cuya gestión se necesita una alta cualificación política y moral. Hace falta algo tan nuevo aquí como el músculo democrático que envidiamos en otras latitudes, tan inusual como la disposición a hacer política más allá de los cuatro años de legislatura o incluso más allá de alguna que otra convicción propia en aras del bien común.

Como dice mi admirado compañero de página Ramón Lobo, empieza el juego. Se acabaron las mayorías parlamentarias y arranca la mayoría de edad de la democracia. Ya no hay sólo dos. Pero si esos dos quieren seguir en el terreno de juego tendrán que cambiar a los titulares. Aquí el perdedor no puede, como en el cine, ser legendario. No es ya tiempo de perdedores ni mediocres.

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