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Qué ven mis ojos

Tierra de nadie

“El mundo es muy pequeño para quien nunca avanza”

Las frases hechas sirven para deshacer de un solo golpe y sin irse por las ramas prestigios con los pies de barro y argumentos de manual. No hay más que abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor en esos tiempos de bipartidismos partidos en cuatro, negociadores que se niegan a todo e investiduras fallidas, para demostrar que si recuerdas que no hay peor necio que el que no quiere entender, ya lo dices prácticamente todo. Sabemos quiénes no lo comprenden, pero no sabemos el qué. ¿No se han dado cuenta que las últimas elecciones generales explican que hay dos tipos de votantes, los que castigaron a los de siempre y los que no le dieron a los recién llegados el premio que esperaban? Podríamos añadir que según todos los indicios las siguientes serían casi iguales, con un empate de los que consisten en repartirse la derrota como resultado, y que en ellas sólo mejoraría el PSOE, de no ser porque el dato viene del CIS, cuya especialidad es el patinaje estadístico, tal vez porque sus jefes no hacen predicciones sino cábalas, y con eso el problema volvería a ser el mismo, dado que los personajes no han cambiado ni tampoco sus estrategias y sus principios, basados en la inflexibilidad. ¿A la tercera iría la vencida? No lo saben ni ellos, porque son gente que en lugar de tener planes tiene objetivos; que no piensa en lo que puede aportar sino en lo que puede llevarse. El cuadro se imagina en cuatro pinceladas: el PP ya se sabe que confía en que los ciudadanos vuelvan a creer que en esta historia los buenos son los ladrones; los socialistas y Podemos se contrarrestan por la izquierda y Ciudadanos, en su línea: para ellos, dos más dos es igual a depende, según quién sea el dueño de la calculadora y quién los saque a la pizarra.

Quizá lo que nos pase es que en lo que se refiere a la política o se adentra en el terreno ideológico, en España no tenemos sentido de la justicia porque tampoco disponemos de referentes morales. Para empezar, y al margen de él mismo y de sus posibles valores, creencias y facultades, nuestro jefe del Estado es el heredero de un rey impuesto sin contemplaciones por un dictador sanguinario que pisoteó al país a lo largo de cuatro décadas y cuya amnistía de hecho y de derecho ofrece un mensaje desalentador: aquí la impunidad es el premio de los canallas. Para seguir, algunos de nuestros aspirantes a oráculo nacional resultan tan dudosos en el papel de símbolos que mientras media España los tiene en un altar a la otra media les gustaría llevarlos al Tribunal Penal de La Haya. Es el caso del presidente Aznar, a quien señala acusadoramente cada uno de los cadáveres que deja el terrorismo islámico sobre esta desdichada Tierra que él y sus compañeros de la isla de las Azores juraron sobre siete biblias que harían más segura con su invasión de Irak. Que se lo digan a los muertos de Pakistán, Londres o París, a los de Kabul o Alepo, entre tantos otros.

Por si no fuera suficiente, el inquilino del palacio de La Moncloa entre 1996 y 2004, nos dejó como legado a una serie de ministros de sus Gobiernos que se cuentan entre los más sospechosos de toda nuestra democracia. Dos de ellos, Rodrigo Rato, que fue su vicepresidente, titular de Hacienda y casi sucesor, y Jaume Matas, al que otorgó la cartera de Medio Ambiente, ya han sido detenidos o encarcelados bajo acusaciones entre las que se cuentan el fraude fiscal, el blanqueo y alzamiento de bienes, la malversación o el tráfico de influencias. Tras ellos, una larga lista que va de Federico Trillo, al que en pago de sus servicios al frente de Defensa, por invadir el islote de Perejil y por su habilidad para driblar sus responsabilidades en la tragedia del avión Yakovlev 42 en Turquía, que dejó setenta y cinco víctimas mortales, se le envió de embajador por señas a Londres, ya que no hablaba inglés ni para decir viva Honduras; hasta Ángel Acebes, que estuvo sucesivamente al mando de Administraciones Públicas, Justicia e Interior, donde su canto del cisne fue el vergonzoso intento de manipulación de los atentados del 11M. El resumen de la época del autor de la frase “el milagro soy yo”, es que de los treinta y cuatro ministros que nombró a lo largo de sus mandatos, veintidós han sido salpicados por el veneno de las tramas Gürtel o Púnica, el escándalo de los papeles de Bárcenas o el caso Palma Arena, entre otros asuntos turbios que forman una lista interminable en la que sus nombres aparecen una y otra vez al lado de palabras como fraude, sobresueldo, estafa o prevaricación. Un auténtico diccionario de la indecencia. Y él, sigue dando lecciones.

En el otro bando, el presidente Felipe González es un gurú siempre polémico, cuya insistencia en promover un pacto de su partido con la derecha hace que muchos entiendan que su involución ha consistido en alterar el orden de las cuatro letras que definían su papel en nuestra historia reciente, para pasar de ser un mito a un timo. Resulta innegable que hay una gran cantidad de militantes de su formación que se sienten muy decepcionados con esta figura magnética que de un tiempo a esta parte da la impresión de ser un imán atraído por los clavos torcidos de las ferreterías neoliberales. En uno y otro caso, la idea generalizada de que sus sucesores no tienen ni de lejos la categoría que se les supuso a ellos, ni su destreza, ni su carisma, no hace más que ensanchar la decepción de sus partidarios: si realmente éstos eran los mejores posibles y han acabado así, cómo serán los demás… Una leyenda, aunque sea menor, es siempre un sistema de medida.

Estamos en tierra de nadie, y por ahí no se camina, se deambula; nos movemos entre arenas movedizas y campos minados, sin modelos de fiar en el pasado y sin alternativas de cara al futuro: no hay recambios para este motor detenido en los talleres de Génova, y los de Ferraz están llenos de saboteadores. Según las últimas noticias, la población sigue asustada e indecisa ante la posibilidad de un cambio. Al menos por ahora y hasta que a alguien se le ocurra que igual la solución está en mirar un poco más lejos, tanto si es hacia atrás como si es hacia delante. Creo que está muy claro.

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