Qué ven mis ojos

Ladrones de guante blanco

“Ser un incauto es que cuando descubras lo que estaba roto, ya no tenga arreglo”

Siempre ha habido ladrones de guante blanco, de esos que no se ensucian las manos con sus propios delitos y miran por encima del hombro a aquellos a quienes desvalijan, tal vez porque ignoran que la dignidad no depende de lo que poseas, sino de cómo lo hayas conseguido. Ellos, sin embargo, no lo ven así y cuando vacían las cajas fuertes donde va a parar el dinero de todos, no piensan que se lleven lo que no es suyo, sino al contrario. Que Esperanza Aguirre, condesa de Bornos y de Murillo, describa la Puerta del Sol durante el 15-M como “una pocilga muy fotogénica” o que el alguna vez muy honorable Jordi Pujol, según acaba de denunciar ante la policía un testigo, se llevase también a sus paraísos fiscales el tres por ciento de los sueldos de los funcionarios de la Generalitat pero cuando comparece en el Parlament se dedique a aleccionar a los diputados, son dos ejemplos que demuestran el absoluto desprecio que esos aristócratas de la política sienten por los ciudadanos. Y es una de las razones de que durante la crisis que ellos inventaron hayan causado baja en la clase media tres millones de españoles, la desigualdad haya crecido un 75% y la renta de los hogares de nuestro país se haya hundido cerca de un 20%, casi lo mismo que ha aumentado el patrimonio de las doscientas mayores fortunas del país. Al ver esos números, uno se queda sin palabras; y al oír de qué forma tratan de justificarlos los cómplices de los salteadores, uno se muerde la lengua.

Quien acusa al insaciable Pujol, en cuyo apellido quizás no estén por casualidad las letras que hacen falta para escribir la palabra “lujo”, es un banquero, y el estudio que certifica la destrucción del Estado del Bienestar por parte de los vampiros neoliberales, lo han llevado a cabo la Fundación BBVA y el Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas. Por supuesto, el mundo de las finanzas no se atribuye ninguna responsabilidad en lo que ha pasado y a día de hoy sigue ocurriendo, igual que si al transformar la realidad en una serie de cifras y porcentajes, las personas que la sufren se convirtieran en algo inanimado, en una abstracción. Pero lo cierto es que la gente sigue de capa caída, el paro sube, los sueldos bajan, la epidemia de la precariedad laboral se extiende y a cambio las entidades financieras intervenidas por el Estado y rescatadas por todos nosotros, han repartido mil millones de euros en dividendos entre sus accionistas, desde 2011 hasta ahora. Y no todas han devuelto las ayudas que el Fondo Ordenado de Reestructuración Bancaria (FROB) les dio para que pudiesen salir del agujero que habían cavado al buscar el tesoro. Bankia, sin ir más lejos, distribuyó el año pasado 202 millones con cargo a los beneficios de 2014, que fueron de 747, y éste ha ganado 1.040 y va a repartir otros 302. Todo eso estaría muy bien si no fuese porque su rescate nos costó 22.424 millones y hasta la fecha sólo ha devuelto 1.626. Por lo que se ve, la macroeconomía consiste en que las cuentas no salgan pero todo encaje.

En qué se distinguen robar y ser un ladrón

Los ladrones de guante blanco son así, altivos y lejanos, porque viven a años-luz de la oscuridad que provocan; suelen actuar sin tomar parte en lo que hacen, pagando a otros para que ocupen su lugar a la hora de hacer el trabajo sucio, asuman los riesgos que sean necesarios y si la cosa sale mal, carguen con las culpas. A estas alturas, ya no son un problema, sino una plaga, porque nunca ha habido tantos como ahora ni le han vaciado los bolsillos a tantas personas, que son sus víctimas aunque en algunos casos también sean sus cómplices y les vuelvan a dar sus votos. Pero no esperen que sientan el más mínimo arrepentimiento, porque eso no es algo que le pueda ocurrir a quien sólo cree llevarse lo que le pertenece. Visto desde esa perspectiva, es más fácil entender que, después de exponer el problema, la solución que dan sea la de siempre: hay que hacer más recortes. Naturalmente, no especifican a quiénes les van a meter la tijera, pero es que eso no hace falta, ¿verdad? Que al cinturón ya no le queden más agujeros no significa que no podamos entregárselo a los capataces, para que nos azoten con él y nos saquen hasta la última gota de nuestra sangre. A los que se nieguen, los llamarán radicales mientras hacen ondear la bandera. Es lo que se ha llamado “capitalismo extractivo”, cuyos métodos surgen de la época de las colonias y la esclavitud y que actúa de la misma forma para llevarse las materias primas de una nación tomada al abordaje que para usar a sus compatriotas como simples bestias de carga: para ellos lo único que importa es que la pirámide se construya, no quién acarrea las piedras.

El Gobierno del PP en funciones y defunciones sostiene que el hecho de que las entidades repartan dividendos ayuda a que se recupere el dinero invertido en ellas y, sobre todo, “es un indicio de la vuelta a la normalidad que da una clara señal de rentabilidad y solvencia a los mercados.” Si para ellos esto que está pasando es normal, no hace falta añadir nada. Es verdad que los bancos empiezan a desobedecerlos, que si anuncian que van a cobrar comisiones dobles y por lo tanto ilegales por sacar dinero de los cajeros de su propia red y el ministro de Economía les amenaza con tomar medidas contra ellos, se parten de la risa, le ponen en su sitio e imponen ese nuevo sablazo a sus clientes, con una chulería digna de los peores rufianes que se hayan visto por este mundo de todos los demonios. Eso sí, rufianes de guante blanco, que es el que mejor combina con el dinero negro.

Sin embargo, la dictadura neoliberal tiene su talón de Aquiles: la democracia. O al menos, ese momento de la democracia que son unas elecciones. En ese instante es cuando cada uno debe pensar si planta cara a quienes lo acosan o se resigna a ser uno de esos “perdedores radicales” de los que habla el escritor Hans Magnus Enzensberger en su libro Ensayos sobre las discordias (Anagrama), a quienes define como seres que han tirado la toalla, que “se apartan de los demás, se vuelven invisibles y esperan su hora.” Y tienen que ponerse del lado de los que los atacan, porque lo que distingue a un perdedor radical es que "él mismo tiene que aportar su grano de arena, tiene que convencerse de que realmente es un perdedor y nada más. Mientras le falte esa convicción, podrá irle mal, podrá ser pobre e impotente, haber conocido la ruina y la derrota; pero no habrá alcanzado la categoría de perdedor radical hasta que no haya hecho suyo el veredicto de los demás, quienes considera como ganadores.” Quizá estaría bien pensar: ¿yo quiero ser esa clase de persona? Y luego decidir si en junio va a votar y a quiénes.

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