COBARDE CON CAUSA

Pedro o San Pedro

Juan Herrera

En la vida de cada persona llega un momento en el que hay que jugársela diciendo "sí", o diciendo "no". Decir "sí" siempre es más fácil. Decir "sí" es no tener que dar explicaciones. Se dice "sí" y casi siempre te dan las gracias. Además, decir "sí" es como iniciar una sonrisa, (es el gesto natural que surge en la boca al pronunciar la “i”).

Decir "no" trae consecuencias. Decir "no" trae consigo responder a la pregunta subsiguiente: “¿Y por qué no?". Y es ahí donde te la juegas. Hay que aprender a decir “no” sin herir, sin ofender o humillar. Hay que saber demostrar firmeza, pero sin chulería.

Hubo un tiempo en España, llamado “Transición”, en el que Felipe González, que se había comprometido a decir “no” ante sus votantes, llegado el momento fue y dijo “de entrada, no”. Después veríamos que lo que Felipe quería decir con ese “de entrada, no”, era “sí”. Un “sí” rotundo.

Años más tarde, Rodríguez Zapatero, siendo presidente, recibió unas llamadas telefónicas de un señor alto y negro y de una señora con chaquetita de colores. Ese día, uno de los más importantes de su vida, el presidente Zapatero tenía que elegir entre decir “no” y me largo a ver pasar las nubes, o decir “sí”, “sí buana Obama”. En ese instante crucial, Zapatero era un atribulado James Stewart, un “Juan Nadie”, que podía pasar a la historia del socialismo español como “el hombre que dijo no”. Pero Zapatero, el mas “utópico” de los presidentes del PSOE, el hombre del “dialogo de civilizaciones” con Erdogan (el del golpe), dijo “sí”. Sus razones tendría. Decir “no” era caro para él. Decir “sí” nos salió caro a casi todos los demás.

En estos momentos, Pedro Sánchez está ante la posibilidad de decir “sí” absteniéndose, que vendría a ser el “de entrada, no” tradicional de su partido, o mantenerse en sus trece y pasar a la historia como el nuevo San Pedro, el “hombre que dijo no, no y no”.

Lógicamente, hay diferencias. Felipe y Zapatero tuvieron que elegir siendo presidentes. Pedro Sánchez lo debe hacer siendo un “pato cojo”. Felipe, en el momento de decidir, ya se había cambiado la raya del pelo de la izquierda a la derecha (ahora la lleva en el centro), detalle que no por frívolo, carece de importancia.

Un grillo llamado 'Puigdemón'

Zapatero y Pedro Sánchez no tienen raya, se peinan a rosca, metiendo la cabeza en la funda de la almohada. Rajoy, como Aznar, tienen la raya en su sitio. Se ve que las rayas del pelo en la izquierda se diluyen mejor.

Felipe y sus jenízaros son partidarios de “la gran coalición”. El motivo “oficial” de esta anhelada concentración de talentos sería la complicada situación de España. Estos venerables señores argumentan: ¿cómo es posible que estando España en tan serio riesgo, la gente se empeñe en dividir el voto? ¿Será que la democracia, poco precocinada, crea situaciones ingobernables?

No hace falta ser un vidente para malpensar que esa macrocoalición se promueve para que todos a coro digan “el sí de las niñas” a algunos “curiosos” olvidos y a nuevos recortes neoliberales. Piensan que basta sacar a pasear “el espíritu de la transición” y el “santo consenso” para que sea aceptable pasar del “no” al “no obstante”. En cualquier caso, entre el “sí” y el “no”: ¿quién debería exigir el “sí” al compromiso cívico de devolver a la caja de la Seguridad Social el dinero que tan suavemente se ha evaporado?

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