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La ventana rota

Hay una teoría en criminología que retrata muy bien el daño que la desidia o la falta de atención pueden hacer a una situación concreta. Se llama teoría de la ventana rota y viene a hacer bueno el viejo aserto de que descuido llama a descuido. A finales de los ochenta una pareja de criminalistas norteamericanos puso el foco en lo que sucede cuando en un edificio permanece un tiempo una ventana rota: a no mucho tardar alguien se asoma y entra, esté o no vacía la casa. Y si la desidia sigue, hasta la ocupa. Lo mismo con un coche. Puede permanecer mucho tiempo aparcado sin que nadie le preste atención, pero si una mañana aparece con una ventanilla rota, rápidamente habrá quien se atreva a romper las demás o entrar en el coche e intentar llevárselo. Del mismo modo, si se deja acumular basura en un punto determinado, sea o no un vertedero, en breve el montón de basura se habrá multiplicado.

La Unión Europea tiene roto un enorme ventanal desde hace tiempo, y por ahí se están colando problemas que ponen en serio peligro su propia supervivencia. Quizá la rompiera la crisis, pero lo que después de su estallido ha venido haciendo Bruselas no ha hecho sino mantenerla rota o incluso reventar los pocos cristales que iban quedando en pie.

Sus propuestas de austeridad a cualquier precio como única solución a la crisis económica se están demostrando como un fracaso, por mucho que algunas cifras macro en países como España ofrezcan otra impresión: los ciudadanos no percibimos todavía esa mejora ni creemos que vaya a llegar más allá de algunas realidades puntuales, la vida no sonríe más a los que más sufrieron la crisis, el paro sigue y la miseria ha prendido entre quienes siguen sin tener oportunidades. Están más llenos los cafés y los cines, sí, y se está creando empleo, pero precario, mientras crece la desigualdad y muchas familias no llegan a fin de mes y la mayoría de nuestros emigrantes no puede regresar. No estamos mejor por ser ciudadanos europeos, aunque le debamos mucho de nuestro desarrollo presente al apoyo de la Unión.

Tampoco está sabiendo Bruselas actuar con una sola voz en política exterior, ni es capaz de imponer comportamientos democráticos a algunos de sus socios como Hungría o Polonia. Por no hablar de la crisis de refugiados, donde la dramática falta de ideas y soluciones reales está haciendo crecer el sentimiento de rechazo en gran parte de la población, al mismo tiempo que la desesperación de los refugiados y quienes intentan ayudarles.

Por esa ventana rota de la Unión se está colando el descontento y se ha escapado el Reino Unido. El Brexit no es sino una expresión radical de descontento que me malicio no es único del Reino Unido. Hay otros países en la cola esperando a ver la forma en que se resuelve este dilema europeo, y, si no va mal, pedir también su salida de la Unión, total o parcialmente.

Pasada la primera conmoción, Europa tiene que reaccionar si no quieren sus burócratas actuales pasar a la Historia con Cameron como los líderes que se cargaron el sueño europeo. Lo primero que tendrá que ocupar a Europa ahora será hacer verdad lo que dijo el presidente de la Comisión Jean Claude Junker: “Out is out”. Que la decisión británica tenga consecuencias. No deberán caer en la tentación de negociar la salida de Gran Bretaña tratándola con paños calientes en un intento de que el adiós no sea definitivo ni les aleje demasiado. Ir con medias tintas, negociar por interés de la Unión un acuerdo singular con el Reino Unido que le mantenga vinculado pero sin las obligaciones de la permanencia, no hará sino invitar a otros países a tomar el mismo camino. Total, vamos a seguir igual pero más libres. Y dejar que prenda esa idea será un grave error.

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Pero, sobre todo, Europa tiene que dejar de ser el ecosistema de unas élites que se preocupan sobre todo de los mercados y las finanzas, para dar voz y solución a los problemas de las sociedades que la integran. Tiene que desplegar políticas de apoyo y solidaridad real con los más afectados por la crisis y construir una política de inmigración que sea: valiente y cuidadosa, que promueva y ejerza la solidaridad, sin provocar rechazo entre quienes en condiciones de mayor precariedad social se sienten amenazados por la inmigración. Se trata de construir la Europa social para que la sociedad europea sienta que ese es el objetivo y el camino.

De no hacerlo así, otros países seguirán el camino del Reno Unido –y probablemente lo consigan– afirmándose en el desencanto popular ante una Europa que no piensa en su gente más que en sus cifras, en los ciudadanos más que en los mercados.

Bruselas ha desatendido a la sociedad europea y ésta se distancia en un movimiento del que el Brexit es sólo una muestra. La forma de pararlo no es arreglar con papeles y un poquito de pegamento la ventana que han dejado que siguiera rota. Hay que repararla. Mejor dicho, hay que cambiarla ya y poner otra más acorde con las necesidades ciudadanas y el verdadero proyecto de Europa Social para que la ventana no vuelva a romperse al primer vendaval.

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