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Mujeres de oro

Cuatro de cuatro. Todas las medallas españolas en Río a la hora de escribir esta columna que aspira a detenerse con cierta carga crítica en la imagen de la semana, son mujeres. Dos oros, y dos bronces: el último, anoche con la leonesa Lydia Valentín en halterofilia. Mireia Belmonte, oro y bronce en natación, y Maialén Chourraut en K1 Slalom de piragüismo en aguas bravas, completan por el momento ese palmarés exclusivamente femenino.

No me extraña que lo celebren con euforia. Yo también lo haría. En realidad, yo también lo hago. Por ganadoras y sobre todo por mujeres.

El deporte femenino en España es una actividad que resulta prácticamente desconocida para el gran público. Es una realidad casi marginal a no ser que uno tenga una hija o una prima jugando en un equipo o practicando algún deporte. Una cosa rara como raras son las deportistas que levantan pesas, se tiran por barrancos de agua o se matan ocho o diez horas diarias a nadar como hacen las tres mujeres del éxito en Río y de las que ninguno había oído hablar más allá de la presencia de Mireia Belmonte en los medios de comunicación por lo sorprendente de su trayectoria y de refilón por algún asunto relacionado con la prensa del hígado y los amoríos.

Ni el hockey, ni el judo, ni siquiera el fútbol o el baloncesto femeninos nos movilizan el cuerpo o el ánimo como sus correspondientes masculinos y sin embargo la cualificación de las chicas supera en ocasiones la de los hombres en sus coincidentes materias deportivas.

Se me dirá, y se me dice cuando defiendo en privado la relevancia y la espectacularidad de disciplinas deportivas practicadas por mujeres, que el poderío físico de los hombres y su mayor disposición a esfuerzos superiores ofrecen mucho más atractivo que el de ellas. Puede ser, pero la vigorosa masculinidad tan apreciada en no pocos deportes, se suple con cualidades como la constancia, la resistencia o hasta la técnica depurada que la mayoría de las mujeres ha tenido que desarrollar para triunfar en un mundo como el deportivo mayoritariamente masculino y hasta si me apuran machista.

El mejor jugador del equipo de fútbol de mi hijo hasta que tuvo que abandonarlo en la categoría de cadete –así lo marca la ley– fue una niña que hoy juega en el Atlético de Madrid féminas.

Hace tiempo que las mujeres triunfan en el deporte español. Hemos conocido el badminton por la onubense Carolina Marín; Ruth Beitia salta como nadie; tenemos una selección de balonmano que triunfa en el mundo, unas gimnastas de lujo… y podríamos anotar muchos más nombres y disciplinas en los que las mujeres brillan con intensidad. Si hoy llevamos cuatro de cuatro, en Londres 11 de las 17 medallas que consiguieron los olímpicos españoles las trajeron mujeres.

No sé si existe una relación causa efecto en esta situación, si la explosión del triunfo de la mujer en el deporte tiene su origen en su mayor presencia social, su mayor integración o, por el contrario, es el estallido de su frustración, de su silencio, de sus muchas ganas, por la espita que más abierta hemos dejado. No lo sé, pero tampoco creo que importe. Además, el deporte no es una ciencia que responda a leyes fijas como la matemática o la física. El éxito es un combinado de formulación imposible de fijar entre preparación, esfuerzo, capacidad, destreza, y control mental.

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Por este camino nos van a fracasar a todos

Pero la realidad del valor cada vez más creciente de la mujer en el deporte es innegable, y estos juegos olímpicos vuelven a mostrarlo.

Las mujeres levantan la voz, las mujeres muestran el camino. Ahora nos toca a todos, resto de mujeres incluidas también, empezar a valorar social, económica y profesionalmente el deporte femenino en toda su amplitud. Aplaudamos a las chicas que vemos por la tele ganar medallas, pero vayamos también a verlas en acción, a animar, a aprender; empecemos a respetar y considerar el deporte femenino como un lujo a nuestro alcance como espectáculo y como invitación a la vida saludable.

Que las medallas sirvan para que el deporte femenino empiece de una vez a tomarse en serio en España. Lo que nos estamos perdiendo por no hacerlo.

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