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Qué ven mis ojos

El extremismo de centro

“El retrógrado es quien sólo llega demasiado lejos a fuerza de dar pasos atrás”.

La política, al parecer, es lo contrario de la geometría, porque en ella, al menos aquí y ahora, existe el extremismo de centro, una ideología difícil de localizar, debido a que sus leyes se escriben con tinta invisible, quienes la practican son maestros en el arte de la hipocresía, mienten más que hablan y, en consecuencia, para saber quiénes son hay que fijarse más en lo que callan que en lo que dicen, hay que leer sus discursos entre líneas y, sobre todo, hay que aprender a juzgar sus actos al margen de sus palabras. Hacer eso ayuda a entender cómo es posible que sean ellos, los supuestos moderados, esos mismos que venden equidistancia y neutralidad, los que han destruido el sistema que dicen defender: el neoliberalismo es lo contrario del estado del bienestar.

Un ejemplo de radical de centro, ya que eso último es lo que asegura ser el Partido Popular, es su concejal y hombre fuerte de Palafolls, Barcelona, que acaba de llamar “gentuza” a las personas de izquierdas y ha dicho que “Ada Colau estaría limpiando suelos si ésta fuese una sociedad seria y sana.” Que no lo hayan cesado a los tres minutos de soltar esos disparates explica en qué partido está: en uno donde la ultraderecha tiene sitio y los ladrones han guardado tres décadas las llaves de la caja fuerte, como quedó demostrado de nuevo este mismo lunes, cuando el juez del caso Imelsa acaba de imputar otra vez al partido, en esta ocasión por blanqueo de capitales, que eso sí que es vergonzoso y no fregar escaleras, un trabajo tan digno como cualquier otro. Si sumamos eso a Bárcenas, Rato, Matas, Granados, Barberá, Fabra, la Gürtel, la Púnica, la operación Taula y demás, es posible que nos dé como resultado ese país que le gustaría a ese sujeto que ahora califica a la alcaldesa de Barcelona de “descerebrada llena de odio, vaga incorregible y anticatólica”, pero que hace muy poco exigió “el cierre temporal de todas las facultades de Sociología y Ciencias Políticas por ser fábricas de marxistas”; describió como “chusma” a “los iglesias y monederos de turno”; exigió aplicar de manera inmediata el artículo 155 de la Constitución para suspender la autonomía de Cataluña; propuso declarar su pueblo “territorio libre de mezquitas” y pidió “derogar algunas de las peores leyes del zapaterismo, entre ellas la del matrimonio entre personas del mismo sexo, la ley de la Memoria Histórica y la de Violencia de Género”, esta última porque sostiene que la mayoría de las denuncias por maltrato son “literalmente falsas” y porque, según declaraba en una entrevista publicada en Alerta Digital, se alientan porque son una fuente de ingresos para las arcas públicas: “Cada vez que en España se tramita una denuncia falsa de malos tratos, el Gobierno recibe más de tres mil euros de subvención de la UE. No importa si esa demanda termina en la papelera a los cinco minutos, (…) porque admitirla genera mucho dinero que las hembristas se reparten como buitres atacando la carroña. Las denuncias falsas por malos tratos las promociona el Estado porque se trata, sin duda, de un negocio rentable.” Después de oír todo eso y algunas otras cosas, en un país donde en 2015 fueron asesinadas sesenta y cuatro mujeres y en lo que va de 2016 ya ha habido trece víctimas de la violencia doméstica, la última este mismo lunes en Gijón, no se sabe qué es peor, si que el PP no lo haya echado y de momento se contente con mandar el tema a su Comisión de Derechos y Garantías, o que el Foro Europa 2001 le concediera hace unos meses el Premio Ciudadano Europeo, “en reconocimiento a su trayectoria profesional, laboral y humana, por su gran dedicación a su trabajo personal, profesional y político.” ¿Qué buscan las manos que cuelgan las medallas?

El portavoz del PP en Palafolls, claro, también se siente traicionado por los suyos porque los ve poco de derechas, imagino que más o menos de la misma forma que los terroristas de la Falange consideraban poco fascista al Funeralísimo, como lo llamaba Rafael Alberti, y se queja de la pasividad de la Iglesia frente a Colau y otros enemigos de su fe, un quedarse de brazos cruzados que “es muy diferente a la acción de cientos de mártires que en los años treinta fueron asesinados por su compromiso cristiano”, para preguntarse a continuación: “¿No se da cuenta de que esto le llevará otra vez a sufrir lo que entonces?” Pues mire, no, por ahí no pasamos, y aunque todavía quede quien parezca echar de menos lo que nunca debió pasar, aquí no va a haber ninguna guerra civil. Eso sí, ya sabemos dónde habría estado usted en aquellos tiempos y no hace falta más que escucharle hoy para imaginar lo que habría hecho ayer.

Una espiral de violencia

En una democracia no se puede negociar todo, porque entonces sería admitir que es tolerable dejar los principios para el final, tal y como hicieron algunos de los santos de la transición y ahora vuelven a hacer los neoliberales; y por supuesto que deben tener cabida todas las ideas pero no todas las mentalidades, cuando algunas son del tipo que estamos comentando, es decir, una negación del sistema en sí mismas. Lo que dice el jefe del PP en Palafolls da rabia, da asco y da pena, pero sobre todo indignará a cualquier persona cabal, sea cual sea su ideología, porque sus mensajes no incitan más que al odio y son un veneno para la convivencia. Y quienes los toleran, los avalan. Los extremistas de centro, qué peligro.

La joven poeta Irene X incluye en su último libro, No me llores, publicado por la editorial Harpo Libros, un poema titulado “La sierra” que hay pocas posibilidades de que lea el concejal de Palafolls, menos aún de que lo entienda y ninguna de que le haga gracia, pero como él creerá en milagros, le copio unos versos, por si las moscas y para que aprenda que hay una cosa llamada superioridad moral, que es la que tienen las personas que defienden la libertad y la razón sobre los apóstoles de la barbarie: “Siempre tengo una sonrisa / para los que visten de Prada cuando van a votar al enemigo. /(…) Una sonrisa para el que me cierra la puerta en las narices y no le importa si sangro. / (…) Para la vecina que no me saluda. / Para el abuelo del bájate la falda. / (…) Para el policía del vete a otra parte. / Para el que no quiere que me case con una mujer. / Para el que opina que con ella criaría un niño como un árbol torcido. / Para el que marca mi pseudónimo en la casilla de la iglesia. / Para el que le quitó a tu abuela la casa donde tú conociste el sabor de las torrijas. / Para el del “mujer tenías que ser.” / (…) Una sonrisa llena de dientes. / Una sierra, dispuesta a hacer sangre. / Pero ellos, / pobrecitos ellos / que no lo saben, / para mí no tienen nada.”

Exacto, hay gente como ese concejal de cuyo nombre me niego a acordarme que no tienen absolutamente nada que ofrecer y, por añadidura, viven en un mundo al revés. Dele la vuelta y descubrirá que ésta ya es una sociedad seria y sana, cuya única desgracia es haber estado en malas manos, y el que parece una broma -sin gracia- y resulta insano, es usted.

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