Qué ven mis ojos

El enemigo está en casa

“No hay peor ciego que el que prefiere que otros vean por él” .

Si no fuese porque a uno se lo quieren quitar de en medio las nuevas generaciones y al otro la vieja guardia, los aspirantes del PP y del PSOE a La Moncloa y a los bancos azules del Congreso, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, se parecerían como dos gotas de agua. Porque en el fondo, a la hora de enfrentarse a un motín qué más dan barones que delfines: el peligro es el mismo y es tan difícil de esquivar en un caso como en el otro, porque nada separa tanto a los aliados como lo que antes los unía y porque los muros de una fortaleza pueden servir para detener a quienes la asaltan, pero no a los que ya están dentro. En Génova y en Ferraz el enemigo está en casa, los cómplices se han transformado en conspiradores y uno ya casi puede imaginarse a los disidentes de los dos partidos contándose en voz baja y con segundas intenciones aquel chiste en el que alguien le preguntaba a otra persona: “Tú tienes veinticuatro años, ¿verdad?” “Sí, ¿cómo lo has adivinado?” “Porque yo tengo un hermano de doce y es medio idiota…” El que pierde una carrera pierde con ella a todos los que le seguían, y las últimas elecciones las han perdido los dos, aunque sea cada uno a su modo.

“Al suelo, que vienen los nuestros”, decía Pío Cabanillas, antiguo ministro de la dictadura, la UCD y el PP, y famoso, entre otras cosas menos divertidas, por esa frase y por la anécdota que protagonizó con el algún día todopoderoso Manuel Fraga Iribarne: era una mañana de verano, los termómetros echaban humo y al pasar junto a una playa desierta de Galicia, el fundador de Alianza Popular y de sus diferentes sucursales mandó parar el coche y sugirió que se dieran un baño para combatir el calor. "Pero, hombre, si no venimos preparados", dijo el subordinado. "No pasa nada”, le respondió su jefe, “como no hay nadie, nos bañamos desnudos". Se metieron en el agua y les fue peor que en Palomares, porque a los cinco minutos aparecieron por allí un par de monjas que iban de excursión con un grupo de niñas. Fraga, intentando proteger su imagen de hombre público, salió corriendo hacia el coche como alma que lleva el diablo y cubriéndose la entrepierna con las manos, mientras Cabanillas no hacía más que gritarle: "¡La cara, Manolo! ¡Lo que tienes que taparte es la cara!" El actual presidente del Gobierno en funciones tampoco tiene muy claro qué agujero de su barco intentar cubrir, porque el viejo trasatlántico hace agua por todas partes, de Mallorca a Castellón y de Madrid a Valencia. Y ya se sabe que los náufragos, tarde o temprano, acaban comiéndose unos a otros.

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A Mariano Rajoy y Pedro Sánchez quieren hacerles la cama y que sea de matrimonio, pero el candidato socialista no parece que se vaya a rebajar a unir su destino al de quien ahora le tiende la mano que antes usó para aplastar a la oposición a golpe de decreto. En cuanto al puño que apretaba la rosa, hay en Sevilla, Oviedo o Mérida quienes no desean que se abra y veamos lo que hay dentro. Lo único que mueven es un dedo, para señalar con él al lobo feroz, que curiosamente no es la derecha sino Podemos, lo cual explica menos hacia dónde van que dónde les aprieta el zapato. Es muy posible que no se den cuenta o no quieran verlo, pero lo que necesitan no es una venda, sino un quirófano. Ante todo no hagas daño, se titula el libro de memorias del doctor Henry Marsh que acaba de publicar en España la editorial Salamandra y que antes de llegar aquí ha obtenido un éxito clamoroso en Gran Bretaña y en Estados Unidos. En el texto, el neurocirujano cuenta una serie de casos en los que pudo salvar la vida de sus pacientes, aminorar su dolor o hacer que recuperaran alguna de sus capacidades perdidas; pero también habla con amargura e impotencia de las ocasiones en que no pudo vencer a la enfermedad, ni siquiera ralentizarla, y de lo duro que resulta tener por norma no engañar a nadie, tener que mirar a los ojos a quien va a su consulta o a los familiares que aguardan en una sala de espera y decir: “Me temo que tengo malas noticias”. Que alguien se lo regale a Susana Díaz y ella lea el caso de un hombre que discutía con el médico si tenían que operarle el lado derecho de la cabeza o el izquierdo, cuando en realidad él confundía uno con el otro, ya que sufría el síndrome de Gerstmann, que consiste justo en eso. Aquel señor, por suerte, se fio de lo que le decía Marsh y pudo salvar su vida. A ver si el PSOE hace lo contrario, mete el bisturí en la mitad equivocada y no sale del hospital.

Además de ser honrado, hay que parecerlo, suele decirse, y por mucho que le moleste al aún líder de los conservadores que se lo digan de puertas para fuera y para dentro, él no puede dar una imagen de honestidad porque cada vez que le ponen un foco encima proyecta las sombras de Rato y Rus, Mato y Matas, Bárcenas y Barberá, Fabra y Granados… La calle es mía, dijo cuando pudo Fraga, y su discípulo lo ha querido volver a decir cincuenta años después con una Ley de Seguridad Ciudadana que es propia del heredero de un jerarca de la dictadura reconvertido en padre de la Constitución y que lo único que pretendía era tapar la boca a los ciudadanos. Pero no contaba con que el problema de la represión en un estado democrático es que se acaba donde empiezan las urnas, porque lo único que se pueden meter en ellas son papeletas, no el Boletín Oficial del Estado doblado en dos. Así que al final el PP ha pagado el precio de tanto robo, malversación, saqueo y abuso de poder. Algunos de sus cabecillas van camino de la cárcel, otros de vuelta a casa y otros se hacen los invisibles en el limbo del Senado. Pero a ninguno de ellos le saldrá gratis lo que no deberían haber hecho.

En cuanto al PSOE, que a algunos de sus mandamases les parezca tan terrible que su secretario general piense en consultar a sus bases los posibles acuerdos de Gobierno a los que pudiera llegar con otras formaciones, explica hasta dónde han llegado algunos, para qué han usado las banderas y qué cosas se han dejado por el camino, entre ellas una parte de sus siglas. Pedro Sánchez no tiene un problema, sino una gran oportunidad: hay una ese y una o que le están esperando con los brazos abiertos. Si las vuelve a poner en su sitio, el nombre volverá a estar entero. Y él se podrá sentir como el neurocirujano Henry Marsh cuando una de sus complicadas intervenciones acaba bien: merece la pena haber visto el infierno si era lo que había que hacer para conseguir ver a continuación el cielo.

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