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Algo va mal

La inesperada imagen de un Trump victorioso es la de una nueva derrota de los medios de comunicación que deberíamos hacernos mirar.

Si aguzas el oido quizá puedan oírse aún las carcajadas del personal ante el ridículo de sesudos analistas, documentados politólogos y campanudos tertulianos tan seguros del resultado de las elecciones como los editores de Newsweek, que tuvieron que comerse más de cien mil ejemplares que empezaban a distribuirse con una portada en la que saludaban a Clinton como "Madam President".

Donald Trump es un personaje mediático cuya existencia como tal es fruto de un hábil manejo de los medios, especialmente la televisión, basado en ir contracorriente, como el mensaje que ha sido capaz de hacer llegar a su destino con éxito: cuando creíamos que iba estaba ya de vuelta.

Si podemos especular acerca de si empezó su carrera como respuesta a la pública humillación de Obama en abril de 2011 en la cena con la prensa internacional, lo que admite poca discusión es que se ha servido de la miopía de los medios para ascender hasta sustituirle en la Casa Blanca. Ha sido el tonto que nos ha quitado la merienda mientras nos reíamos de él.

Lo preocupante es que su caso no ha sido el único.

Más cerca, y en otro tipo de registro, la victoria de Ramón Espinar en Podemos apunta en la misma dirección no por inesperada sino por reflejar la creciente pérdida de influencia de los medios.

Hace tiempo que el flujo de la información no se canaliza por los caminos tradicionales, que la multiconexión global y sus posibilidades de acceso a cualquier información en cualquier momento le están dando la vuelta al calcetín de los medios, que hemos de estar revisando constantemente cuál es nuestro papel y cómo hemos de seguir ejerciendo nuestro compromiso con el derecho a la información. Y lo hacemos, y el debate está ahí vivo y presente.

Ahora bien, lo de Trump, como el Brexit, como lo que sucedió con el referéndum en Colombia, es un serio aviso de que la conexión con la realidad de la ciudadanía es cada vez más frágil, como esos cables sueltos que se van arrastrando y al final terminan pelados, rotos e inservibles.

Hay una corriente de opinión que se mueve bajo nosotros o a nuestro alrededor que nos deja fuera porque no estamos siendo capaces de verla.

Por eso estamos atrapados en el asombro, por eso seguimos preguntándonos por qué un partido sigue cosechando apoyos pese a nuestras denuncias de corrupción, por qué un político cuya actuación se señala como irregular o al menos extraña no sólo no pierde sino que gana apoyos, por qué un influyente y poderoso payaso del que nos reímos seduce a más de la mitad de un imperio, por qué los ciudadanos piensan y deciden lo que no esperábamos.

Acaso debiéramos hacérnoslo mirar.

¿Algo interesante?

¿Algo interesante?

Atender, quizá, a lo que pasa alrededor, lo que se mueve de verdad en el ánimo de la calle, lo que piensa y quiere el destinatario de nuestro mensaje y hacerlo con humildad, sin sentar cátedra, bajando del púlpito a las bancadas.

Hoy recuerdo cuando hace algunos años, un par de días después del 15M que tampoco supimos ver ni entender, una oyente me recordó que nosotros también éramos el "sistema". Lo seguimos siendo, desde luego. Y así ha de ser en tanto garantes comprometidos de lo que tiene de democrático por el ejercicio del derecho a la información, ese por cuya causa muere gente en otras partes del mundo.

Pero esto tiene que ser compatible con revisar y si es preciso darle la vuelta a nuestro papel, porque si no nos enteramos de lo que pasa, y el público –quizá usted mismo, querido lector– nos ve como terminales del poder más que como garantes de sus derechos frente a ese poder, es que algo estamos haciendo mal. Muy mal.

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