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Por este camino nos van a fracasar a todos

Si el próximo mes de diciembre volvemos a unas elecciones generales ninguno de los líderes de las cuatro grandes formaciones debería encabezar sus respectivas listas.

Todos y cada uno de ellos está dando sobradas muestras de su incapacidad para gestionar el voto que exigen a los ciudadanos. Aunque sea en grado y con responsabilidades diferentes, están demostrando una torpeza escandalosa en su trabajo que no es otro que administrar la cosa pública en beneficio de los ciudadanos con lo mismo que se nos exige a los demás en los nuestros (quien lo tiene, claro): solvencia, resolución y en algunos casos –como sería el suyo– imaginación y visión de futuro. Y los cuatro son insolventes, no resuelven, e incapaces de imaginar no tienen visión de futuro en absoluto. Si usted lector, o quien esto escribe, llevara ocho meses sin resolver la tarea que se le ha encomendado sabemos perfectamente dónde estaríamos. No se puede ser tan malo y seguir haciendo lo mismo.

En este país en el que el fracaso se paga con la muerte profesional parece que hay un sector de privilegiados sociales que tiene patente de corso para fracasar aunque ese fracaso nos lleve a todos los demás al matadero. He defendido y sigo defendiendo en esta cultura latina que castiga injustamente el fracaso, que éste es parte del camino para conseguir lo que se ambiciona; que del fracaso se sale y se aprende y que en él se crece. Pero para que eso se produzca, uno tiene que asumir que ha fracasado, aprender sus lecciones y no volver a cometer los errores. Fracasar y salir adelante es mérito de los ganadores; fracasar y volver a hacerlo sin aprender es privilegio de los estúpidos. Y aquí es donde me temo que estamos a día de hoy.

Volver a unas elecciones generales sería la demostración de que nada han aprendido de los dos fracasos anteriores. Y no habría por qué pensar que no se iba a producir un mismo resultado, lo que nos colocaría en un bucle político insufrible y de consecuencias que no soy capaz de ver, pero que no me parece fueran a ser buenas. Dicen los analistas políticos que esas terceras elecciones dejarían al Partido Popular cerca de la mayoría absoluta porque su electorado está más movilizado que el ya harto votante de las demás formaciones. No lo sé, no tengo datos. Lo que nadie puede discutirme es que en caso de que volviéramos a votar –y yo, francamente, no creo que lo hiciera–, los mismos fracasados de los anteriores intentos nos llevarían a la misma situación. Y así, como el bolero de Ravel, elección tras elección hasta una resolución final que no sé cuál sería.

Creo bastante sensato, por tanto, defender que ni Rajoy, ni Sánchez, ni Iglesias ni Rivera deberían encabezar sus listas electorales.

Necesitamos a alguien que en los partidos tradicionales entienda que terminó el bipartidismo, que ya no se está en el gobierno o en la oposición, sino que se puede apoyar en un momento determinado ante acciones o propuestas concretas a un grupo determinado sin por ello renunciar a su identidad política y que si uno se opone a una acción del adversario tiene que ofrecer alternativas; y a los que se supone que vienen con nuevas ideas de sociedad y política, que el mundo ya no se divide en los míos y los otros, en derechas o en izquierdas, y que las políticas sociales o económicas son globales como tiene que serlo el cambio en el mundo. Globalidad que es también transversalidad que no supone renunciar a lo que uno quiere y en lo que piensa, sino administrar las estrategias con inteligencia y eficacia.

Aquella mujer de Maryland

Y a todos ellos que la política es también renuncia y dejarse piel en el camino porque se trabaja para el bien común, no el propio.

El discurso de los míos y los de mi pueblo está muerto hace bastante tiempo. Salvo en España, claro, donde el secretario general del partido socialista en descomposición es capaz de calificar de derechas al partido con el que pactó en la legislatura anterior porque en ésta lo ha hecho con los populares, el jefe de gobierno en funciones está dispuesto a serlo permanentemente aunque su salida permitiera aclarar el panorama político, y ellos y los demás ponen “líneas rojas” que no pueden superarse de ninguna manera para llegar a un acuerdo con los demás.

Ellos. Son ellos los que no pueden superarnos a todos los demás con su ineptitud como les estamos permitiendo hasta ahora que lo hagan.

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