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De naturaleza y condición

Nos empeñamos en cultivar la desigualdad, pero la naturaleza, el escenario real de nuestra condición, nos recuerda una y otra vez que fronteras, clases y grupos son en esencia artificios con los que hemos buscado y conseguido mejorar nuestra vida, y que seguimos siendo tan vulnerables y sometidos a las leyes naturales como cualquier otro ser vivo.

Italia llora a sus muertos y lamenta la corrupción que propicia que se caiga un pueblo entero y a su lado otro apenas sufra daños. Algo se habrá construido al margen de la ley o alguien habrá hecho la vista gorda previo pago descuidando obligaciones legales que al final salvan vidas. Los interesados en profundizar esta cuestión pueden seguir la pista que ayer facilitaba el corresponsal de Onda Cero en Italia, Darío Menor, en el programa Más de Uno: en el pueblo de Norcia, situado a una veintena de kilómetros de Amatrice, apenas se han caído casas y no hay víctimas mortales.

Pero el fondo de la cuestión, lo que ha de conmovernos, al menos conmigo lo ha hecho, de esta presente tragedia europea es cómo nos iguala a aquellos con los que con demasiada frecuencia no queremos tener nada que ver y mucho menos algo que aportar a su situación. Los muertos y los heridos, los italianos que han perdido sus casas y su gente, o los extranjeros que se han dejado familiares o amigos son, como tales, exactamente iguales que los nepalíes, los chinos o los japoneses, por citar algunos de los últimos sismos más presentes aún en nuestra memoria. Sienten igual, lloran de la misma forma…salen de los escombros recubiertos del mismo polvo blanco. La naturaleza y sus caprichos o sus ciclos nos igualan como seres vivos, como seres humanos. No haría falta recordarlo y mucho menos fundamentar ese recuerdo en una tragedia cercana, pero desgraciadamente la lección está ahí y es bueno que seamos capaces de aprovecharla. A veces lo obvio, lo más cercano, lo más evidente, es lo que menos presente tenemos. Y actuamos en consecuencia.

Si fuéramos capaces de interiorizar esa realidad de nuestra condición de seres humanos iguales, de artificios con los que separamos y distinguimos en territorios y razas, quizá podríamos ser más empáticos con el sufrimiento de nuestros iguales y colaborar en su alivio o en acabar con él. No hace falta renunciar a lo que somos, a nuestro progreso y nuestros avances, a la tecnología y la igualdad social alcanzadas para tender la mano a los que, siendo como nosotros, no han tenido la oportunidad ni las posibilidades de conseguirlo aún. No hablo de caridad o beneficencia, que se basa en cierto complejo de superioridad, sino de solidaridad, que es horizontal, que tiene más que ver con el deseo de compartir, de ser capaces de ver a los demás como iguales, pero de verdad, sin complejos, para entender que su sufrimiento o su alegría son como las nuestras, aunque las sociedades en que vivimos estén a miles de kilómetros de distancia física y cultural. Y también que su progreso será el nuestro.

Que la conmoción por lo sucedido en Italia nos sirva para recordarnos que somos tan vulnerables como iguales, que también en Europa puede temblar la tierra y causar desgracias, como hubo aquí una guerra y dramáticas hileras de desplazados exactamente igual de cansados y asustados que los que hoy nos vienen de Siria. Que también hubo bombardeos y niños rescatados de los escombros, acaso alguno de ellos nuestro abuelo. Y, si me apuran, hasta que el polvo que cubre a quienes sobreviven entre los cascotes de un terremoto es exactamente igual que el de los supervivientes de un bombardeo en cualquier lugar del mundo.

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