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La política, que todo lo mancha

La víspera de la constitución del Congreso tuve una reunión profesional en Valencia a la que asistió una mujer joven con su bebé en un carrito. Acude con él a encuentros de trabajo con frecuencia. La razón no es sólo práctica –no siempre tiene con quién dejarle– sino también pedagógica, didáctica; considera positivo para la criatura acompañar a su madre en su rutina y crear un hábito de normalidad más allá del espacio protector de la casa o la guardería: se asoma desde pequeño a la vida. Una persona que me es muy cercana, bailaora de profesión, tiene dos niños que desde la cuna han compartido con su madre horas de ensayo y hasta algún estreno. En más de una ocasión alguna compañera de oficio ha traído a su hijo al trabajo. Incluso yo, cuando era bebé alguno de los míos.

En ningún momento consideré ni considero perjudicial para los niños esa temprana integración en el universo cotidiano de su madre o de su padre. Obviamente, hay que ser capaz de equilibrar la atención a los niños con la necesaria concentración profesional. Se suele lograr con tacto, atención y a menudo cierta complicidad de los compañeros. Siempre sin dramas, casi siempre sin problemas.

No es infrecuente que profesionales no sometidos a disciplinas horarias o dedicados a tareas creativas se acompañen de sus hijos desde muy pequeños. De hecho, alabamos trayectorias hereditarias de actores o cantantes o músicos cuyos hijos, habituados desde pequeños a compartir horas con su madre o su padre, siguen su camino porque –reconocemos con admiración– “han mamado el arte desde la cuna”.

Es algo que socialmente no parecía invitar a polémica. No es común, pero no molesta. Al menos así ha sido hasta ahora.

De pronto llegó Bescansa y esa normalidad se convirtió en polémica tan sonora como mediocre, tan estúpida como provinciana. ¿La política, que todo lo mancha?

Cuando el jueves tuve la primera noticia de la presencia de Diego en el Congreso mi primera impresión fue muy grata. La decisión de la diputada de presentarse con el niño, me conectaba con una realidad conocida y familiar, absolutamente normal en otros países europeos y en unos cuantos ámbitos profesionales por aquí. Una madre con su bebé siempre me conmueven por la intensidad afectiva de esa relación, por la pureza del diálogo entre dos seres que se necesitan. Traer eso al Congreso, sí que era rupturista y valiente, incluso para la propia señora Bescansa, que parece que valoró aquello tan suarista, tan de Ónega, de “elevar a la categoría política de normal lo que en la calle es normal”, porque es lo que estaba haciendo.

Pero la primera impresión quedó diluida por la fuerza del vendaval circense en que el grupo de la valerosa madre convirtió su estreno parlamentario. Y eso que entendí, como creo que muchas ciudadanas y ciudadanos, el significado de su gesto: hay muchas mujeres a las que la singularidad de su trabajo o las normas de su empresa obligan a buscar alternativas como canguros o guarderías donde dejar a los bebés y cuando no tienen medios para ello han de elegir entre sus hijos o trabajar, con lo que no tienen más remedio que quedarse en casa o pagar un altísimo precio, como muy bien saben muchas mujeres inmigrantes.

Pero, a pesar de lo hermoso y loable de la iniciativa, la cosa quedó engullida por el resto de liturgia formal nivel colegio mayor del grupo de la señora Bescansa, por la cascada de gestos vacíos y chorradas solemnes que en esa sesión tuvieron a bien desplegar algunos de los nuevos. No entraré en detalles, pero sé de buena tinta que lo de prometer con signos de sordos sentó bastante mal a alguna gente que tiene que desenvolverse así a diario. Menos gestos y más iniciativas, esperan ahora.

Así y todo, mucho peor aún que la forma en que se exageró que aquello eran un tiempo y una gente nuevas, fue la desoladora sensación de rancio debate, de paupérrimo nivel en los cruces de acusaciones sobre la presencia de Diego en el Congreso.

Como siempre

Como siempre

Da igual el lado desde el que se dispare, es anecdótico. Lo terriblemente descorazonador, lo que es capaz de amargar a quien haya tenido la ingenua creencia de que éste es un país moderno, es que se haya convertido en asunto de polémica, disputa y hasta coña.

La política, que todo lo mancha. Incluso la imagen de una madre con su hijo en brazos aprendiendo a empezar a vivir juntos.

Así nos va.

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