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El juego y la posición

La noche del 26 de junio pasará a la historia porque el PSOE empezará a estrenarse como partido bisagra. Si la encuesta del CIS no yerra, o si la campaña electoral no cambia demasiado las intenciones y las ganas de votar, la izquierda política en este país habrá cubierto una etapa y se abrirá otra con tantas o más incertidumbres que la iniciada a finales de los años 70. Algo más compleja. Quizá menos ilusionante. Distinta, en cualquier caso. Eso sí, con una derecha que mantiene su afición a agitar aquel fantasma del miedo con el que pretendió detener el avance del PSOE aquellos años.

El paisaje político acaba de estrenar invitados pero los perfiles no cambian demasiado. En el fondo –y algunos creímos que la llegada de los nuevos partidos abriría más el abanico– estamos ante la vieja disputa entre dos ideas de sociedad, como si tuviera razón Pérez Reverte al insistir en la permanencia del alma de este país, cainita y polarizada. Me pregunto si los progresistas isabelinos no serían hoy el PSOE, los conservadores, los de siempre, y esta izquierda creciente y más revolucionada que revolucionaria bien pudiera asimilarse a los republicanos de Pi y Margall. Hasta tenemos neocantonalistas en la CUP y asimilados. Con esto, obviamente, no quiero establecer paralelismos con otros tiempos que terminaron como terminaron, sino reafirmar mi convicción de que el carácter lo conservamos y manifestamos desde hace más de un par de siglos.

Pero hay algo que sí cambia: el pálpito de la sociedad, de los ciudadanos. Hay una común y constante desafección ciudadana de la política, pero la realidad de la calle y las demandas del personal van cambiando. Van con el tiempo. Y hace mucho ya que no nos tiramos al monte de un lado ni de otro.

Podemos vio claro desde el principio la distancia y el cabreo de la ciudadanía y entendió perfectamente sus deseos, empezando por las ganas de zurrar al político de siempre ahora envuelto en el descrédito de la corrupción, más corrupta aún en crisis, y la ineficacia endémica de la administración.

Nada nuevo aporta esta mirada, ciertamente, pero la creo necesaria como previa consideración a lo que me parece el más importante movimiento político en la escena española y el porqué de su éxito según la encuesta del CIS: el acuerdo entre Podemos e Izquierda Unida.

Supongo que en el Partido Socialista seguirán preguntándose qué han hecho para merecer esto y acaso los más lúcidos, qué han hecho los otros, la coalición que se pondrá al frente de las opciones de izquierda en España, para situarlos al borde del precipicio a punto de dar un paso adelante.

Bien, pues la respuesta está en su conexión real con la calle. Porque han salido de ella pero, sobre todo, porque en ella siguen moviéndose. Y anotemos como calle también el inmenso ecosistema de internet y las redes sociales.

Olvídense del papel de la tele o de la inacción del PP encantado de que alguien le coma la izquierda al Partido Socialista. Lo realmente relevante es la capacidad de Podemos y sus “marcas” para leer los impulsos ciudadanos. El acuerdo con Izquierda Unida ha vuelto a demostrarlo. E, insisto, la encuesta del CIS apunta su eficacia.

Tanta como para que estemos a punto de asistir al cambio de liderazgo en la izquierda –o centro izquierda, ya se verá– a pesar de las torpezas de Podemos por su vanidad intelectual, su sutil –o no tanto– desdibujamiento ideológico y algunos errores de gestión allí donde gobiernan.

No son santo de mi devoción como cualquier lector sabe, pero me quito el sombrero ante su capacidad para manejar el mundo digital, que es el del presente de todos los jóvenes y futuro de todas las expresiones y movimientos, y entender el pálpito de una sociedad. No estoy seguro de que estén aún capacitados para resolver los problemas, pero sí que son capaces de captar lo que quieren muchos ciudadanos y devolverles lo que necesitan escuchar. Y a pesar de sus errores se han hecho creíbles.

El acuerdo con Izquierda Unida, que esta formación aprovechará para darle la vuelta a la tortilla y sacar renta de una ley electoral tan imperfecta que ahora les da triunfo donde antes les negaba vida, es el ejemplo palmario de esa capacidad de entender y enviar mensajes. Su asociación, enormemente positiva para ambos, ha sido el único movimiento real y efectivo en la dirección de lo que parece que quisieron decir los ciudadanos hace medio año: hablad y llegad a acuerdos. Ése es su valor.

Su éxito final va a depender precisamente de aquellos a quienes les han robado la merienda, los socialistas, que ahora pasarán a ser bisagra. Menuda ironía del destino: en el peor escenario político posible, el PSOE será el responsable de cómo se encare el futuro gobierno de España. Así también se hace historia.

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