El vídeo de la semana

La paliza

La imagen de esta semana es la de la brutalidad cotidiana. Hay muchas más, claro: la muerte, la mezquindad, la cobardía o la incoherencia en la cosa pública tienen estos días recorrido audiovisual notable y contundente.

Ahora, nada como este vídeo con el que me he topado en Atlas cuando me disponía a escribir de otra cosa, de otra impresión. Ante la visión de la paliza en el portal me resulta imposible. Tengo que detenerme en ella, tenemos que fijar en ella nuestra atención.

Esta bestialidad que ya imagino se habrá convertido en viral es el pan de cada día para millones de mujeres en todo el mundo. Mujeres que duermen con su enemigo, que están tan sometidas y solas que no saben de dónde sacar la energía para cortar. No ya denunciar (peligro de muerte), sino simplemente abandonar el infierno, irse. No saben, porque dependen anímicamente de la bestia, o no pueden porque lo que les ata es la supervivencia y en no pocos casos los hijos.

¿Se imagina el lector lo que debe ser llegar a tu casa y encontrarte esto? Hoy, mañana, pasado, un día y otro.

La muerte es el final, a veces la espontánea expresión de asesina ira machista, pero a menudo es algo aún peor, la estación término de una larga tortura cotidiana, un rosario de golpes y desprecios, de sufrimiento y miedo como estado anímico cotidiano.

La imagen que ha llevado a la detención del torturador tiene la riqueza del testimonio real y la oportunidad de lo que nos saca de la ignorancia. Porque eso que se ve ahí pasa, y muy a menudo, a muchas mujeres. Y hemos de saberlo, y hemos de considerar, si de tomar conciencia de la violencia machista se trata, que las mujeres que mueren a manos de quienes alguna vez dijeron amarlas es sólo el golpe más duro, la expresión más acerada y cruel de la violencia contra la mujer. Pero ésta que no mata de una vez sino que va enterrando en vida a la víctima, está más extendida y más viva en la rutina cotidiana de todos los mundos. En el primero, el tercero, el cuarto y todos los que usted considere a bien clasificar, existen mujeres sometidas y maltratadas. A veces por la tradición de rituales brutales o la vigencia de bárbaras costumbres de siglos, pero casi siempre, sobre todo en nuestro occidente civilizado y culto, escondidas en el miedo y la vergüenza. Mueren cada año decenas de mujeres en España, pero ¿cuántas agonizan o han muerto en vida por el maltrato que no pueden o no se atreven a denunciar?

Esa es hoy la pregunta que me hago y que dejo aquí escrita por si sirve para que, siquiera unos minutos, alguien más se enfrente a la conciencia de que esa realidad está ahí. Y no siempre la vemos o queremos saber de ella.

¿Algo interesante?

¿Algo interesante?

Y luego está en esta semana que ya cerramos,  eso tan humano de buscar siempre culpables para lo que nos duele, aunque no los haya, como le ha pasado al PP que habla de linchamiento y buitreo alrededor de Rita Barberá en el día de su muerte, cuando ésta quizá no tenga más culpable que la naturaleza;  acaso apoyada, lo cual hace más miserables sus exabruptos, en el sentimiento de abandono por parte de los suyos. O sea, el PP y sus dirigentes. O la simpática reverencia del hasta ayer pedrista Iceta, que promete a la nueva lideresa que viene del sur, una neutralidad letal para Don Pedro. Y hasta el posado con pajarita y frac del señor Iglesias, tan susceptible ante minutos de silencio como entusiasta de la estética burguesa de la clase dominante.  Tan amigo de los gestos hacia su galería como acrítica ésta con las ocurrencias del líder.

Pero esto de la debilidad de espíritu y criterio de la clase política está más a mano, es más el pan de cada día en el teatrillo de lo publico.

La muerte y la violencia sobre las mujeres, no. Porque aunque cotidiano, aunque desgraciadamente demasiado común como los vicios de los supuestos servidores públicos, a diferencia de éstos no se suele ver, no gusta de exhibirse aunque esté ahí. Por eso es importante difundir estas imágenes, ponerse frente a ellas. Es la verdad de la violencia, la realidad del maltrato, el perfil del abuso. Podemos imaginarlo, pero nada como verlo en carne y sangre para tomar conciencia de que no podemos quedarnos quietos.

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