Muros sin Fronteras

No disparen al gorila

La muerte a tiros del gorila Harambe en el zoológico de Cincinnati ha provocado una ola de indignación nacional e internacional propagada a través de las redes sociales. No murió por culpa de unos furtivos desalmados, sino por la mano de sus cuidadores, aquellos que deberían protegerlo. La política policial en EEUU, la de disparar primero y preguntar después y a veces ni preguntar siquiera, parece que se aplica también a los animales en cautividad.

La caída de un niño de cuatro años de edad al foso de Harambe fue la razón: los empleados del zoo trataban de salvar al niño a quien supusieron en peligro.

¿No existen en este tipo de parques-campos de concentración medios para dormir al animal sin necesidad de liquidarle? El director del zoo asegura que descartaron la opción del dardo narcotizante porque tarda en hacer efecto. Algunas fuentes sostienen que el gorila protegía al niño por instinto; otras, que lo había arrastrado por el agua, estaba estresado y resultaba imprevisible. Harambe tenía 17 años, era un macho de lomo plateado. Es una especie en peligro de extinción.

Uno de los expertos que critican la precipitación de los empleados del zoo es el primatólogo Frans de Waal, quien sostiene que la actitud del animal era más protectora que agresiva, y que en ningún momento, por lo que se ve en el vídeo, mostró intención alguna de querer matar al niño.

Se repite el caso de Cecil, muerto por un cazador estadounidense. Era un león protegido que vivía en el Parque Nacional de Hwange. Cecil era un símbolo de Zimbabue. Pudieron más las toxinas del macho alfa humano, el dinero que subvierte leyes y voluntades.

Con Cecil se desplegó una oleada de indignación en las redes que mandó a la clandestinidad al tirador durante unas semanas. Dentista de profesión en Minnesota, Walter Palmer tuvo que dar la cara y pedir perdón. Echó la culpa a sus colaboradores locales.

La muerte del gorila de Cincinnati –¿podríamos llamarlo al menos homicidio?– ha levantado también una gran indignación. Hay más de 80 peticiones en la plataforma Charge.org con distintas propuestas relacionadas con la petición de justicia para Harambe. En Twitter el hashtag es #Justice4Harambe.

La madre del niño sufre acoso en las redes, muchos la culpan de negligencia con su hijo y la hacen responsable de la muerte del animal. La responsabilidad última debería recaer en los directivos del zoo que no supieron actuar de manera eficaz e indolora.

Es más fácil que el ser humano que come tres veces al día, dispone de agua potable y agua caliente para su aseo y que puede dividir su tiempo entre ocio, trabajo-estudio y descanso, se escandalice más por la muerte de un animal que por la muerte de una persona que vive en la pobreza, o por la víctima de la violencia.

Es algo que está en nuestro inconsciente, en las emociones subvertidas por el exceso de emociones reales o de ficción a las que estamos sometidos.

Los psicólogos afirman que tener empatía con el sufrimiento animal nos hace más humanos, un sentimiento que refuerza nuestra buena opinión sobre nosotros mismos. Influyen las múltiples campañas de sensibilización con el maltrato animal. Un caso claro en España es la pérdida de fuelle de las corridas de toros y algunas fiestas populares basadas en la tortura pública de un animal, como el toro de Tordesillas.

El hambriento, el refugiado, la víctima de una guerra, el pobre de solemnidad no habitan nuestro mundo mental; resulta así más fácil situarlos al otro lado de la pantalla de la televisión, colocarlos en un espacio que no nos compromete moralmente. Su sufrimiento nos afecta, nos compromete, pone al descubierto nuestra incapacidad, los límites concretos de nuestros sentimientos en los que se mezclan otros muchos, como el miedo al diferente, al mantra del yihadismo.

La foto del niño Aylan Kurdi fue una excepción: era 3 de septiembre, al final del tiempo del verano noticioso donde apenas hay política. Desde entonces han muerto cientos de niños de los que no sabemos el nombre. Aylan Kurdi nos vacunó de alguna manera contra todos ellos.

Cuatro de las seis especies de grandes simios, a un paso de extinguirse

Cuatro de las seis especies de grandes simios, a un paso de extinguirse

Los expertos en manipulación saben de psicología. EEUU empleó la imagen de un ave bañada en petróleo en la guerra del Golfo de 1991 para resaltar la criminalidad del régimen de Sadam Husein, que había quemado pozos de petróleo en su retirada de Kuwait. El ave resultó ser una víctima del vertido del Exxon Valdez en Alaska. Tenía que ver con otro tipo de criminalidad que saquea materias primas en los países del Tercer Mundo, si están en guerra, mejor, que así son más baratas. Con la crisis de 2008 culpamos a Wall Street, que sin ser inocente, representa el papel de la cortina de humo: el responsable es el sistema. Eso dice la revista digital Salon.

El rey emérito, Juan Carlos I, vivió un reinado plácido en el que los medios de comunicación rara vez revelaron asuntos de su vida privada, ni de sus asuntos afectivos ni sobre el origen de su fortuna, que según la revista Forbes, asciende a 1.600 millones de euros. Lo que le tumbó fue la muerte de un elefante en Botsuana. Esa cacería en la que se hizo acompañar de Corina puso al descubierto su vida de marajá en un momento en el que la crisis arruinaba la vida de millones de españoles. Pero la palanca que levantó la protección no escrita sobre el monarca la puso la foto del elefante. Las redes jugaron un papel determinante.

La muerte de Harambe debería servir para repensar este tipo de parques zoológicos, más inclinados a la atracción que al confort y seguridad de los animales. Los gorilas sufren la caza furtiva y las guerras que han asolado y asolan la zona en la que viven entre Ruanda, Uganda y Congo. El sistema, la globalización, el saqueo de los minerales estratégicos y del petróleo, la riqueza a cualquier precio es el sino de los tiempos en el que los derechos de las personas parecen estar también en peligro de extinción.

Más sobre este tema
stats