Desde la tramoya

La guerrillera y la democracia

El procedimiento ha sido perfectamente legal. El Senado de Brasil ha aprobado la suspensión temporal de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, para que pueda someterse a un "juicio político", un término que sorprende en otras latitudes. Casi dos tercios de los senadores han votado favorablemente, la mayoría necesaria para que en seis meses la destitución pueda ser definitiva.

No hay acusación concreta de corrupción contra la presidenta. No hay proceso judicial contra ella. Se le acusa de haber enjuagado las cuentas públicas brasileñas, muy maltrechas por una crisis económica tan voraz como repentina, con dinero de la banca pública. Y se sospecha que si hay cientos de corruptos que se han repartido el botín de Petrobrás, ella debía saber algo o asumir alguna responsabilidad.

Pero tanto ella como su Lula, su gran aliado y mentor, consideran que la operación no es más que un simple "golpe de estado", por muy legal que parezca. La desafiante ex guerrillera ha prometido dar la batalla, aunque en los últimos tiempos, con un 10 por ciento de aprobación, Dilma no goza ya del apoyo de los brasileños, que la auparon y la quisieron tanto como al viejo sindicalista. Ese "golpe" viene de la mano de su vicepresidente, el hasta hace poco aliado derechista de Dilma, Michel Temer.

Chinchón contra Barcelona

La suspensión de Dilma vuelve a suscitar un interesante debate de la ciencia política contemporánea. ¿Deben mandar los tribunales sobre la política? ¿O la política sobre los tribunales? ¿Dónde deben situarse los límites de la democracia?

Prácticamente todos los países del mundo democrático prevén que un Gobierno pueda ser destituido por el poder legislativo o por mayorías electorales convocadas al efecto. Mociones de censura, impeachments, referendos revocatorios... El asunto, sin embargo, no deja de ser controvertido. Porque si los tribunales de la Justicia se suponen garantistas, fríos, asépticos, lentos en sus decisiones, equilibrados en la deliberación y con buena memoria, el tribunal de la opinión pública es mucho más caprichoso, cambiante, olvidadizo e impulsivo.

Como los políticos lo saben, es siempre fuerte la tentación de prescindir de los jueces para recurrir a la prensa, las intrigas palaciegas y parlamentarias y el malestar de la población, con el objetivo de hacerse con el poder. La democracia no es siempre tan benévola, y desde luego no lo es con líderes como la siempre peleona presidenta brasileña, que ya está haciendo la mudanza.

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