Muros sin Fronteras

Colombia, el precio de la esperanza

Cincuenta y cuatro años de guerra civil: más de 220.000 muertos, decenas de miles de desaparecidos, fosas comunes, destrucción del tejido económico y mucho dolor. Hablamos de una oportunidad para la paz. La guerrilla más antigua de América Latina, las autoproclamadas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), ha alcanzado un acuerdo con el Gobierno de Juan Manuel Santos, tras años de negociaciones en La Habana, que supone su disolución como fuerza armada.

Para contextualizar las cifras y repartir culpas debemos incluir a los demás actores que han tenido responsabilidad en el conflicto: paramilitares, narcotraficantes, Fuerzas Armadas y la otra guerrilla, el Ejército de Liberación Nacional. Colombia es un país rico en víctimas y en verdugos que trata de construir puentes.

Las píldoras que riegan este texto pertenecen al documental de Lula Gómez Mujeres al frente.

El acuerdo deberá ser refrendado por el pueblo colombiano el 2 de octubre en un referéndum, cuyos requisitos legales ayudan, en teoría, a las tesis del gobierno. El acuerdo de paz deberá tener el apoyo del 13% del censo electoral: 4.396.626 votos, y superar en número de votos al 'no'. A última hora se ha instalado el miedo a un fracaso y el Gobierno y los partidarios del pacto se han lanzado en su defensa.

Tras una guerra, y más si esta es civil, existen dos posibilidades: justicia o paz. Los conflictos armados terminan con la victoria de una de las partes, cansancio de todos o pacto debido a la mediación de un tercero.

¿Cómo lograr que una fuerza guerrillera abandone las armas y se incorpore a la vida política si lo que le espera es la cárcel? La mayoría de los acuerdos de paz firmados incluye una amnistía para ambas partes. Así sucedió en Sierra Leona. ¿Cómo resarcir a las víctimas, que son víctimas permanentes porque ninguna paz, ni la más justa, puede restituir a su ser querido? ¿Es el precio de la paz el olvido y la desmemoria como sucedió en la Transición española? Argentina lo ha hecho mejor: derogó unas leyes de amnistía que son ilegales según el derecho internacional, que declara no amnistiables los delitos de lesa humanidad: crímenes masivos, genocidios.

El acuerdo de paz alcanzado en Colombia contiene iniciativas novedosas que pueden servir de modelo para otros conflictos, ya que incluye las penas sustitutivas de cárcel; es decir, la posibilidad de que el guerrillero que ha cometido crímenes pueda eludir prisión a cambio de trabajos comunitarios o con las víctimas.

Hay una serie de condiciones para acceder a esta vía, como se puede consultar en este enlace. La principal no haber cometido crímenes que se puedan considerar de lesa humanidad. Será muy interesante seguir la aplicación de lo acordado, de aprobar el acuerdo el 2 de octubre. Hay un choque de culturas jurídicas entre una anglosajona a la que le cuesta aceptar las penas sustitutivas y la necesidad de una paz sostenible, de poner fin a una guerra de 54 años. Colombia necesita caminar, regenerarse. Es un país lleno de energía que demanda un marco de paz y reconciliación.

Entre los contrarios al acuerdo de paz, y que hace campaña en favor del 'no', está el expresidente Álvaro Uribe, al que se ha vinculado con el origen del paramilitarismo, algo que él siempre ha negado. Uribe impulsó en marzo de 2005 el proceso de paz con las autodenominadas Autodefensas Unidas de Colombia. Semana le recuerda al expresidente que entonces defendió concesiones a estos paramilitares que ahora critica en el proceso con las FARC. El acuerdo con los 'paras' fue muy criticado en su día porque no recogía la reparación de las víctimas y la garantía de la no repetición, algo que sí está en el de las FARC. La Federación de Internacional de Derechos Humanos acusó al Estado de Colombia en 2007 de falta de voluntad real de juzgar y desmantelar los grupos paramilitares.

Uribe habla desde el rencor. Es un personaje tóxico para Colombia. No pudo derrotar a las FARC ni llegar a un acuerdo. Eligió a Santos, su ministro de Defensa, convencido de que podría seguir mangoneando desde la sombra. Se equivocó: Santos ha seguido su propia política y bajo su presidencia, el Tribunal Supremo ha encarcelado a varios de los más estrechos colaboradores de Uribe acusados de graves delitos. Incluido su hermano Mario Uribe.

Indignados Colombia (@ManosLimpiasCo) le reta en este tuit que resume muy bien el panorama político: “Uribe: si no pudo derrotar a FARC en 8 años ni puede parar el Proceso de Paz con mentiras, derrótelas en las urnas. ¿No es un demócrata?

La Silla Vacía, un excelente medio digital colombiano, desmontó hace unos días algunas de las mentiras que repite el expresidente, un tipo que no tiene las manos limpias.

Héctor Abad Faciolince, autor de un libro esencial, El olvido que seremos, víctima de un conflicto que se llevó la vida de su padre (a manos de los paramilitares) escribió un texto publicado en Babelia, Ya no me siento víctima, en el que explica por qué votará a favor del acuerdo. El mismo título es una declaración de lo que podría representar el acuerdo para muchas personas. Las víctimas en Colombia están dando grandes lecciones de generosidad.

Ningún acuerdo de paz es perfecto, ni siquiera una victoria militar asegura un tiempo mejor y el castigo de todos los crímenes. Donde se han producido delitos masivos contra la humanidad es imposible la justicia total. No lo ha conseguido ni el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia en La Haya.

Le sugiero la lectura de esta entrevista con el juez español José Ricardo de Prada, nuestro experto en tribunales internacionales. Es muy interesante su análisis del acuerdo de paz en Colombia, que desmenuza con conocimiento.

La rebeldía de sobrevivir en Auschwitz

Un Gobierno responsable debe acompañar a la víctimas en su duelo, protegerlas de la mejor manera posible en las negociaciones de paz, situándolas en el centro del debate, pero no al frente del debate. Las víctimas no pueden pilotar el proceso de paz, porque se trata de una decisión política que las transciende, pero sí deben sentirse protagonistas, resarcidas de alguna manera.

La baza que juega Uribe es la misma que jugó el PP en España frente a José Luis Rodríguez Zapatero. El objetivo entonces era hacer descarrilar las negociaciones con ETA para evitar que Zapatero se apuntara el tanto. El PP no dudó en utilizar y manipular a una parte de las víctimas en contra del Gobierno socialista.

El que callen las armas no equivale a la paz; un acuerdo refrendado en plebiscito aún no es la paz. La verdadera exigirá tiempo, un esfuerzo político y económico de varios años. No es fácil que todo un país transite de una cultura de violencia a una cultura de entendimiento. ¿Qué es la paz?, preguntó el entonces misionero comboniano, José Carlos Rodríguez Soto, a un grupo de acholis en Gulu, en el norte de Uganda. Tras un largo silencio, un anciano se levantó y dijo: “La paz es cuando los hombres solo tienen miedo de las serpientes”.

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