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Desnudez anafrodisíaca

Estoy muy de acuerdo con lo que ha escrito en Twitter el periodista y escritor José Manuel Fajardo: “La investidura de Rajoy ha sido un auténtico striptease de los poderes fácticos en España. Han caído las máscaras”. Cabe añadir que este striptease ha sido un espectáculo anafrodisíaco: debajo del rostro tan arrugado como satisfecho de sí mismo del sistema, hemos podido ver que hay un cuerpo de piel enfermiza, carnes flácidas y grasientas, formas esculpidas con vino y chuletones en almuerzos de postín. Esa poco atractiva desnudez ha quedado asociada con la imagen de un Felipe González en bañador y fumándose un puro al borde de un yate.

Pero, sí, Fajardo tiene razón: los poderes fácticos –banca, grandes empresas de la construcción, la energía y las comunicaciones, dinosaurios mediáticos– se han visto obligados a salir de las sombras en las que prefieren habitar para exponer sus intereses a la cruda luz del día. Nada de intento serio de reforma del régimen de 1978. Continuidad de las políticas que aumenten sus beneficios a costa del empobrecimiento de las clases populares y medias. Mantenimiento del modelo territorial establecido desde Felipe V. Vasallaje ante Berlín, Bruselas y Wall Street. Tejido de algún tipo de Gran Coalición entre el PP, el PSOE y Ciudadanos que impida que se materialicen los ideales del 15-M. Campaña de propaganda por tierra, mar y aire que asuste, confunda o desanime a la mayoría de la gente.

Pedro Sánchez acaba de reconocer que el juego en este casino llamado España se desarrolla con cartas marcadas por los patronos del establecimiento. Pero resulta tristemente significativo que lo haya hecho tan solo después de que él hubiera sido añadido a las numerosas víctimas del juego. Tras su triunfo en las primarias del PSOE, Sánchez aceptó el padrinazgo de Felipe, Cebrián y Susana Díaz, y se situó en primera línea de las campañas de satanización de Podemos, los soberanistas catalanes o cualquier otro que dijera que el problema no son solo Rajoy y la corrupción del PP, sino también, y sobre todo, un sistema que deja mucho que desear en materia de democracia, limpieza y justicia. De ahí procedió su matrimonio temporal con Ciudadanos y el chantaje que quiso hacerle a Podemos. Cuando por tales o cuales razones –incluido tal vez su interés personal-, Sánchez hizo amago de rectificar, lo derrocaron en un chusco golpe palaciego que todos contemplamos en vivo y en directo.

No obstante, la verdad es la verdad la digan Agamenón o su porquero. Y Sánchez le dijo unas cuantas verdades a Jordi Évole en su entrevista del pasado domingo. No todas, solo algunas, las más evidentes. Que España es una nación de naciones por mucho que les pese a los barones castizos. Que el PSOE se equivoca al no reconocer el legítimo anhelo de un cambio progresista de los votantes de Podemos. Que recibió presiones de empresarios y periódicos para no formar un Gobierno de izquierdas… Desde entonces, y como cabía predecir, Sánchez sufre el mismo tipo de campaña de desprestigio que Podemos conoce desde su nacimiento. El pecado de desvelar las trampas del casino lleva aparejado una penitencia de infamia. Empiezan con Venezuela, siguen con Irán y Corea del Norte, llegan a ETA, incluyen al ISIS si es menester y pueden terminar asociándote con Godzilla, la invasión de los marcianos o el mismísimo Satán.

No se ganó Zamora en una hora

Que los poderes fácticos se hayan quitado las máscaras es, en todo caso, una de las dos o tres cosas buenas aportadas por el sainete que ha terminado con la continuidad de Rajoy en La Moncloa. Ahora resulta difícil pretextar una beata ingenuidad ante la línea editorial de tal periódico o cual emisora de radio que se pretende progresista. Ahora no puede ignorarse que en el PSOE siempre han cohabitado una militancia de izquierdas con una mayoría de la dirigencia muy agradecida por ser invitada a los saraos de la familia Botín. Ahora es evidente que el seguir disfrutando de un ganapán les importa a bastantes Señorías mucho más que su conciencia y su reputación. Ahora es obvio que los que mandan de verdad son los de siempre.

La pregunta que me hago tras el striptease de estos meses podría formularse así: ¿es posible reformar España desde la política, las instituciones y los medios de comunicación del régimen de 1978? ¿Puede conseguirse en el seno de este casino que los votos de todos y cada uno de los ciudadanos valgan lo mismo? ¿Pueden pueblos como el catalán, el vasco o el que así lo desee federarse desde la libertad con el resto de los otros que constituyen España? ¿Pueden recuperarse unos salarios y condiciones laborales dignos, una sanidad y educación públicas de calidad, un derecho a la vivienda inalienable? ¿Puede hacerse una reforma fiscal que consiga que los muy millonarios paguen algo a las arcas públicas? ¿Pueden establecerse medidas que dificulten y castiguen con gran severidad el uso torticero del dinero de los contribuyentes?

Ahora mismo no tengo respuesta a esta pregunta, ni alternativa en caso de que la respuesta sea negativa. Pero en ningún lugar está escrito que la partida haya terminado.

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