Qué ven mis ojos

Un país muy triste

“Lo irremediable es eso de lo que no sabemos ni cómo se arregla ni por dónde romperlo."

Ni charanga, ni pandereta: España se ha convertido en un país triste, resignado, entre pasivo e indiferente y, sobre todo, más partidario de lo malo conocido que de resolverlo. Si un Gobierno es muchas cosas, y entre ellas una radiografía colectiva donde en lugar de huesos, órganos y músculos se ven a contraluz la mentalidad, la ideología o el sentido de la justicia de la población, habría que decir que las dos últimas que nos hemos hecho, en diciembre de 2015 y junio de este año, dejan claro que lo que nos pasa se puede resumir, mejor que de ninguna otra forma, con ese chiste macabro en el que alguien le pregunta a un cirujano: “Doctor, ¿cómo está mi padre?” “Pues va a tener que hacérsele una placa”, le contesta. “¿Más rayos X?”, se extraña el hijo. Y el médico responde: “No, no, de mármol…” Hay que reírse, por no llorar.

Uno mira posar al nuevo Ejecutivo a las puertas del Palacio de la Moncloa y lo que ve es una fotocopia, más de lo mismo, que es lo que suele ocurrir cuando las cosas se han hecho bien, la gente está contenta y quiere repetir. Pero, ¿eso es lo que ha ocurrido? ¿Mariano Rajoy y los suyos lo han hecho muy bien en la legislatura y cuarto que han estado en el poder, han cumplido todas sus promesas y nuestros problemas se han resuelto durante estos cuatro años? ¿El empleo ha mejorado? ¿Los sueldos son dignos? ¿La corrupción fue combatida y desterrada? ¿La Sanidad y la Educación públicas han salido fortalecidas? ¿Se ha luchado por la igualdad? ¿Los derechos de los ciudadanos se defendieron a capa y espada? ¿La ley es la misma para todos? Resultaría interesante saber a cuántas de esas cuestiones respondería honestamente con un “sí” el votante del PP o cualquiera de las personas que, de forma legítima y sin duda porque tienen razones para ello, han llegado a la conclusión de que los conservadores de la calle Génova debían seguir al mando. “La encrucijada era quedarnos como estábamos o volver a poner las urnas”, se dijo a través de todos los altavoces posibles, y luego se repitió uno de los mensajes clásicos del neoliberalismo: “El exceso de elecciones es peligroso para la democracia.” El resultado es que muchas cosas han cambiado, pero todo sigue igual. Al menos, para empezar.

Y el Día de Todos los Muertos resucitó el PP

Que este PP siga en los bancos azules del Congreso puede parecer raro después de que muchos de sus cargos hayan desvalijado el país y además lo hayan hecho mientras ellos sometían a los ciudadanos a un durísimo castigo económico que los ha conducido a la ruina; pero sobre todo es desalentador, como todo aquello que puede resumirse con la palabra impunidad. No nos gusta oírlo, pero la tolerancia que hay en España con la corrupción, por profunda y continuada que ésta sea, habla tan mal de los timadores como de los estafados y pone en entredicho la idea de la justicia que impera en nuestro país. Porque la única razón que puede haber para que no se detenga a un ladrón o incluso se lo encubra, es que se espere que reparta el botín. “Pena de la nación cuyo pueblo es un rebaño / conducido por pastores que lo llevan al abismo / Pena de la nación cuyos líderes son liantes / Cuyos sabios son silenciados / Pena de la nación que no levanta la voz / Excepto para alabar a los conquistadores / Y aclamar al matón como a un héroe / (…) Pena de la nación cuyo aliento es el dinero / (…) que permite que sus derechos se erosionen / y sus libertades se barran de un manguerazo / ¡Mi país, lágrimas por ti / Dulce tierra de la libertad!” Esos son unos versos del poeta norteamericano Lawrence Ferlinghetti, sacados de El pulso de la luz, la extraordinaria antología del maestro beat que acaba de publicar en España la editorial Salto de Página, y que no quiero ni pensar que a la vez que hablan de sus Estados Unidos, también estén hablando, por extensión, de nosotros. Qué miedo.

El PP lo tendrá más o menos difícil para alargar la legislatura, según le vaya al PSOE, que ni siquiera es capaz de salir de su propio laberinto; porque de su otro socio, Ciudadanos, sólo pueden esperarse complicidad y frases para la galería: es una astilla del mismo palo, una falsificación del 15M para gente de derechas, es decir, una paradoja: es Loewe imitando los bolsos de los manteros. Si los socialistas consiguen rehacerse, volverán a ser el rival y forzarán otros comicios, aunque cuando regresen, descubrirán que Podemos les ha quitado el sitio: quien fue a Sevilla... Para eso, sin embargo, queda mucho y los barones, de momento, tampoco tienen prisa, ni se sienten amenazados: el día del cisma en la calle Ferraz, no había más que unas decenas de militantes protestando en la puerta, nada que les quite el sueño. Y se van a limitar a esperar que pase el temporal, que por el momento arrecia, según el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas, publicado por el diario El País, donde el PP seguiría siendo el partido más votado, con 34,5%; Unidos Podemos quedaría segundo, con el 21,8%, y Susana Díaz y los suyos, terceros con el 17%. “Lo único que descubres al llegar al fondo es que aún puedes seguir cayendo”, dice Bob Dylan. Y esta gente sólo lleva una pala, así que tendrá que dejar paso a los que lleven una escalera.

En el paraíso de la alegría, el desánimo está ganando todas las batallas, desde que los más grises ocupan los despachos más altos. La libertad se degrada por incomparecencia de los titulares. Los más cínicos llevan la bandera en la mano y el resto les sigue. Los ideales se han disuelto en las ideologías y éstas en los números, que en el neoliberalismo sólo cuadran si aceptamos ser los ceros a la izquierda. La teoría de que todos los políticos son iguales ha hecho que no se ponga la mano en el fuego por nadie y eso ha dejado morir las llamas, ha proclamado la era del frío. Y no queremos darnos cuenta de que lo malo conocido siempre va a peor. Algunos creen que no es necesario pelear por sus derechos, que basta con estar del lado los más fuertes, esos que siempre nos dicen, aunque sea con otras palabras, lo mismo que los hipócritas del libro de Ferlinghetti: “Somos los conquistadores / Somos el nuevo imperio romano / Estamos conquistando el mundo / Es el imperio invisible / el capitalismo buitre / Y la democracia es el capitalismo / Nunca más pobres / Nunca más hambre y muerte / Nunca más las masas amontonadas en nuestro imperio / La marea que crece hará flotar los barcos / Si es que tienes uno.” Ésa es la clave; y entender que la única manera de cambiar de rumbo es mirar para otro lado, probar por un camino diferente. Los dueños del mapa dirán que va a dar a un precipicio. Pero no siempre dicen la verdad.

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