Qué ven mis ojos

El sol que más calienta, también quema

“Ser cobarde no es huir del adversario, sino quedarse a su servicio"

La alegría y la docilidad son los dos sentimientos que caracterizan a España. Ambos los explica seguramente nuestra naturaleza, en los dos sentidos de la palabra, el geográfico y el psicológico, que tal vez si se juntan puedan significar que tanta luz nos ha hecho proclives a arrimarnos siempre al sol que más calienta. La dictadura nos hizo temerosos, o ya lo éramos y por eso duró treinta y ocho años, así que “para que no se repita”, como nos han advertido tantas veces los predicadores del miedo, lo más seguro es conseguir que nunca ocurra nada, que las aguas estén tranquilas, que las élites no se sientan en peligro, que no se agiten las calles y, sobre todo, que no se remueva el pasado. Con esa filosofía por bandera blanca, ya han transcurrido cuatro décadas de paz y democracia desde que murió en la cama el gran criminal, pero llega otro 20 de noviembre y su Valle de los Caídos sigue ahí, dispuesto para que los ultraderechistas se acerquen a vocear su nostalgia del terror; y por supuesto, tenemos siempre un Fernández Díaz o una Esperanza Aguirre que se jacten de ir a rezar a su tumba o justifiquen aquel régimen canalla. Hacia el año tres mil, seguiremos discutiendo qué hacer con ese monumento vergonzoso, y cualquier teoría será posible con tal de no vernos obligados a aceptar que su demolición y el rescate de los cuerpos enterrados por lo militar en sus criptas hubiese sido la única solución justa. Ese mausoleo no es arte, es simple propaganda, y lo que anuncia es la impunidad de los asesinos.

La vida sigue, sin embargo y por encima de lo que sea. Y los planes del nuevo Gobierno y sus aliados son los mismos de siempre: seguir demostrando una voracidad sin límites, llevárselo todo y culpar del robo a los que han sido desvalijados. Los verdaderos antisistema, los auténticos populistas, que son los neoliberales de derechas e izquierdas, han devorado el famoso Estado del Bienestar y ahora les llega su turno a las pensiones. El Partido Popular ha saqueado la hucha de una manera salvaje, porque hace falta dinero para pagarle los servicios prestados al ex ministro del Interior, por ejemplo, y de manera generosa: los presidentes de las comisiones parlamentarias, aparte de su sueldo cobran un extra al mes de 1.431 euros. El doble del salario mínimo en nuestro país. Ahora, nada más volver a sentarse unos en las sillas azules del Congreso y otro en los salones del palacio de La Moncloa, ya empiezan a lanzar el mensaje más repetido: tal y como está estructurado el asunto, esto es insostenible. Claro, si no se sostiene es porque se tambalea y si eso sucede es porque ellos mismos le dan golpes con sus hachas, pero esa parte, como es lógico, se la callan. El argumento es que el gasto en ese terreno se puede mantener estable e incluso bajar si desde ahora hasta el año 2049 nuestra economía crece cada año un 2,6%. Y ¿adivinan que hay que hacer para conseguirlo, según el Ministerio de Empleo? Más reformas. O, dicho en plata, más recortes y más impuestos. La cartera la sigue llevando Fátima Báñez, mensajera de la austeridad y especialista en recetarle a los otros sacrificio y ahorro mientras ella cobra, aparte de su salario, un añadido 1.823,86 euros al mes en concepto de alojamiento y manutención, pese a tener varias casas en Madrid. Así son, porque pueden y les votan.

El futuro no parece, desde luego, pintado de rosa, sino todo lo contrario. La batalla que el capitalismo más feroz libra contra tres cuartas partes de la humanidad la tiene ganada, porque el dinero es suyo y porque sus víctimas son sus cómplices. Así que para continuar la tarea de demolición que nos llevará a una Edad Media de diseño no tienen que hacer casi nada. No hay más que vernos a nosotros, aquí y ahora, donde el actual presidente del Gobierno ha hecho carrera gracias a su inmovilidad. “Es sencillo”, se dirá, “te detienes, dejas que los demás pasen de largo, esperas a que se equivoquen de camino y al final llegas el primero.” En eso, hay que reconocer que es imbatible. Los tiempos están cambiando otra vez, pero en esta ocasión hacia el otro lado. Quizás es que la prosperidad nos hizo cómodos, nos mal acostumbró, y ahora se nos ha olvidado cómo la conseguimos, donde eso llegó a ocurrir. Nada va a volver a ser como antes, nos dicen los que se benefician de que todo siga igual. Y el resto les aplaude, se arrima a ellos porque creen que el más fuerte es quien más les va a proteger, así que en lugar de agresores los consideran guardaespaldas y, por falta de carácter, de interés o por exceso de miedo, se deja asustar por cada una de las palabras que ellos han demonizado en su propio interés: protesta, militante, sindicalista, revolucionario, pueblo… Es lo que hay. La única forma de pararle los pies a los pocos que lo acaparan todo es siendo muchos. Por ahora, lo hemos olvidado.

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