Plaza Pública

Las lágrimas de Cosette

Javier de Lucas

La repercusión que ha conseguido alcanzar el artista Bansky con sus grafitti y perfomances varias está fuera de toda duda. La penúltima de ellas constituye, a mi juicio, una buena metáfora para entender lo que le sucede a la Unión Europea. Digo lo que "le sucede" porque la UE parece incapaz de actuar por sí misma y actúa casi a remolque de los acontecimientos, de lo que deciden otros actores del panorama internacional. Así se constata ante su incapacidad para hacer frente con un mínimo de coherencia y, por qué no, grandeza, a sus principales desafíos como el que, contra toda evidencia, nos empeñamos en llamar 'crisis de los refugiados' pese a que, como he tratado de argumentar, es algo muy diferente, la crisis del proyecto europeo, que es mucho más incluso que la crisis de la UE.

Vuelvo a Bansky. Su penúltima pieza, estratégicamente situada muy cerca de la embajada de Francia en Londres y que apenas quedó expuesta 72 horas (fue tapiada el lunes siguiente, por empleados municipales), mostraba a la conocida Cosette –el personaje inmortalizado en Los Miserables, de Victor HugoLos Miserables–, envuelta en las lágrimas provocadas por un bote de gases lacrimógenos. Junto a ese dibujo, Bansky incluyó un código QR que, convenientemente escaneado, abría el link a un vídeo de la actuación de la policía francesa el pasado 5 de enero, en uno de los dos terribles campos de refugiados que existen hoy en ese país (junto al de Grand-Synthe, cerca de Dunkerke), el que se conoce como la jungla, en Calais. Ahí se puede comprobar que se emplearon esos y otros medios contundentes contra los refugiados que se amontonan a la espera de su intento de cruzar el canal.

Se trata de los mismos refugiados a los que Cameron estigmatiza de continuo, una cadena de agresiones verbales que suelen emplear él y otros miembros del Gobierno de su majestad, como ha denunciado Jessica Elgot en un magnífico artículo en The Guardian. Baste recordar cómo criticó la actuación del líder opositor Corbyn, el único político europeo que se ha tomado el trabajo de visitar el campo de Calais y enterarse de primera mano de la situación de los refugiados e inmigrantes que malviven en ese basurero. Cameron se refirió peyorativamente a esa visita como un meeting de Corbyn con quienes describió como a bunch of migrants (un “manojo de inmigrantes”, podríamos traducir, enfatizando la acepción peyorativa).

¿Es una anécdota? Sí y no. El incidente parlamentario lo es, a primera vista. Pero, en el fondo, resulta emblemático de la creciente actitud de los Gobiernos europeos hacia 'el problema' o 'la crisis' de los refugiados. Una anécdota más, pero también un símbolo, si como tales entendemos la dimisión (“portazo” lo llamó elocuentemente Libération) de la ministra de justicia Taubira, en su rechazo frente a la orientación restrictiva de derechos y libertades por parte del Gobierno francés de Hollande y Valls, reformas constitucionales incluidas, por no hablar de esa suerte de 'estado de alarma en permanente prolongación'.

Una anécdota, pero también devenida en símbolo, como la 'crisis de Colonia' devenida en crisis estatal, ante el nunca suficientemente explicado episodio de agresiones sexuales en la noche de fin de año en esa ciudad (también en otras, como Hamburgo), supuestamente llevada a cabo por un grupo –un ejército, casi– de mil hombres, árabes o africanos, ineludiblemente vinculados a los refugiados que en número superior a un millón han llegado a Alemania a lo largo de 2015.

Anécdotas no son, evidentemente, las medidas que, a imitación de políticas experimentadas en Suiza y en alguno de los Estados alemanes, han sido recientemente adoptadas por el Parlamento de Dinamarca: la confiscación de bienes a los refugiados, so pretexto de darles un trato igualitario respecto a los ciudadanos daneses que acceden al salario social mensual y a quienes se exige que no tengan fondos superiores a 1.340 euros, por más que resulta evidenteue esa analogía es completamente impropia y, sobre todo, que ese argumento de que la carga económica que representan los refugiados debe ser aminorada por las aportaciones de los mismos refugiados.

No son anécdotas la marcha atrás emprendida por países como Noruega o Finlandia, que han emprendido una política acelerada de devoluciones de refugiados –sin una garantía suficiente de cumplimiento de los requisitos de la Convención de Ginebra de 1951–, en condiciones particularmente severas: son devueltos a Rusia (país que han cruzado esas personas que buscan refugio, bordeando territorio ártico en condiciones de tremenda dureza, después de una travesía de miles de kilómetros). No lo son los muros que crecen no sólo en los países de la UE que pertenecen al 'grupo de Visegrado' (Polonia, Eslovaquia, Chequia y Hungría), criticados como insolidarios, insuficientemente democrático, sino también en Austria o Alemania, por no decir en Ceuta y Melilla, donde España marcó el camino con sus alambradas de cuchillas para “defender la integridad y soberanía” de nuestro territorio.

Suecia y Finlandia expulsarán a la mitad de los que solicitaron asilo en 2015

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Sí, es verdad, la Cosette de Bansky llora como refugiada agredida y llora también por los agredidos con ella, los refugiados, esos nuevos miserables. Esas son las mismas lágrimas ocultas tras la reflexión de Hannah Arendt, quien denunciara con clarividencia que “la historia contemporánea ha creado un nuevo tipo de seres humanos, los que son confinados en campos de concentración por sus enemigos y en campos de internamiento por sus amigos”.

Pero, en realidad, llora por una Europa que se esfuma, que olvida lo mejor que ha atesorado. Llora por el olvido y a traición a los ideales que hicieron de Europa, desde el XVI al XIX, el laboratorio de la esperanza de la humanidad. Por los ideales del humanismo, de la Ilustración, de la Revolución Francesa, del movimiento obrero, del liberalismo y de la socialdemocracia, del Estado de Derecho y del Estado social, que son la libertad, la igualdad, la solidaridad/fraternidad. Una Europa que, frente a la evidencia del estado de necesidad de millones de personas (refugiados e inmigrantes), entona siempre el mantra del orden público, del equilibrio económico, supuestaente puestos en peligro por refugiados e inmigrantes –ilegales, si no incluso terroristas– frente los que hay que tomar medidas serias y eficaces, adjetivos que siempre esconden restricciones y violaciones a los derechos humanos.

Y con ella lloramos los que entendemos que Europa importa más que una UE entendida restrictivamente como espacio de libre mercado y libre comercio, que se reconoce más en el TTIP que en la Convención de refugiados de 1951 o en la Convención de la ONU de derechos de los trabajadores inmigrantes y de sus familias, de 1990. Lloramos, pero debemos actuar, luchar por exigir que Europa no olvide el Derecho, el imperio del Derecho que exige el cumplimiento de deberes contraídos y, por tanto, la prioridad de poner los medios para garantizar el derecho a la vida, a la libertad, a encontrar refugio frente a la persecución y a la miseria. No es por ellos, no es sólo por ellos, refugiados e inmigrantes, los nuevos miserables. Es por nosotros, si queremos seguir mereciendo el noble título (por ahora más ficticio que real) de ciudadanos europeos.

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