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Hemisferio miserable

Adornamos nuestros monumentos emblemáticos con luces de colores por las banderas heridas, emitimos comunicados de enérgica condena a los terroristas que matan sin mirar a quién y nos solidarizamos sinceramente afectados con los familiares de las víctimas, mientras en nuestras fronteras otras víctimas de esos mismos terroristas y la guerra que han provocado son tratados como animales y la única solidaridad que reciben ante nuestro higiénico bloqueo es la de las ONG, con las cuales Occidente en general y Europa en particular lava su conciencia de hemisferio miserable.

Que somos eso, hemisferio miserable.

Pero no sólo porque se nos llene la boca de solidaridad con unas víctimas mientras a las otras las tiramos al mar.

¿Acaso no es miserable pretender que estos atentados se producen sólo contra nuestro sistema o nuestra cultura? ¿Es que ignoran los políticos o instituciones que este terrorismo global y autoetiquetado islámico despliega su guerra sobre todo en lugares culturalmente más próximos a esa etiqueta? Cuando escucho a un político decir compungido que atentados como los de Bruselas o París son agresiones a nuestro sistema o a nuestra cultura me pregunto si es imbécil o si es que se piensa que lo somos los demás. Porque debería saber, o al menos no ocultar a los destinatarios de su mensaje, que más del ochenta por ciento de las víctimas de esa organización criminal conocida como Estado Islámico muere en países de religión o cultura musulmana. Para empezar, en los territorios que controlan. ¿No es esa una forma miserable de marcar diferencias entre víctimas? ¿O peor aún, de empezar a asimilar a esas otras víctimas a sus propios verdugos?

Esa mirada excluyente es el primer paso para justificar el trato que estamos dando a las otras víctimas del terror.

Pero hay más miserias.

¿Acaso este Occidente rico y armado está aplicándose con toda la determinación necesaria en cortar las vías de acción y financiación de los terroristas? Hay países, organizaciones y empresas particulares que se benefician del contrabando de petróleo en el que Estado Islámico tiene su principal fuente de riqueza. Hay bancos que acogen y miman el dinero de esa organización. Hay mediadores en capitales financieras que mueven ese dinero. Hay bufetes de abogados que defienden sus intereses. Hay países y compañías de armamento cuyos productos terminan en poder de Estado Islámico, y no siempre es material de segunda mano. Y todos ellos son “occidentales”

¿No es esto miserable?

Hay una suerte de hipocresía institucional y en parte también social que se ejerce con descaro ante estos crímenes universales. Ejecutados, por cierto, por grupos cuyo origen no es ajeno a viejas estrategias globales de Occidente.

No está de más recordarlo ante el dolor por la última acción terrorista ejercida además en un país como Bélgica, que hasta ahora no se había tomado en serio esta guerra.

El fracaso no es nuestro

El fracaso no es nuestro

Porque esto, no lo olvidemos, es una guerra. Y no de civilizaciones o de culturas, o de sistemas. Tampoco de religión. Es una guerra de poder y privilegio; de control de recursos y territorio.

El hemisferio miserable sigue, aparentemente, sin enterarse. O quizá sí, pero mejor no demostrarlo, no sea que tenga que dejar de ser hipócrita y ejercer la responsabilidad que le corresponde tratando igual a todas las víctimas, cortando de verdad las venas financieras del terrorismo y aplicando de una vez la contundencia en la respuesta a quienes buscan y siguen preparando una guerra sin diálogo, negociación ni cuartel posible.

Hay que hacer algo más, mucho más, que declaraciones institucionales, condenas y hermosos diseños de luces de colores.

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