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Plaza Pública

Hasta siempre, Alberto

Mariano Bacigalupo

El pasado 3 de agosto falleció Alberto Lafuente Félez (Zaragoza, 1954) a resultas de una inesperada complicación derivada de una enfermedad que sobrellevaba con enorme entereza desde hace algo más de un año. Un duro golpe, además de para su familia, para todos sus amigos y amigas, contagiados por la fortaleza y el optimismo con que había decidido combatir su enfermedad.

Alberto Lafuente era un veterano y reputado catedrático de la Facultad de Economía y Empresa de la Universidad de Zaragoza, a la que se había reincorporado a finales de 2013 después de un período de diez años durante el cual había desempeñado distintos cargos en el sector público. En 2003 el alcalde Belloch lo nombró consejero delegado de Hacienda del Ayuntamiento de Zaragoza, y en 2005 se trasladó a Madrid donde ejerció, de forma ininterrumpida hasta 2013, importantes responsabilidades directivas en el sector público estatal. Primero en una sociedad filial de Loterías y Apuestas del Estado, y posteriormente como presidente de la Sociedad Estatal de Correos y Telégrafos y más tarde del organismo regulador del sector energético español, la Comisión Nacional de Energía (CNE). No fue este el único periodo en el que Alberto Lafuente desempeñó relevantes responsabilidades públicas. En los años ochenta y noventa ya había ejercido diversos cargos en el Ministerio de Industria y Energía, entre ellos el de secretario general de Energía y Recursos Naturales en la última etapa de los gobiernos de Felipe González (1994-96). Toda la vida de Alberto Lafuente fue, en suma, una síntesis de vocación académica y de compromiso con el servicio público.

Conocí a Alberto en julio de 2011 en la CNE, donde yo dirigía el servicio jurídico de este organismo. Como secretario en funciones del Consejo me correspondió dar lectura al real decreto de nombramiento en el acto de su toma de posesión como nuevo presidente de la CNE. Me confirmó en el cargo y de inmediato comenzó una intensa colaboración profesional que se extendió durante casi dos años y que, pese a una primera apariencia (equívoca) de persona reservada y de semblante serio, se transformó rápidamente en una sólida y cálida amistad, compartida con otros colaboradores de aquella etapa y que ha perdurado, si cabe de modo aún más afectuoso, hasta el último día, con todos nosotros ya en nuevos y diversos destinos profesionales.

La etapa de Alberto Lafuente en la CNE no fue sencilla. De entrada resultó políticamente convulsa. El Partido Popular, entonces en la oposición, rechazó la preceptiva renovación de algunos puestos vacantes (por finalización del mandato) en el Consejo de la CNE. Pretendía el PP que esa renovación se aplazara hasta la siguiente legislatura (en la que confiaba en recuperar el gobierno). La reacción del PP no se hizo esperar: anunció que, de formar gobierno en la siguiente legislatura, no respetaría los mandatos del nuevo presidente y de los nuevos consejeros de la CNE (y de otros organismos reguladores). Un anuncio que causó perplejidad (dado que, como es propio de las autoridades administrativas independientes, los miembros de los consejos de los organismos de regulación y competencia no pueden ser legalmente removidos por falta de confianza política), pero que finalmente se hizo realidad por la vía indirecta –eso sí, actualmente cuestionada en sede jurisdiccional– de extinguir el organismo e integrarlo en uno de nueva creación, la actual Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC).

Por añadidura, el nombramiento de Alberto Lafuente se produjo en el momento tal vez más álgido de la crisis económica iniciada en 2008, una crisis que evidenció e incluso agudizó los desequilibrios regulatorios del sector energético español, y que obligaba al regulador del sector a informar, proponer y en ocasiones también a liderar iniciativas regulatorias que no siempre eran del agrado de un sector empresarial muy vigoroso y celoso de su idiosincrasia. Fue una etapa difícil en la que la CNE, con Alberto Lafuente al frente, supo sin embargo defender y preservar, pese a las tal vez inevitables tensiones internas (propias de los momentos críticos y de asedio exterior), su independencia y el cumplimiento estricto de su misión institucional.

El contexto adverso de aquellos dos años no minoró ni un ápice la serenidad, la moderación y el rigor técnico con que Alberto Lafuente ejerció su responsabilidad como presidente de la CNE. Ni siquiera la más que leal colaboración institucional con un gobierno que desde el primer momento trabajó sin descanso para poner prematuramente fin a su mandato. Alberto era una persona de profundas y sólidas convicciones, obviamente también ideológicas (un socialdemócrata cabal de los que ya no es tan fácil encontrarse), pero ante todo era un servidor público extraordinario cuya máxima guía era el servicio con objetividad al interés general.

Para todos aquellos a los que Alberto honró con su magisterio y su amistad su pérdida supone un dolor y un desconsuelo inmensos que intentaremos superar con el recuerdo de los buenos momentos, tantos buenos momentos, con los que nos obsequió y por los que estaremos eternamente en deuda con él. Querido Alberto, hasta siempre.

______________Mariano Bacigalupo

es profesor de Derecho Administrativo en la UNED y antiguo secretario del Consejo de la CNE.

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