Desde la tramoya

Entender a Trump

Asistimos atónitos al ascenso de un auténtico cretino en la carrera hacia el puesto de trabajo con más poder en el mundo. Si las encuestas dijeran la verdad, a día de hoy, por primera vez, las elecciones presidenciales de Estados Unidos las ganaría Donald Trump, que supera por unos cuantos puntos a Hillary Clinton. Estamos hablando de noviembre, es decir, pasado mañana.

El mismo Obama dijo el miércoles que "la gente de fuera del país no entiende qué está pasando en esta elección". Tiene razón. Mentiroso–según PolitiFact miente en tres de cada cuatro cosas que dice–, machista, extremista, agresivo, simplón, frívolo... ¿Cómo es posible que ese tipo pueda siquiera competir por la presidencia?

De los cientos de análisis que hace el planeta cada día, el del lingüista George Lakoff parece especialmente atinado. El discurso de Trump resulta muy atractivo para una parte muy importante de la población americana, que busca en su presidente al "padre estricto" que impone la moral individualista del esfuerzo personal y los valores universales impuestos desde arriba.

Nadie como Trump encarna ese discurso brutalmente conservador, casi fascista. Si tengo éxito es porque me lo he ganado yo solito. Soy un ganador, que es una palabra muy estadounidense. Ni siquiera John McCain, cautivo en Vietnam y héroe de guerra, es un ganador. Porque si no fuera un loser, un perdedor, no le habrían capturado. Son todos esos capullos de la política de Washington quienes nos estropean la vida con su vagancia y sus tontunas. El americano medio está jodido por la debilidad de los políticos y los remilgos. La nación es nuestra y tenemos que recuperarla. Sin lagrimitas ni miramientos. Por cojones.

La investigación demuestra que el pensamiento conservador es más directo y causal que el progresista, siendo este último más sinuoso y sistémico. Así, para un conservador, si alguien asesina a alguien, se le mete en la cárcel de por vida o se le coloca en la silla eléctrica. Un progresista piensa que las cosas son más complejas y que en la lucha contra el crimen hay que buscar las causas en el sistema.

Para Trump eso es una chorrada. Si hay gente sin papeles en nuestro país, se les deporta. Punto. Aunque sean 20 millones. Si se cuelan cada día cientos por la frontera de México, se pone un muro para evitarlo. Y punto. Si hay asesinos en las calles, se les dispara antes de que lo hagan ellos. Es el modo del Far West, tan nuestro. Y si nos amenazan unos musulmanes, se les aplasta como cucarachas. Punto.

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Como dice Lakoff, es pertinente preguntar cómo se van a ejecutar esas políticas. No hay noticias de eso. Trump no especifica. Pero para la mayoría de sus votantes eso es irrelevante. Papá sabe cómo hacerlo. Es un duro exitoso y valiente. Él sabe. Él se atreve a decir lo que muchos pensamos. Que América se ha debilitado en manos de esos demócratas acomplejados, parásitos burócratas, elitistas e ingenuos. Y cuando papá tenga el poder sabrá cómo actuar.

Mientras tanto, se repiten sin cesar eslóganes simplones muy del gusto del americano medio en barbacoas y sobremesas. Se enmarca todo en el relato del pionero duro, solitario y ganador. Se agita la indignación con la élite corrupta de la Casa Blanca, empezando por Hillary, y la del Capitolio y alrededores.

Nadie asume que ese personaje que es como un Clint Eastwood de los negocios, o que recuerda a Charles Chaplin parodiando a Hitler en El gran dictador, pueda llegar a la presidencia de Estados Unidos. Pero si un hombre de trayectoria impecable y preparado como John Kerry perdió con un patán como George W. Bush, todo puede pasar en la tierra del Tío Gilito. Dios nos asista.

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