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Qué ven mis ojos

No es el más rápido, es que pasaba por allí y ganó la carrera

“Ser magnánimo es sacar bandera blanca cuando vas ganando”

La democracia consiste en aceptar lo que no te gusta y luego ir un poco más allá y respetarlo. No hay peor votante que el que considera ilegítimos, equivocados o tramposos los votos de los demás. Por eso, los resultados de unas elecciones no se discuten, se analizan, y eso sí que es necesario, porque las papeletas electorales no sólo tienen algo escrito en la parte en la que salen impresas las listas de candidatos, sino también por detrás, aunque sea con tinta invisible. Las que se han metido en las urnas el 26 de junio nos dicen, por ejemplo, que en España hay un nivel de tolerancia con la corrupción impensable en cualquier otro país de Europa, hasta el punto de que aquí no sólo es que no se castigue, sino que se jalea y se premia.

Que el PP haya sido el partido más votado en Madrid y Valencia lo deja muy, muy, muy claro. Que el ministro del Interior, con toda la chulería que puede esperarse de alguien que ha promulgado una ley de seguridad ciudadana digna de una dictadura y que alardea de ir a rezar al Valle de los Caídos, saliese a saludar al balcón de la calle Génova la noche de la victoria, explica que la impunidad consiste en parecerse a Tarzán, que por muchos cocodrilos con los que luche en el río, siempre sale del agua bien peinado. La guinda la pone que el PP reedite y amplíe su hegemonía en el Senado, ese cementerio de elefantes fortificado en el que le busca refugio a sus Ritas Barberá de turno. Visto lo visto, si el día de reflexión llega a descubrirse otro escándalo gravísimo en el que estuvieran implicados tres o cuatro miembros más de los conservadores, ganan por mayoría absoluta.

La segunda lectura de los resultados es que España siempre ha sido y al parecer siempre será un país de derechas. No se sabe si eso viene de Carlos V, de Felipe II o de Fernando VII, si nos hizo así la dictadura o es al contrario y ser de ese modo fue lo que posibilitó que aquel régimen criminal durase treinta y ocho años; pero uno se remite a las pruebas y tiene que aceptar que el paso de la izquierda por el poder ha sido por lo general un simple paréntesis que, por añadidura, sólo fue posible después de que sus dirigentes se tragaran sapos como para llenar una charca. En concreto sapos vientre de fuego, que son de gran tamaño y se cuentan entre los que más tiempo pueden vivir en la superficie, escondidos en los bosques.

Otra conclusión es que estamos apostando en una carrera de perdedores donde ha ganado el que pasaba por allí. Si miras hacia el PSOE, no se sabe qué resulta más incomprensible, si el alivio que parece sentir Pedro Sánchez por haber empeorado en cinco escaños el peor resultado de la historia de la formación o la alegría de la supuesta gran esperanza blanca del socialismo, Susana Díaz, por haberle ganado a Podemos aunque haya perdido con el PP en Andalucía. Ella dirá lo que quiera y sonará aparente, porque a la hora de la demagogia es Bono con peluca, y si las cosas se ponen feas se lavará las manos a la vez que señala con un dedo a su secretario general, porque cada vez que la niña de los ojos de Chávez y Griñán tira balones fuera, le dan a él en la espalda. De momento, ya ha declarado que “ahora toca reconstruir un proyecto auténticamente atractivo y con credibilidad para salir de la oposición”. Ojo al adverbio y a los bancos que ya parece haber elegido para los suyos en el Congreso. Entre los llamados barones, el primero en correr a darle la razón ha sido el converso Fernández Vara, que era de Alianza Popular y sostiene la rosa con la mano que empuñaba la bandera del águila, y que se ha dado prisa en proclamar que “tiene que seguir Rajoy de presidente y Sánchez no debe ni intentar formar Gobierno.”

Si miras a Ciudadanos, quedan pocas dudas de que la formación naranja era un invento de usar y tirar, comida al paso, como llaman en México a las hamburgueserías; por eso sus votos han vuelto al sitio del que salieron, la despensa del PP, en cuanto su jefe ha tratado de cortarle las alas a las gaviotas y volar por su cuenta junto al PSOE, lo que a su vez es una demostración de la escasa altura política y nula capacidad estratégica de su líder, Albert Rivera, cuyo retrato-robot es el de un oportunista que quiso inventar la pólvora y ha hecho saltar por los aires el laboratorio. Que sus declaraciones tras la debacle fuesen las de un vendedor de humo, demuestra que eso es lo que le queda después del incendio. Acabará en el PP y para llegar ahí no tendrá que moverse gran cosa.

Si miras a Podemos, es justo reconocer que sus resultados han sido impresionantes para una formación con tan poco tiempo de vida, pero también que de nuevo se han quedado lejos de sus expectativas y viendo cómo el oso lo cazaba el enemigo, quizá porque lo tiene amaestrado. Tiene razón Pablo Iglesias en que siguen siendo una luz al final del túnel, pero también que ese túnel no estaba en ruinas sino en obras, que se ha alargado y que se ha vuelto todavía más tenebroso, así que ahora su dirección tendrá que preguntarse qué falló y si el en futuro se volverá a presentar una ocasión tan clara como esta, algo tal vez difícil, porque resultará complicado que sus rivales lo puedan hacer aún peor, degradarse más y hacer daño a un número mayor de personas. Los neoliberales se han puesto el nivel tan bajo que no les queda margen para empeorar, ni siendo ellos.

Finalmente, si miras al PP resulta comprensible que sus cabezas de cartel estén radiantes, pero sólo porque esperaban lo que se merecen, es decir, algo mucho peor. Han salido de ésta, pero en libertad vigilada, porque resulta evidente que ellos son los ganadores y que incluso tienen posibilidades de seguir al mando de la nave; pero la cruda realidad es que en navidades perdieron sesenta diputados y en verano han recuperado catorce, de forma que sus cuentas siguen en números rojos. Si quieren volver a sentarse en azul, van a tener que renunciar a algo que les encantaba, su prepotencia.

Hay más sitios donde mirar, qué duda cabe. Por ejemplo al periodismo, que de entrada fue el gran perdedor del esperado debate televisivo entre los cuatro aspirantes a la Moncloa, al aceptarse que los tres presentadores que lo conducían hicieran el papel de simples moderadores, algo que provocó que Mariano Rajoy se indignara hasta casi perder la compostura cuando uno de ellos se atrevió ni más ni menos que a hacerle una pregunta fuera del guión y no del todo amable. Si le añadimos a eso lo que ciertos diarios, emisoras y cadenas han patinado en sus encuestas y en sus apuestas como si fueran de hielo, muchos se plantearán si de verdad esas son las dos únicas opciones que le quedan a la prensa: hacer de altavoz o hacer el ridículo. La de Cataluña no sé, pero la independencia de los medios de información es urgente.

Y, desde luego, aquí hay una evidencia y una incógnita. La primera, que la incapacidad del PSOE y Podemos para ponerse de acuerdo en diciembre ha vuelto a poner el Gobierno a tiro a Rajoy; la segunda, que nadie se pone de acuerdo en cuál de los dos tuvo la culpa. Si me dejan que ponga un dato sobre la mesa, me gustaría recordar que el pacto de Pedro Sánchez y Albert Rivera los ha hundido a los dos. No sería tan bueno.

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