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Monedas europeas

Esta es la ciudadanía que parece marcar la pauta.

Unos tipos que se dedican a humillar a desarrapados en cualquier rincón del mundo son ofensivos y uno piensa que no sólo merecen castigo legal sino también alguna suerte de sanción social, de esa que margina a los abusadores, a los que se aprovechan de los que son más débiles.

Pero resulta que en estos días de inmundicia moral en el continente de los valores democráticos, estos comportamientos no resultan tan sorprendentes a la luz de la doctrina pública de esta Europa nuestra (o de ellos).

Si una institución como la Unión Europea es capaz de poner a los refugiados al filo de la deportación y los deja en manos de un país como Turquía que persigue con más ahínco a la prensa y a las mujeres libres que a los traficantes de personas, no parece tan extraño que grupos de nacionales de ese continente europeo se dediquen a mofarse de otros parias más cercanos humillándoles entre risotadas y brindis cerveceros.

Alguien podrá contraponer a esta impresión el hecho de que se trata de sujetos de discutible catadura moral e inmerecida condición humana integrantes de ese rebaño socialmente despreciable de los radicales del fútbol, pero es posible también que a ese argumento relativamente buenista y bienpensante se pueda argumentar el hecho cierto de que no hemos visto actitudes así de pública humillación ni siquiera a estas violentas hordas capaces de matar por el delito de portar la camiseta contraria.

Este tiro al extranjero pobre –al rico le ven de otra forma, sobre todo si juega al fútbol– es una liturgia insólita que coincide precisamente con un momento en que extranjeros pobres vestidos de forma parecida invaden el salón de nuestras casas a través de los telediarios incomodando nuestra rutina y a veces hasta inquietando por si vienen a quintarnos lo nuestro y a matarnos.

Los gobiernos y las instituciones no tienen entre sus obligaciones hacer pedagogía. Pero la imagen que se está dando desde la Unión Europea con el desconcierto y la falta de criterio ante la forma de tratar a los refugiados, huyendo de su obligación humanitaria de generosidad internacional consagrada por la Convención de Ginebra e impulsada por Naciones Unidas, puede estar empezando a tener una derivación de la que quién sabe si el ejemplo de las monedas a las mujeres rumanas no es una primera manifestación.

Sea o no así, la coincidencia resulta llamativa.

Y en todo caso sería más cómodo pensar que el comportamiento de estos animales tiene más que ver con la falta de compromiso con la información y la conciencia desde Europa sobre el papel de los nuevos parias de la tierra, que concluir lo contrario: que Europa en realidad no hace sino reflejar desde sus instituciones un comportamiento social cada vez más alejado no sólo de las ideas de solidaridad y democracia que alimentaron la idea de Europa, sino del más mínimo sentido de la humanidad.

Me malicio que hay que seguir la pista de estos cretinos de las moneditas.

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